El ascensor
Supongo que, a estas alturas, algunos de vosotros ya sabréis que la otra madrugada, Rapun “la princesita morada”, Jofan “Il bravo pompiere”, Beor “Je suis le chocolat” y la que suscribe, nos quedamos encerrados en el ascensor de mi casa.
Para acallar los rumores que se están extendiendo sobre lo que aconteció o no en el cubículo y evitar que se convierta en una leyenda urbana, voy a narrar los hechos tal como ocurrieron.
Sucedió en Terrassa, en una madrugada de esas en las que los mediterráneos parecemos esquimales folclóricos (tapados hasta las cejas y dando palmadas y zapatazos para hacernos pasar el frío) y los mesetarios pasean su cuerpo serrano en jarras, con la chaqueta colgando despreocupadamente de un brazo y sonriendo desafiantes al viento del norte.
Llegamos a mi casa pasadas las tres y cuarto, con ganas de agarrar la cama. A medida que nos íbamos encajando en ese ascensor miseria –bolsas incluidas- me vino a la memoria la imagen del día anterior, cuando, al intentar montarme en el aparato, una vecina mayor que ya estaba dentro me dijo “
si no le importa, subo yo sola, que éste no está muy cristiano y a ver si con tanto peso se va a parar”, palabras a las que respondí con una de mis mejores sonrisas mix, mosqueo y condescendencia, mezcla de “
¿me está usted llamando gorda, vieja?” y “
qué yaya tan dulce… seguro que aún cree que dentro de su tele hay una colonia de enanitos…”.
“
Ay… qué tiernos son nuestros mayores” iba pensando yo mientras le decía a Beor que se echara más para allá, que seguro que cabíamos los cuatro. Y le dimos al botón del quinto. El ascensor cerró las puertas, se quejó y empezó a subir. Bueno… si es que se puede decir subir al hecho de desplazarse unos tres centímetros cada minuto… El aparato soltó un estertor y dejó de quejarse. Y de moverse. Justo entre el 2º y el 3º
Nos miramos los cuatro, sonriendo nerviosamente, en una combinación de “
buenoooo, no pasa nada, me quedo yo atrapado en los ascensores cada dos días y mírame, tan pancho” y “
¡Dios mío, vamos a morir!”
Nuestra primera reacción fue empezar a tocar botones, a ver si así la cosa iba para arriba o para abajo, pero, ante el nulo resultado, se precipitaron los acontecimientos. La verdad es que a partir de ahí, no recuerdo muy bien lo que pasó.
Vi pasar delante de mí un bultito morado. Era la cabeza de Rapun, que se había desmayado. Yo, que no me amedrento ante ningún peligro, acto seguido, para tranquilizar a los demás, empecé a gritar “
¡no quiero morir! ¡no quiero morir! ¡oigo a mis hijas toser! ¡sacadme de aquí! ¡no quiero morir!".
Ni corto ni perezoso, todo él nervios de acero, Il bravo pompiere se quitó la chaqueta, con la que cubrió el cuerpo inerte de su novia, se sentó encima de ella y, sacando su palm del bolsillo, echó una partidita de algo. Mientras, Beor –el cerebro de la expedición- desenfundó su carnet de mensa y empezó a destornillar los tornillos del techo. Al cabo de 7 horas, dos minutos y treinta y tres segundos, el techo cedió, exponiendo a nuestra vista el entramado de cables. “
mmm… necesito subir allí arriba” –dijo Beor rascándose su alienígena cabeza y sin darse cuenta de que acababa de decir una redundancia- y Jofan no se lo pensó dos veces. Se levantó de un salto, le agarró, se lo sentó al hombro y –cual John Silver- brincó para arriba, agarrándose a los cables.
Empezó a trepar sin miedo, animado por mis jaleos “
¡por Dios, sacadme de aquí! ” “
¡creo que el barça ganará la liga!” “
¡no puedo respirar!”. Poco a poco, sus musculosos brazos ganaron terreno a la altura, hasta llegar al centro neurálgico de la máquina. Se apuntaló plantando un pie a cada lado de la pared y sujetó a Beor, que se puso a manipular el motor. “
Creo que ya lo tengo -dijo éste mientras iban cayendo tornillitos a mi cabeza-
tranquilízate, mkxis ” –añadió. “
¡Me ahogo! –contesté con serenidad -
¡voy a morir! ¡que alguien me ayude! ".
Inmediatamente, con gran estruendo, uno de los cables se soltó. Jofan, con sus reflejos adquiridos en los duros campos de batalla de Zaragoza, agarró el cable que ya caía “
por Dios, ¿qué ha pasado? ¿qué has hecho, Beor? ” –gritó- “
Y yo qué sé” -respondió Je suis le chocolat-
es que no está en Linux…”.
El sudor empapaba la frente de Jofan, el cable se escapaba lentamente de sus manos ensangrentadas, Beor se frotaba los ojazos y murmuraba “
r m, r m”, el ascensor oscilaba, el pelo de la princesita morada, peligrosamente cercano a la pared, amenazaba con dejar su rastro indeleble si el aparato descendía, yo intentaba sujetarla, sin importarme que mis manos quedaran azules, mientras pateaba las puertas al ritmo de “
¡que venga el ejército! ¡que venga el ejército!", Jofan, con gran entereza, no desfallecía "
¡suelta a ésa que destiñe y salva la palm!" …
De repente, la cara de la vecina del sexto se me plantó delante diciendo “
ya hemos encontrado la llave maestra, podéis salir".
Y esto es todo, tal como pasó, punto por punto. Vaaale, acepto que tenía mucho sueño y que podría ser que no lo recuerde bien, pero yo diría que fue así... En todo caso, si alguien tiene algo que decir, que lo escriba en su blog.