suspensivos

lo que hay

miércoles, febrero 26, 2003

Porroncillo

Sin pedirle permiso a mi agente, he añadido un enlace al blog de porrón, a.k.a. "el asesino de moscas inocentes que tienen la osadía de pasear ingenuamente por su mantel de papel en los restaurantes vascos de Vilafranca". Creo que vale la pena leer sus penalidades de la vida ésta humana que nos ha tocado.

Vaya, que le ha tocado a él, porque... buenooo... leedle y sabréis.

PD. Acabo de leer en el periódico que llevaba un señor en el tren (soy catalana, para qué gastar un duro en prensa si puedo estar informada arrimándome disimuladamente a la gente...) que hubo un earthquake pequetito en la Catalunya central, tierra de nuestro sin par Porrón... ansiosa estoy por leer las posibles consecuencias.

domingo, febrero 23, 2003

El ascensor

Supongo que, a estas alturas, algunos de vosotros ya sabréis que la otra madrugada, Rapun “la princesita morada”, Jofan “Il bravo pompiere”, Beor “Je suis le chocolat” y la que suscribe, nos quedamos encerrados en el ascensor de mi casa.

Para acallar los rumores que se están extendiendo sobre lo que aconteció o no en el cubículo y evitar que se convierta en una leyenda urbana, voy a narrar los hechos tal como ocurrieron.

Sucedió en Terrassa, en una madrugada de esas en las que los mediterráneos parecemos esquimales folclóricos (tapados hasta las cejas y dando palmadas y zapatazos para hacernos pasar el frío) y los mesetarios pasean su cuerpo serrano en jarras, con la chaqueta colgando despreocupadamente de un brazo y sonriendo desafiantes al viento del norte.

Llegamos a mi casa pasadas las tres y cuarto, con ganas de agarrar la cama. A medida que nos íbamos encajando en ese ascensor miseria –bolsas incluidas- me vino a la memoria la imagen del día anterior, cuando, al intentar montarme en el aparato, una vecina mayor que ya estaba dentro me dijo “si no le importa, subo yo sola, que éste no está muy cristiano y a ver si con tanto peso se va a parar”, palabras a las que respondí con una de mis mejores sonrisas mix, mosqueo y condescendencia, mezcla de “¿me está usted llamando gorda, vieja?” y “qué yaya tan dulce… seguro que aún cree que dentro de su tele hay una colonia de enanitos…”.

Ay… qué tiernos son nuestros mayores” iba pensando yo mientras le decía a Beor que se echara más para allá, que seguro que cabíamos los cuatro. Y le dimos al botón del quinto. El ascensor cerró las puertas, se quejó y empezó a subir. Bueno… si es que se puede decir subir al hecho de desplazarse unos tres centímetros cada minuto… El aparato soltó un estertor y dejó de quejarse. Y de moverse. Justo entre el 2º y el 3º

Nos miramos los cuatro, sonriendo nerviosamente, en una combinación de “buenoooo, no pasa nada, me quedo yo atrapado en los ascensores cada dos días y mírame, tan pancho” y “¡Dios mío, vamos a morir!

Nuestra primera reacción fue empezar a tocar botones, a ver si así la cosa iba para arriba o para abajo, pero, ante el nulo resultado, se precipitaron los acontecimientos. La verdad es que a partir de ahí, no recuerdo muy bien lo que pasó.

Vi pasar delante de mí un bultito morado. Era la cabeza de Rapun, que se había desmayado. Yo, que no me amedrento ante ningún peligro, acto seguido, para tranquilizar a los demás, empecé a gritar “¡no quiero morir! ¡no quiero morir! ¡oigo a mis hijas toser! ¡sacadme de aquí! ¡no quiero morir!".

Ni corto ni perezoso, todo él nervios de acero, Il bravo pompiere se quitó la chaqueta, con la que cubrió el cuerpo inerte de su novia, se sentó encima de ella y, sacando su palm del bolsillo, echó una partidita de algo. Mientras, Beor –el cerebro de la expedición- desenfundó su carnet de mensa y empezó a destornillar los tornillos del techo. Al cabo de 7 horas, dos minutos y treinta y tres segundos, el techo cedió, exponiendo a nuestra vista el entramado de cables. “mmm… necesito subir allí arriba” –dijo Beor rascándose su alienígena cabeza y sin darse cuenta de que acababa de decir una redundancia- y Jofan no se lo pensó dos veces. Se levantó de un salto, le agarró, se lo sentó al hombro y –cual John Silver- brincó para arriba, agarrándose a los cables.

Empezó a trepar sin miedo, animado por mis jaleos “¡por Dios, sacadme de aquí! ” “¡creo que el barça ganará la liga!” “¡no puedo respirar!”. Poco a poco, sus musculosos brazos ganaron terreno a la altura, hasta llegar al centro neurálgico de la máquina. Se apuntaló plantando un pie a cada lado de la pared y sujetó a Beor, que se puso a manipular el motor. “Creo que ya lo tengo -dijo éste mientras iban cayendo tornillitos a mi cabeza- tranquilízate, mkxis ” –añadió. “¡Me ahogo! –contesté con serenidad - ¡voy a morir! ¡que alguien me ayude! ".

Inmediatamente, con gran estruendo, uno de los cables se soltó. Jofan, con sus reflejos adquiridos en los duros campos de batalla de Zaragoza, agarró el cable que ya caía “por Dios, ¿qué ha pasado? ¿qué has hecho, Beor? ” –gritó- “Y yo qué sé” -respondió Je suis le chocolat- es que no está en Linux…”.

El sudor empapaba la frente de Jofan, el cable se escapaba lentamente de sus manos ensangrentadas, Beor se frotaba los ojazos y murmuraba “r m, r m”, el ascensor oscilaba, el pelo de la princesita morada, peligrosamente cercano a la pared, amenazaba con dejar su rastro indeleble si el aparato descendía, yo intentaba sujetarla, sin importarme que mis manos quedaran azules, mientras pateaba las puertas al ritmo de “¡que venga el ejército! ¡que venga el ejército!", Jofan, con gran entereza, no desfallecía "¡suelta a ésa que destiñe y salva la palm!" …

De repente, la cara de la vecina del sexto se me plantó delante diciendo “ya hemos encontrado la llave maestra, podéis salir".

Y esto es todo, tal como pasó, punto por punto. Vaaale, acepto que tenía mucho sueño y que podría ser que no lo recuerde bien, pero yo diría que fue así... En todo caso, si alguien tiene algo que decir, que lo escriba en su blog.

jueves, febrero 20, 2003

Mobáil

Soy una persona despistadilla (vaaaale, atolondrada…) y acostumbro a olvidar cosas en los sitios, o a dejarlas donde no es (aún recuerdo el día que, al abrir la nevera, me encontré con un precioso bote de fairy en un estante de la puerta. Por suerte, soy muuuy lista y, en menos de 45 minutos, había hecho un concienzudo análisis de la situación que me llevó a la conclusión de que lo que faltaba era la botella de leche, y en otros no menos de 45 minutos, deduje -con esa facilidad investigadora que me caracteriza- que la susodicha leche estaba debajo del lavadero, al lado del ajax polvo).

Bueno, a lo que iba, que hoy, con las prisas y eso, he olvidado el paraguas y el móvil en el trabajo.

Mira, que llueva a cántaros y no lleve paraguas… vale, no es ninguna desgracia, que de algo tienen que vivir los farmacéuticos, pero… ¿el móvil? Dios mío, ¡qué mono de móvil!

Normalmente, el aparatito vuelve a casa sin haberse despeinado (que ni lo toco, vamos) pero… ¿no tenerlo? ¿no saber que está ahí? (mi tesooorooo) ¡qué angustia!

Ni os imagináis el viaje de vuelta a casa, removiéndome en el asiento del tren, imaginándome llamadas sonando sin cesar en la oscuridad de la oficina (por cierto, esto… ¿disparará la alarma?), pensando en las cientos de grandes oportunidades perdidas (imaginaos que al Hombre de Mi Vida se le ocurre llamarme precisamente hoy…)

Y, lo peor, en el tren había un montón de gente con móvil. Era como en la película esa antigua de las cientos de mecanógrafas tecleando, hileras e hileras de gente con el teléfono en la oreja, sonriendo orgullosos, mirándome con cara de “esa pardilla no tiene, ja!”. A punto he estado de levantarme y gritar en medio del pasillo, con el puño alzado, cual Escarlata (*) “¡Juro por Dios que tengo móvil!”, pero la angustia me podía, las piernas no me respondían, y me he quedado allí, encogidita en el asiento, con cara de plátano, los ojos desorbitados, pidiendo clemencia.

Lo que hubiera dado por poder responder con todos ellos, al unísono “Hola! […] en el tren!” y luego, al llegar a la estación de Les Planes, soltar también a coro “el qué?… oye, que te pierdo…”, porque yo no sé bien de qué va, pero lo dicen todos cada día, seguro que es un código o algo, una jerga de gente mobáil. Jolín, con el tiempo que llevo ensayando en casa, delante del espejo… igual hoy hubiera sido el día…

Y luego, hala, por si no tenía bastante calvario, todos con el píí-píí/píí-píí ese de los mensajes, con esas caras radiantes que lo dicen todo… he intentado asomarme a un par de pantallitas vecinas, a ver si por casualidad eran para mí o algo, pero con eso de los móviles la gente se vuelve como posesiva y los han apartado de mi vista.

Quién sabe… quizás hoy me han mandado también montones de mensajes y hubiera podido sentirme integrada… y, encima, claro, con la mala suerte que tengo, seguro que se le acaba la batería y mañana ni me entero de quién me ha llamado ni de qué mensajes encendidos me han enviado.

En fin, qué le vamos a hacer. Ya me servirá de escarmiento para no dejármelo nunca más… Y, oye, que si me llamáis un día por casualidad y me oís diciendo “Hola […] en el tren!”, que sepáis que estaréis hablando con la mujer más feliz del mundo.

(*) mención de personaje descaradamente dedicada a Miguel, con todo mi amor... ais...

sábado, febrero 15, 2003

Cosas que me gustan – 4

Me gusta dormir.

Me gusta esa sensación de que el mundo se me va, de mezclar ruidos y voces externos con mi dulce sopor, creando una confusión de sueños y realidad, donde no sé si lo que medio percibo es real o forma parte de mis deseos más recónditos.

Me gusta meterme en mi cama, arrebujándome con el edredón. Sentir cómo los músculos y los huesecillos se ponen en su sitio (como niños de una clase alborotada cuando entra el profesor), el cuerpo se relaja, la sangre se ralentiza, alisando las venas, y todo se calma.

Ecos… de alguna tele, de alguna despedida en la calle, del zumbido de algún coche que regresa a casa… Cierro los ojos abandonándome al olor a sábana limpia. Miles de imágenes, preguntas, dudas, sonrisas y palabras se pelean por ser las últimas en mi conciencia, por ser las primeras en interpretar los sueños de esa noche.

¿Morir será parecido a dormir? Me zambullo en la nada.

miércoles, febrero 12, 2003

Escribir

Mireia y Cora escriben, y lo hacen bien. Podéis pensar que lo digo porque son mis hijas y que qué voy a decir yo… pero no lo creo, me considero crítica en este sentido (¿deformación profesional?).

Mireia escribe poco, pero, cuando lo hace, crea unas historias realistas con un lenguaje sorprendentemente maduro, que me maravillan. Cora tiene mucha imaginación y escribe más. Sus escritos son curiosamente empáticos, es capaz de describir sentimientos de personas en situaciones que ella ni siquiera ha husmeado.

Lo que reproduzco a continuación (con su permiso, claro) es el último relato corto de Cora. Se supone que habla un parapléjico en silla de ruedas.

    Mi vida

    No es sólo verme; es sentirme vivo, oír los latidos del corazón. Sentir el viento romperse en mi cara. Percibir cómo algo corre dentro de mí; a veces sin saber por qué.

    Es abrir los ojos cada mañana y notar el aviso de un nuevo día en mis pupilas.

    Saber que el mundo me espera, ansioso por dibujarme –aunque no siempre de colores- otro día.

    Es aspirar a un futuro.

    Es notar el frío en los nudillos, mientras me empujo hacia mi destino, que no deja de ser mi vida. Simple y única como las demás.”
Sí, esos borrones son mis lagrimillas orgullosas.

lunes, febrero 10, 2003

Alegría

David me dice que ha leído “tristeza” y me pregunta que para cuando “alegría”.

Su comentario me ha sorprendido un poco (confieso que sólo un poco) y he releído las últimas entradas. Reconozco que tienen un tono triste, aunque no he pretendido dárselo a propósito. Me gusta transmitir sensación de ánimo, pensar que la gente me lee porque les hago sonreír, por lo que me fastidia bastante lo que acabo de comprobar.

Supongo que estas últimas entradas explican cosas de la vida. Y la vida, muchas veces, es triste. Es evidente que no controlo lo que nos pasa (dónde venden el programa, por favor) y, últimamente, mi entorno está triste. Me duele que unas cosas no salgan bien, que otras se terminen, que algunas personas a las que quiero me alejen de ellas (cómo quisiera calmar mi aflicción) y no poder rebelarme… Me duele el sufrimiento de mis amigos. Me duele la impotencia.

Mi vida, como la de todos, también tiene sus complicaciones y quizás estos últimos días me he dejado llevar un poco por mi entorno. No quiero ser injusta, también tengo amigos felices, con nuevas ilusiones que me alegran, con esperanzas que les iluminan la cara, con ánimos de sobra para repartir. Entonces, ¿por qué fijarme en la camarera triste y no en el chico feliz?

He pensado. Si a mis amigos tristes les alcanza la voluntad para leer este blog, no quiero ser un muro de las lamentaciones, prefiero ser para ellos la secretaria de la historia "el valor de una sonrisa", de Isabel.

sábado, febrero 08, 2003

Tristeza

Hoy he ido a tomar un cortado (corto, leche fría, por favor). Era media mañana, un barrio tranquilo, el bar casi vacío.

Me he sentado en la barra y, en ese vagar de ideas por el que vamos saltando cuando no queremos pensar (on/off), no he podido evitar fijarme en la camarera.
Tenía un aspeco triste y cansado -muy triste y cansado- y se manejaba lentamente por su espacio. Tres veces ha entrado una señora (debía de ser una vecina), para darle un recado, para enseñarle lo que se había comprado, para charlar de no sé qué. Ella la miraba, pero sólo respondía cuando la otra le preguntaba "¿équesí?". Entonces afirmaba con la cabeza y sonreía ligeramente, pero era una sonrisa muerta, no se movía de sus labios...

Ha sacado las cosas del lavavajillas y se ha puesto a ordenarlas. Sus gestos eran lentos y cansinos, pero metódicos. Ha recolocado platos, cubiertos, vasos, tazas, ceniceros, por tamaño, por estanterías, creo que incluso por colores... He pensado que si yo estuviera tan triste no podría hacerlo...

Me he preguntado qué le pasaría. Quizás arrastre una muerte, o su marido no haya dormido en casa esta noche, o su hermana esté enferma... quizás sólo sea que le duele arrastrarse por aquí...

Podría haberle preguntado. Podría haber hablado con ella, pero vivo en este mundo.

He salido a la calle. Me ha parecido raro que brillara el sol. Un chico sonreía mirando su móvil.

Els forats tenien raó,
hi ha massa gent
-zero a l'esquerra-

viernes, febrero 07, 2003

The Show Must Go On

Empty spaces - what are we living for
Abandoned places - I guess we know the score
On and on, does anybody know what we are looking for...?
Another hero, another mindless crime
Behind the curtain, in the pantomime
Hold the line, does anybody want to take it anymore?
The show must go on,
The show must go on
Inside my heart is breaking
My make-up may be flaking
But my smile still stays on.
Whatever happens, I'll leave it all to chance
Another heartache, another failed romance
On and on, does anybody know what we are living for...?
I guess I'm learning, I must be warmer now
I'll soon be turning, round the corner now
Outside the dawn is breaking
But inside in the dark I'm aching to be free
The show must go on
The show must go on
Inside my heart is breaking
My make-up may be flaking
But my smile still stays on.
My soul is painted like the wings of butterflies
Fairytales of yesterday will grow but never die
I can fly - my friends
The show must go on
The show must go on
I'll face it with a grin
I'm never giving in
On - with the show -
I'll top the bill, I'll overkill
I have to find the will to carry on
On with the -
On with the show -
The show must go on...

jueves, febrero 06, 2003

AEfon

He añadido un enlace al blog de Albert. Me gusta. Entre otras cosas, porque más que escribir, habla.

Una frase, al azar:
t'has pensat que el mim et donava el seu cor, quan en realitat només es gratava el pit.

miércoles, febrero 05, 2003

Desgaste

El otro día leí un artículo de Ramón de España. Hay gente con la que uno sólo comparte el espacio y el tiempo, decía.

Hay personas con las que se presupone que uno tiene que compartir muchas cosas. Es natural pensar que nuestros mejores amigos tienen que ser esas personas que han estado ahí desde el principio, participando en nuestros hechos, viviendo nuestras mismas experiencias… pero no contamos con la vida.

Vivir nos condiciona, nos machaca, nos hace evolucionar (en uno u otro sentido). Amigos con los que habíamos compartido descubrimientos, aventuras, placeres, miedos; con los que habíamos planeado leales futuros emocionantes… de repente, no son nada nuestro. Es como si hubieran vivido rozando tantas paredes que se nos han desgastado.

Te das cuenta de que estás hablando con un desconocido y te preguntas cuándo os perdisteis, en qué momento él se adelantó, o se sentó a esperar, y tú no te fijaste…

Quizás vivimos demasiado inmersos en nuestro propio mundo y los demás no son nada más que sombras, comparsas de nuestro ego, figurantes en nuestras grandes trascendencias. Quizás tendríamos que aprender a mirar, a esperar a los rezagados, o a correr para alcanzar a los que van delante… pero es más fácil esperar a que muevan los demás.