Grandes descubrimientos
Seguro que habréis pensado: “anda, la Cristina, cuánto tiempo sin escribir…! ésa lo que es es una vaga de cuidado…!”. Pues noííjanó, que diría el insigne Ozores (autor, entre otras tesis, del tratado
“Mil maneras de poner nerviosa a Cristina”), todo este tiempo he estado pensando. Y he hecho un gran descubrimiento (no, descubierto no, eso es lo de las cuentas del banco –que, bueno, también tengo, pero no creo que ahora venga al caso).
He descubierto (anda! a ver si va a resultar que sí venía al caso… hmm… un momento que voy a buscar el diccionario de sinónimos). Decía que he hallado (uy, no, no es lo mismo…) bueno, he loquesea una cosa: que lo peor que le puede pasar a uno (y a mí, si estoy cerca) es tener mucho tiempo y poco trabajo.
Un ejemplo claro está en la jefa de mi amiga (sí, esa amiga que –casualmente- se llama como yo). Su coexistencia laboral se basa en una desmesurada proporcionalidad inversa; cuanto menos trabajo tiene su jefa, más cargada va ella (no, de copas no, que ya dejó el régimen aquél). Y, bueno, este hecho dificulta bastante su relación digamos amistosa. Ahí está mi amiga, ojos enrojecidos fijos en el monitor, intentando averiguar por qué si la celda tiene la fórmula bien aplicada el resultado no es el que debería ser, o cómo –rayos- le tiene que decir al gráfico que los datos que quiere que recoja son los que ella le dice y no los que él quiere (por muy bonitos que queden los colores así), o… en fin, cualquier tontería de esas con las que se obstina en pasar el rato; y ahí está su jefa, haciend… escrib… llamand… bueno, ahí está su jefa.
A la jefa le gusta mucho el interfono. Que las separen dos o tres metros y que hable a gritos mirando a mi amiga, de espaldas al aparatito, es irrelevante, mantienen largas conversaciones por esa vía (básicamente, son largas porque el tener que vocear para que su jefa la oiga a través del cristal, les añade la diversión de repetirlo todo un mínimo de tres veces –aunque debo decir, en descargo de su jefa, que alguna vez la comprensión dialectal se ha visto favorecida por el hecho de que ha desconectado el interfono
“espera, que apago esto, que no me deja oír”). Un ejemplo de interesante charla es la que reproduzco a continuación (para entendimiento del lector, aclaro que “jefa” es la jefa y “ella” es ella):
jefa: -que quería mirar una cosa de una web pero clico encima y no se me abre nada
ella: -¿te sale la manita?
jefa: -¿qué?
ella: -que si te sale la manita
jefa: -¿cómo?
ella: -si ves una manita!!
jefa: -¿si tengo qué?
ella: -la flechita esa que se mueve cuando mueves el ratón, ¿se te convierte en manita cuando te pones encima de la cosa?
jefa: -¿qué cosa? ay, no te oigo…
Como se puede deducir fácilmente, todas sus pláticas vía interfono terminan con
ella dejando para más adelante sus peleas con ese excel tan urgente para levantarse e ir a ver qué le pasa a la manita de
jefa.
ella: -a ver, ¿dónde quieres entrar?
jefa: -no, quería ver esto tan interesante, pero no se me abre nada
ella: -mueve el ratón por la zona hasta que la flecha se te convierta en una mano pequeña… ¿ves? ahora clicas.
jefa: -ah, vale! clico cuando sale la manita!
(claro, si es que
ella también es la pera, haberlo dicho!)
jefa: -es que mira qué interesante: “Semana Santa en Roma por 340 euros”, está tirado.
ella: -ah, ¿vas a ir a Roma?
jefa: -¿a Roma? no ¿por qué?
ella: -…
jefa: -por cierto, mi hijo le ha regalado un viaje a su mujer que bla bla bla…
(raudal de blablases –que a
ella le interesa tanto como el cambio del rand sudafricano- amenizado por intercalaciones de
ella [“aha” “humm” “oh” “je” “ah”], un poco nerviosa pensando que, espera, a ver si no me salía porque igual no he tenido en cuenta la segunda columna y que ostras, no he guardado el trabajo, a ver si se va a ir la luz mientras tanto y voy a tener que empezarlo de nuevo).
jefa: -bla bla bl… oye ¿cómo tienes aquel informe? supongo que estará ya ¿no?
ella desaparece por el foro, entre convulsiones de hombros.
Otros ejemplos de inicios de sugestivas conversaciones pueden ser “mira qué bultito me hace la falda aquí”, “¿has visto el chiste del periódico?”, “¿crees que estos libros quedarían mejor en esta estantería?”, “¿viste ayer hotel glamour?”, “¿puedes escanear estas fotos de mis nietos?”, “este cajón parece que no encaja bien”…
En mis investigaciones, he llegado a la importante conclusión de que tener exceso de tiempo libre produce graves lesiones en los nervios auditivos y ópticos que pueden llegar a producir sordera y ceguera. Para comprobarlo, basta con dos experimentos:
Experimento A
Se trata de ponerse en actitud de
“estoy trabajando como un loco, qué de culo voy, esto tiene que estar dentro de media hora y no tengo ni la mitad”. El trajín originado resulta un atractivo irresistible para el desocupado, que acudirá veloz a dar conversación. Se podrá observar, entonces, que el sujeto parece no oír nuestros comentarios de “vale, vale, después hablamos” y parece no ver que nos hemos vuelto de espaldas, en un gesto que se podría interpretar –si no estuviéramos realizando un experimento- como de falta total de consideración social.
Experimento B
Entrar en una lista de correo, sacar algún tema irreconciliable (
“guerra en Irak”, “el gobierno”, “redacción de normas para regular el funcionamiento de algo”, “aspectos estéticos de la clonación humana, ¿a quién clonar? ¿al padre –moreno y cachas- o a la madre –rubia y esbelta?”, etc., aunque, últimamente, parece ser que el asunto
"Re:Re:Re:Re:Re:Re:Re:" también está dando bastante de sí) y esperar. Es otro cebo que nuestro conejillo de indias no podrá resistir y se dedicará a escribir largos correos manifestando su opinión. Se podrá observar, entonces, que el sujeto parece padecer un tipo de ceguera y sordera selectivas que, si bien le permiten leer los correos de los demás, le producen la incapacidad de apreciar en ellos las llamadas a que abrevie, a que recapacite o a que se calle.
Y aquí termino por hoy mi disertación. ¿Larga? bueno, ya he avisado que no hay nada peor que estar cerca de alguien que tiene demasiado tiempo libre… Si se me permite, voy a seguir pensando…