suspensivos

lo que hay

jueves, junio 26, 2003

Marc i Eva

Marc y Eva se conocieron cuando eran un par de niños. Sólo rondaban los 14 años pero su amor, química o lo que sea que une a las personas era tan fuerte que ya no se separaron. Se fueron a vivir juntos muy jóvenes y tuvieron a Marina. Supongo que estaban tan seguros de su felicidad que ni siquiera se planteaban esas cosas que (quizás) nos planteamos los demás (hijos? uy, no sé...).

No hace mucho les vi, a los tres. Marc había engordado un poco, estaba moreno y se había dejado perilla, estaba muy guapo. Eva, como la niña que seguía siendo, espigada, siempre sonriente, con su flequillo negro en los ojos y su ombligo descaradamente bonito al aire. Los tres irradiaban un no sé qué que ponía de buen humor. A Marina la pudo reanimar un bombero, a ellos no.

Siempre he admirado a Marga, es una persona tan positiva... Nunca la he visto desfallecer, a pesar de los problemas, de la larga enfermedad de su madre, de los agobios... Es de esas personas que siempre tienen palabras amables para todos, capaz de disculpar al más imbécil con un ”pero si es muy majo!”. Estar con Marga apetece, a ella le cuento mis secretos y mis ilusiones, siempre me escucha sonriendo y me aconseja, me achucha, me anima... siempre he querido ser como ella, que la gente pensara de mí lo que yo pienso de ella. Ahora Marga no sonríe, le han robado un hijo.

Me obligo a enfrentarme a lo que no me gusta, creo que sólo así puedo vencerlo. Por eso hablo de ellos, por eso escribo sus nombres (Marc i Eva, Marc i Eva), pero... cómo duele. Duele por mí, duele por ellos pero, sobre todo, duele por Marga. Por mi Marga, con los ojos vacíos y la sonrisa seca. Sé que (tópicos, tópicos) tirará para adelante; por su marido, por su otro hijo, por su nieta... ella siempre ha antepuesto a los demás, pero sé también que su mirada no será nunca más la suya. Es tan triste, tan injusto, tan cabrón...

No me gusta que este blog sea triste, no quiero estar triste, a Marga no le gustan las cosas tristes. Y ya es hora de que le devuelva lo que me ha dado.

lunes, junio 23, 2003

A Marga no le gustan las cosas tristes.
Esta noche hay estrellas, fuego, amores, magia y cintas azules, flores y velas.
Todo será como si nada,
pero yo no me atrevo ni siquiera a escribir sus nombres.
La campana sonó (maldita maldita) y nos los han robado.

No voy a escribir, a Marga no le gustan las cosas tristes.

miércoles, junio 18, 2003

Clara

Cogió otro cuchillo (está frío) y partió la granada. Pensó en morderla (como mordía mi cuerpo) pero fue sacando los granos uno a uno (uno, dos, tres), eran dulces y húmedos (como sus besos), rosados y cálidos (como su pecho), las astillas eran ásperas (como sus palabras).

Deseo deseo deseo (cerró los ojos) encerrarme entre sus brazos (inspiró lenta) para que su olor llene esta nada. (Se balanceó) duele duele duele (la lágrima resbaló) como sólo duele el dolor (se estremeció) no quiero no quiero no quiero.

El silencio era miedo (como su voz), el ventilador movía el mantel con su ritmo caprichoso (baila baila), el teléfono colgaba, bamboleo de espirales, golpeando, golpeando (como sus manos).

Te quiero te quiero te quiero
(recordó sus labios) vayámonos, vayámonos lejos (recordó sus brazos) tu nombre es como el verano (recordó sus promesas) me quiere me quiere me quiere.

Las sirenas se ahogaron bajo la ventana (ya no lloran) y luces azules y naranjas jugaron en el techo (el suelo es rojo). Gente oscura corrió y gritó (ssshh.. duerme), se limpió la nariz con la mano (rojo, rojo, rojo) y les miró (está muerto). Una mano dulce le apartó el pelo (¿está bien?), una cara se agachó y le puso algo en la mejilla (tranquila, no dolerá).Ya no duele.

En el balcón, el viento sacudía la ropa tendida.

lunes, junio 16, 2003

A veces

A veces hace limpieza; examina las cosas que tiene y decide cuáles van al altillo y cuáles se quedan en el armario. Las del altillo son las que no necesito.

A veces llega el calor o el frío y no le queda más remedio que rebuscar entre lo que había guardado, a ver si hay algo útil. Siempre encuentro algo que no recordaba haber guardado.

A veces le divierte, baja cajas y, entre estornudos, juega a ser otra cosa. Recoloco palabras, huelo la ropa, abro recuerdos.

A veces le duele mirar las cosas del altillo, son las que no necesita.

sábado, junio 14, 2003

Mi mono

Tengo una cosa en común con Homer Simpson, la capacidad de abstracción. Vaya, digamos que me suena mucho esa imagen en la que todos están pensando cosas serias y profundas y en el bocadillo de pensar de Homer hay un mono dándole a la manivela de una caja de música.

Hace un par de meses iba por la calle a mi bola, caminando al ritmo de la música de mi mono, cuando me fijé en un chico que venía en dirección contraria y que me miraba fijamente. Se me paró delante y me dijo “hola”. Yo pensé “un amigo de las hijas” y me puse rápidamente a buscar en las fichas, pero nada. En esos nanosegundos de vacilación que te da el no saber con quién estás hablando, decidí soltar un correcto y poco comprometedor “hola” y seguir mi camino. Pero, para sorpresa mía, se puso a mi lado, cambió de rumbo y decidió acompañarme. Yo ya iba por las fichas de la zeta y aún no había visto nada familiar, así que empecé a escamarme (hmm... un amigo de las hijas sólo me habría saludado y hubiera seguido por donde iba... hmmm... ).

”¿A dónde vas?” me preguntó. Yo, que ya había repasado incluso las fichas dadas de baja sin resultado alguno, me hice la dura ”a Barcelona”, contesté muy digna, mirando al frente y con cara de ”no sé si te das cuenta, pero no te voy a seguir el rollo, así que aire”. ”Ah”, dijo, ”¿y qué tal?”. Ya sé que estoy muy buena y que resulto irresistible para el género masculino (¿son risitas, eso que oigo?), pero que un chavalito de unos 16 años quisiera ligar conmigo me pareció desmesurado y, sin responderle, aceleré el paso y me largué (desde luego, cuánto enfermo hay por el mundo, qué pena de chaval).

Cuando llegué a casa se lo comenté a Mireia y a Cora que, evidentemente, se partieron el culo y se dedicaron a hacerme la puñeta durante bastantes días llamándome arrolladora, pederasta, sexy tanga y esas cosas cotidianas que normalmente una hija llama a su madre.

Ayer por la tarde, íbamos las tres por la calle y oímos “tsch, tsch”. Normalmente no me giro, pero como vi que Cora se giraba, me salió el instinto protector y miré. La primera décima de segundo vi a un chaval, la segunda, vi al chaval. Me pareció que Cora soltaba algo parecido a "e" o "a" y que no le hacía caso. La casualidad me excitó y les dije, la mar de emocionada "¿sabéis quién es ése? ¿sabéis quién es ése? eh? eh? jeje" y se lo conté.

Cuando se recuperaron del hipo que les dio el ataque de risa y dejaron de retorcerse por el suelo, me soltaron ”mamá, es nuestro primo”. Ellas todavía se ríen y yo creo que aún estaré bastantes días pareciendo una turista que ha tomado demasiado el sol.

Supongo que tendría que hablar con mi mono del bocadillo de pensar, a ver si para de darle a la manivela, que me estoy imaginando lo que la familia de mi ex pensará de mí, pero... es que está tan gracioso con su gorrito...

viernes, junio 13, 2003

Sid

A veces conozco a alguien (virtual o físicamente) y enseguida como es. Igual, como dice Chris, es cuestión de química, no sé, pero no suelo equivocarme mucho.

Conocí a Sid en el chat. Hoy he enlazado su blog; si la lista estuviera por otro orden que el alfabético, no estaría tan abajo.

miércoles, junio 11, 2003

Altos

Ser alta tiene muchas ventajas, sobre todo en un país en el que los fabricantes de cosas aún no han descubierto que hay vida más allá del metro setenta.

Por ejemplo, me ahorro la cuota del gimnasio; gracias a mi altura me mantengo en forma gratis. Los abductores... buenooo... ¡como piedras, los tengo! y sólo a base de practicar el entretenido ejercicio “me agacho-ya-no-un poco más-a ver-sí” ante espejos varios, hasta encontrar un punto en el que me sea factible peinarme. ¿Y la espalda? ¡fuerte como un roble! si Rambo cortaba leña, yo me entreno utilizando fregaderos y lavabos instalados a la cómoda altura de 4 palmos del suelo y fregonas y escobas con mangos que pueden llegar a medir (¡incluso!) metro diez (porque digo yo que el bulto éste que me está saliendo justo en medio de la espalda, entre los omoplatos, es un músculo ¿no?).

Además, las mujeres altas somos mucho más elegantes, con esos pasitos cortos y refinados que nos caracterizan (que sean a causa de llevar la entrepierna de los pantis justo a la altura de las rodillas es una menudencia que no hay que tener en cuenta, lo importante es el resultado). Un día intenté tirar de la cintura para arriba –más que nada para saber qué sentían las bajitas, con todo tan bien puesto– y me quedé con la goma en las manos y las medias en los tobillos, vaya rollo tiene que ser, la verdad.

Otro factor determinante y secreto de nuestro atractivo reside en el hecho de que mangas y perneras nos terminan siempre a unos 10 centímetros de muñecas y tobillos... nos da un aire así como esnob e innovador que famosos modistos y gente como Isabel Preysler intentan imitar. Sin éxito, claro.

También acostumbramos a ser personas muy seguras de sí mismas, y es que no sabéis el autoestima que da ver a todo quisqui mirándonos desde allí abajo, torciendo el cuello, ni hasta que punto te autoafirmas al ver, en el super, a esas ancianitas enanas haciendo cola para que les alcances cosas (total, qué es que la compra dure 3 horas más de lo previsto, al lado de su agradecimiento eterno...).

¿Y los hombres? ¡otra suerte! no hay ni uno que nos moleste con sus requerimientos, debe de ser que nuestra imagen inspira respeto (bueno, o eso o que los cirros que rodean nuestra cabeza no les dejan distinguirnos bien y, claro, a ver quién es el guapo que se arriesga...). Aunque supongo que también influye ese aire misterioso que nos gastamos a veces, con la mirada como perdida por otros mundos (que sea producto de la táctica ”y a mí qué que sean dos números menos, son los zapatos que lleva todo el mundo y no voy a ser menos por esa nimiedad” es irrelevante; además, éstas son las pequeñas cosas que nos enseñan a sufrir en silencio, cuestión muy práctica si el día de mañana nos salieran almorranas, que lo he visto en la tele).

Podría seguir enumerando ventajas y privilegios; como nuestros vastos conocimientos sobre pomadas rebaja-hematomas de la frente, o las amistades que hacemos en los transportes públicos intentando encajar las piernas, o la simpatía con que nos acogen las peluqueras, que aplauden contentas al vernos, porque pueden practicar con el mecanismo sube-baja reposacabezas y sillones, o... pero, bueno, mejor lo dejo ya, que la envidia es muy mala.

martes, junio 10, 2003

El Hombre de mi vida

A los 17 años leí un libro. Bueno, leí muchos, claro, pero éste fue distinto a todos; me llevó a un mundo desconocido hasta entonces, lleno de aventuras, fantasía, emoción... y me marcó. Una de las marcas que me dejó fue el amor eterno hacia su protagonista, que –hasta la aparición de Él– pasó a ocupar el cargo de El Hombre de mi vida.

Cuando se lee un libro es inevitable crearse una imagen de los personajes, basada principalmente en la descripción que se hace de ellos, pero –por lo menos en mi caso– aliñada con una buena dosis de fantasía. El Hombre de mi vida era moreno, de ojos negros, con el pelo un poco largo, alto, delgado y fuerte, con una cara marcada por el sufrimiento y una mirada dulce y valiente.

Pasaron los años y muchas cosas, pero su imagen perfecta siempre estuvo andando por los rincones de mi vida, el héroe que un día vendría a salvarme.

Finalmente, se atrevieron a hacer una película basada en el libro. Como hago siempre que algo me interesa mucho, no quise saber nada, ni ver avances, ni entrar en ninguna web, nada; quería ir al cine y verle por primera vez ahí, en la pantalla, con sus profundos ojos mirándome sólo a mí (...quien sabe, quizás me cogería de la cintura, me montaría en su caballo y se me llevaría lejos de la gris realidad...).

Y no; todos los personajes eran ellos, clavados a la imagen que yo había preconcebido, pero habían convertido a El Hombre de mi vida en una especie de media nena con las cejas depiladas. Qué disgusto. Desde ese día –hace más o menos un año y medio– ando pensando y pensando qué actor hubiera elegido yo, cuál hubiera sido más él.

Ahora ya lo sé, él es Keanu Reeves. No el Keanu Reeves de Matrix, no (tan de plástico, tan perfecto, tan inexpresivo), sino el Keanu de desgreñada melena y barba incipiente, el que secuestra mi pensamiento y lo lleva de paseo por los recovecos del azabache de su mirada.

En fin, supongo que habrá opiniones para todo. Tampoco me importa demasiado, ahora El Hombre de mi vida es otro, uno que por mirada tiene el mar y por corazón, el mío.

domingo, junio 08, 2003

Andrea

Andrea se levanta cada mañana pensando que quizás habrá cambiado algo. Como en las películas de la tele de los sábados por la tarde, aprieta los ojos y murmura el mismo deseo ”que sea distinto, que sea distinto”. Las películas son mentira.

Oye la voz de su hijo pisando a borbotones la canción de David Bisbal que suena en la radio y se levanta. ”Ángel, por el amor de dios, son las 6 y media, vas a despertar a todos los vecinos”. Ángel la mira y sigue botando en la cama, aullando y tocando su guitarra invisible. Andrea arranca de un tirón el cable del enchufe y se lleva el aparato. ”¡Vete a la mierda!”, oye, antes del portazo.

Andrea recoge la ducha y acaba de secarse el pelo. Sonríe ante el espejo, que invierte divertidamente el cuarto de baño. Ha valido la pena, se siente orgullosa de los azulejos nuevos, de los grifos relucientes, de los colores... (a ver cuando viene Cristina a verlo).

Ángel aún no se ha vestido, echado en el sofá mira la tele con cara de bobo (a veces le daría un bofetón sin saber por qué). En la mesa pequeña está el vaso de zumo de naranja que le ha preparado, intacto si no fuera porque se ha derramado. No tiene ganas de discutir. Hoy no. Vuelve con un paño, coge el vaso, limpia la mesa “¡eh! ¡quítate del medio!”, apaga la tele y se va a la cocina.

“Son las 7 y cuarto, tienes un cuarto de hora para ducharte, vestirte, hacerte la cama y desayunar” -le dice mientras toma su segundo café- “jolines, mama, que luego llego demasiado pronto ¿por qué tengo que salir contigo?”. Andrea deja la taza en el fregadero ”Porque no me fío. Sabes perfect...”. Se calla, sabe que la estará imitando, apoyado en el marco de la puerta. ”Haz lo que quieras” y vuelve al baño.

A veces llora sin darse cuenta. (¡Mierda! tendré que maquillarme otra vez). Se seca los ojos con un trozo de papel higiénico, que aprovecha para sonarse. Desde el pasillo ve a Ángel en calzoncillos y con un calcetín en la mano, delante de la tele, cantando “Doraemon”. Sabe que no se duchará, que no recogerá, que no desayunará, que llegará tarde a la escuela, que suspenderá el examen de lengua. Sabe que no tenía que haber tenido ese hijo, el que lo quería era su marido, pero se largó. Ella no quería, nunca había hecho planes y no sabe qué hacer con él, se supone que una madre tiene que querer a sus hijos, le da rabia sentirse mal por eso.

Su jefe parece estar de buen humor. Rutina, rutina, rutina, pero por lo menos desconecta. Había quedado con Antonio para comer pero prefiere poner una excusa, no soporta sus ojos suplicándole que le quiera un poco. Blanca le recuerda que hoy cenan juntas todas las de la sección. Llama a Rafa.

- ¿Podrías llevarte a Ángel esta noche?
- ... Andrea... sabes que me tienes que avisar con más tiempo
- ¿Con más tiempo? ¿Necesitas tiempo para pensar si vas a estar con tu hijo?
- No es eso, entiéndelo ¿qué le digo a Marta?
- Que es tu hijo, por ejemplo
- Andrea, no empecemos, no es tan sencillo, Marta y Ángel... bueno... ya sabes... no se llevan muy bien y...
- y, claro, primero está ella. A tu hijo que le den
- Andrea...
- Mira, Rafa, anda, vete a la mierda
- ¡Andr...


Como odia esa mirada compasiva de sus compañeras de trabajo, tan perfectas, tan bien casadas.

Por lo menos, se ahorrará el dinero de la cena. Además, no había dejado el vídeo programado y se habría perdido el programa. No le apetece ir a casa tan pronto, llama a Ángel para que cene, en el frigorífico hay comida. ”Dúchate y recoge”. Iría al cine, pero no quiere gastarse el dinero que no tiene. ¿Se puede estar más sola? le entristece ver las vidas atareadas de la gente que camina por la calle. Casi llamaría a Antonio para tomar algo, pero estará con su mujer.

Ángel está en el ordenador, chateando. ”Me he duchado ¿eh?”. La esponja está seca. “¿Has hecho los deberes?” (mentiras, mentiras). En el suelo, en medio del comedor, están sus calzoncillos sucios. Los aparta con el pie, prefiere no entrar en su habitación. Pocholo grita algo en la tele, conecta el vídeo, ya lo verá el sábado. No entra en la cocina. ”Ángel, acuéstate ya” “Voooy”.

Desde la cama oye la risa de Ángel. Se acostará tarde y mañana será un calvario levantarle, tendría que ir a apagarle el ordenador. Da igual, no tiene ganas de discutir. Hoy no, es su cumpleaños. Aprieta los ojos y murmura el mismo deseo “que sea distinto, que sea distinto”. Las películas son mentira.

viernes, junio 06, 2003

Muertos

Durante la guerra de Iraq veía cada día nuevos muertos, nuevas mujeres clamando delante del cuerpo de su hijo, su hermano o su marido (o los tres a la vez). Me dolía porque la guerra es injusta, porque eran muertes injustas, porque me da rabia que quien tiene un arma tenga el poder. Pero yo no estaba en un puesto fronterizo huyendo de nada. Incluso las muertes de Julio Anguita y de José Couso, con nombre y apellido, no eran del todo mías.

Leí en la prensa que habían muerto miles de argelinos y me dolió. Me dio mucha pena ver a esas mujeres llorando, a esos hombres con la boca apretada y las manos sucias y arañadas de escarbar en los escombros, a esa niña acunando a su muñeca, de espaldas a los cascotes, canturreando, canturreando, canturreando. Lloré. Pero eran tan distintos a mí, tan lejanos, tan vulnerables... no eran del todo míos.

Se cayó un avión y murieron 62 militares españoles. Me dolió y sentí rabia (qué se podía sentir) pero mi vida está lejos de la de un militar profesional destacado en oriente. Sólo cuando vi a ese adolescente espigado (hombre de repente) abrazando a su madre, mojándole el pelo con los ríos de lágrimas que eran sus mejillas impasibles, lo sentí mío. Sólo cuando vi a esa mujer corriendo para abrazarse a aquella caja que era todo para ella (¿por qué no la dejaban? ¿por qué se obstinan en consolarnos escamoteándonos el consuelo?), sólo entonces pensé que era yo (¡corre, corre, corre!) y los sentí míos.

El talgo salió cuando no debía y hay muchos muertos. Pero no fueron míos hasta que vi a los bomberos sacando cuerpos del papel arrugado en que se había convertido, cuerpos tan cercanos que podían ser el mío o el de alguien a quien quiero. Pensé en el tren, la revista, los chicles, el paisaje, la impaciencia por llegar y abrazar a quien me esperaría; pensé en el andén, en el reloj (falta poco para que llegue), en los planes para mañana... y pensé en María del Mar.

La importancia de los muertos siempre es relativa. El millón de muertos de una guerra no es nada. La muerte de otra (enésima) mujer porque al loco de turno se le ocurrió que o suya o de nadie (se va a enterar), porque nadie que pudiera hacer algo la tomó en serio (otra histérica)... la de otra (enésima) persona arrollada por un conductor borracho (no pasa nada, yo controlo), la de cualquier niño, la de un amigo, la de una madre, un padre, un hermano... ésas son mi muerte.

En esta época del año me apetece especialmente pasear, porque las calles huelen a flor y a luz, porque la gente pasea, toma helados y ríe, porque me siento llena de vida.

miércoles, junio 04, 2003

Mensa

Siringa, en su blog, ha mencionado el eterno tema: “decir o no que soy de Mensa”. Creo que la mayoría preferimos no decirlo, pero no por ocultarlo, sino para evitar situaciones y discusiones repetitivas y latosas que no llevan a ninguna parte.

Tener un alto CI no es ningún mérito, es una condición que nos viene dada, igual que ser alto o tener los ojos azules o los pies grandes. No podemos evitarlo, no podemos operarnos y no podemos ignorarlo. Muchas veces es más un inconveniente que una ventaja (esa constante inseguridad, ese analizarlo todo, ese jaleo permanente en la cabeza, como si estuviera llena de gente diminuta discutiendo sin cesar o tuviera un engranaje que no para de rodar -¿¡¿dónde está el botón on/off?!?).

Supongo que hay una imagen prefijada de nosotros, pero no, normalmente, no somos el empollón gafotas de clase, ni el listillo que recita los afluentes de todo el mundo por orden alfabético inverso, ni el tío ése que hace sumas a velocidad supersónica en la tele (sietbrumsagfddosmmiosgrfrmmm mmannguerrmmt... ¡setecientos veintiocho mil cuatrocientos cuarenta y dos!).

El alto CI no nos hace más cultos, ni mejores personas, ni tener más memoria, ni nos capacita para arreglar los problemas del mundo, pero nos hace diferentes. Supongo que nuestros procesos mentales son distintos a los de la gente que no lo tiene, más ágiles (quizás encontramos soluciones más rápidamente o más ingeniosas o lógicas), más profundos (no nos conformamos con un “porquesí”, siempre intentamos encontrar la raíz de las cosas). Supongo que somos más rebeldes -o inconformistas- (ante la insistencia del “es así y punto”), más perfeccionistas (“tiene que haber otro modo de hacerlo”) -lo que nos dificulta trabajar en equipo- y que tenemos un sentido del humor un poco especial (entre otras muchas cosas en las que ahora no caigo).

A la gente no le gusta (no nos gusta) lo que es distinto, lo que no entiende, y lo mira de reojo o lo aparta definitivamente. Nosotros, desde pequeños, intentamos integrarnos (vivimos en una sociedad gregaria y a nadie le gusta sentirse apartado), pero son los demás los que, muchas veces, nos rechazan. Como dice una amiga, si eres distinto en inferioridad, despiertas ternura y la sociedad te acoge, te ayuda y te protege, pero si eres distinto en algo que consideran “superioridad”, despiertas recelos.

A algunos maestros no les gusta tenernos por alumnos, a la mayoría de jefes no les gusta tenernos por empleados, a mucha gente no le gusta tenernos por compañeros de trabajo. Con el tiempo, hemos aprendido que disimulando nuestra condición es más fácil convivir. Entonces ¿por qué hacerlo público?

Cuando lo dices, o se sabe, hay varias reacciones: gente que no se sorprende (normalmente, los amigos de confianza), pretendientes que desaparecen, jefes que te presionan, compañeros que se vuelven recelosos y descubren el placer de hacerte la puñeta, algunos que te toman por una enciclopedia de “El Gran Saber” y empiezan a consultártelo absolutamente todo... pero lo que me fastidia más es algo en lo que, tarde o temprano, caen prácticamente todos cuando me equivoco o cuando no sé algo (es decir, en mi caso, casi siempre) ”¿No eras tan lista?” “¿No lo sabías todo?” “Mira, la superdotada” (palabra que odio/odiamos, por cierto).

A parte del ”Uy... cuidado... a ver si va a ser una secta...”, una de las preguntas que surge casi siempre es ”Vale, muy bien, qué lista eres y bla bla pero ¿por qué te has hecho de Mensa?”. Y yo qué sé, si fuera de una asociación de madres separadas no me lo preguntarían, ¿no?. Supongo que para estar con gente como yo, para pasármelo bien y para, a ratitos, dejar de sentirme diferente o de esforzarme en ser correcta.

Ser mensista no implica dejar de ser no-mensista. En todo caso, son los no-mensistas los que parecen no tenerlo claro.