suspensivos

lo que hay

viernes, septiembre 19, 2003

Gente

Sé que ya lo he dicho, pero me gusta mirar a la gente. Me encanta observarles y, a través de sus movimientos, expresiones y gestos, montarme las películas de sus vidas. A veces, en esos fines de semana en los que me toca confinarme en casa para estudiar o trabajar, cuando me siento muy agobiada, me voy un rato al parque que hay delante de casa. Me siento en un banco y dejo abiertas las puertas para que intuición y fantasía se confabulen. Media horita para que el mono se eche una siesta y regreso un poco mejor,

También por eso me gusta el tren. Sobre todo, por la noche. Por la mañana, van casi todos leyendo el periódico, durmiendo, o con cara de mal humor (quizás pensando en si les renovarán el contrato, o en qué sorpresa tendrá la jefa hoy para ellos, o en ese examen que, vaya, tenía que haber estudiado más). Pero por la noche, la gente, cansada, baja la guardia. Los que van acompañados se relajan y cuentas cosas sin que parezca importarles que yo las oiga; los que van solos sacan su libro o sus papeles y no les preocupa que yo vea en qué trabajan o de qué será el examen de mañana.

A mí tampoco me importa que me vean escribir, pero a veces pienso si se preguntarán a qué me dedico o qué estoy haciendo, con mi libreta llena de letra diminuta (para que lo que escribo sea sólo mío), de tachones y de marcas y flechas señalando a los párrafos su lugar adecuado. A lo mejor me tienen por un poco loca. A veces corrijo los borradores del omnia, con marcas muy rojas, y pienso que a lo mejor se dicen “anda, a ver si la loca ésta es profesora”.

Cuando empezaba esta entrada, iba a hablar de algunos de mis compañeros de viaje, pero, como siempre, se me ha enredado el pensamiento en alguna rama y creo que lo voy a dejar; últimamente me salen entradas muy largas y no me gusta, son pesadas.

Me voy a apuntar que un día de éstos tengo que hablar del señor del amuleto, del bocas, de los del Clínico, de la segunda parte de la señora oronda del abanico y de cómo resolví el asunto del ladrón de *mi* tiempo. Pero ahora voy a guardar el boli y la libreta, estamos llegando a Terrassa y la chica que está al otro lado del pasillo lleva un buen rato estirando el cuello. Que descanse, que el myolastan es muy malo...

domingo, septiembre 14, 2003

Solidaridad y medallas

Hace poco, en una lista de correo a la que estoy suscrita, un colistero sacó el tema del abandono de nuestros ancianos. Inmersos como estamos en esta sociedad consumista y productiva, nos es más fácil colocarlos en una residencia que pagarles lo que les debemos (que no es poco) cuidándoles. Este mensaje generó algunos de respuesta y el tema fue desviado a los niños, explicando/loando lo buenos que somos algunos.

No contesté a esos mensajes porque soy una vaga de cuidado. Ganas y picor en los dedos tenía, pero me da una pereza terrible entrar en esas discusiones normalmente tan absur ehem interesantes que son habituales en las listas [“igual no me he explicado bien” “perdona, el que no se habrá explicado bien serás tú” “ya, si eso decía, que no me habré explicado bien” “¿me estás llamando algo?” “no, no, que digo que la culpa es mía” “¿que tengo yo la culpa?” “no, no, si estamos de acuerdo” “de acuerdo estarás tú con tu padre” “¡señooo...!”]. Para qué sufrir, teniendo un blog en el que no hay guapo que me chiste...

Y es que ése es un tema que me calienta; hijos, abuelos, solidaridad y demás. Creo que casi todo el mundo tiene esa conciencia social de proteger y ayudar al más débil; no es ningún mérito, es un instinto innato. Sinceramente, ¿cuántos de nosotros somos capaces de ver imágenes de niños de la calle, huérfanos de guerra o lo que sea sin querer llevarnos a unos cuantos a casa?. Por desgracia, también ahí entran la política y la burocracia. Que se lo digan a uno de mis hermanos, que lleva 3 o 4 años intentándolo. De todo ha visto, el pobre, desde “mmm... a ver con qué países tenemos convenio... me parece a mí que...” hasta “oh, claro, es que en los países de hispanoamérica se les ocurre se ponen a trabajar cuando nosotros ya salimos (15h) y así no hay quién coincida” (aclararé que mi hermano no vive exactamente en España) (aclararé más, por si cierta persona llegara hasta aquí (que no creo): no, en Catalunya tampoco. Ni en Valencia. Huy, ni en Baleares, que se me olvidaba).

En fin, que digo yo ¿no hay tanto desgraciado, tanto niño necesitado? coño, ¡pues que faciliten las cosas! que no diré que hagan jornadas de puertas abiertas “¡pase y llévese al niño que quiera!”, vale, pero si para ellos es quitarse un peso/gasto de encima y toda esa gente que está en la cola ha demostrado sobradamente, a través de humillantes pruebas físicas, psicológicas y dinerarias, que están capacitados para ser padres, ¿por qué tantos problemas?. Ays... perdonad que me dé la risa floja cuando oigo a alguien decir “no, yo no tendré hijos, yo adoptaré, que en el mundo hay muchos desgraciados”. pffff...

Pero dejemos el tema de las adopciones y a lo que iba. Me parece muy bien que se loe a esas personas que altruistamente acogen/adoptan a niños necesitados y cuidan de sus abuelitos, y no les voy a quitar el mérito, que bastante hacen. Pero, jolín, es que es su obligación, puesto que han tenido la suerte de que en el reparto de papeles les haya tocado un lugar privilegiado en cuanto a tiempo y dinero. Qué menos ¿no?

Hay un montón de personas que se levantan de madrugada para pasarse el día fregando escaleras y lavabos o encaramadas en un andamio, para que a los suyos no les falte de nada; las hay que incluso han sido capaces de dejar a sus hijos a miles de kilómetros de distancia (qué frío me da pensarlo) para intentar crearles una vida mejor en otra parte. Esas personas, claro, no podrán cuidar materialmente de sus mayores y tendrán que llevarles al asilo. Tampoco, evidentemente, podrán emprender la loable hazaña de adoptar a un niño africano, peruano o ruso. Quizás el único fruto y el único mérito de su esfuerzo será conseguir que sus hijos no pasen a engrosar la lista de acogibles/adoptables y, claro, eso, por imperceptible, no es muy de medalla.

Ya sé que me voy a los extremos, que hay puntos intermedios, pero qué queréis, me fastidian las cegueras selectivas, que se lleve las fotos la presidenta de la mesa del domund con su armani y su niño negrito adoptado en el regazo, mientras mi heroína está fregándole la casa y planchándole la ropa. Y vete a saber en qué condiciones.

viernes, septiembre 05, 2003

La jefa de mi amiga, capítulo 3.729

Mi amiga es de esas personas a las que se les llena la boca hablando de su autosuficiencia. Dice que ya de pequeña la educaron así y (agarrándote fuerte del brazo para que no huyas) añade que como la vida la ha llevado por caminos de ésos en los que o te espabilas o te pilla el toro, pues que se ha curtido más en lo de valerse uno solo (yo hago como que la escucho -que ya sabéis que es muy susceptible y en seguida se ofende- y le digo que “oh, sí, sí”, básicamente para que me suelte, pero lo que es en realidad es una penas de cuidado).

Debido a esa particularidad de su carácter (podría decir idiosincrasia, que me sé lo que significa, pero tampoco quiero parecer muy de cultura y eso) dice que le ponen nerviosa las personas excesivamente dependientes (que digo yo que qué será un dependiente excesivo... ¿ésos que te siguen hasta el probador?).

En fin, supongo que con el título que he puesto ya sabéis a dónde quiero llegar, a esas largas tardes que mi amiga, con los ojos muy brillantes (como de loca, digámoslo todo) se empeña en amenizar, con quejas y lamentos, hablándome de esa extraordinaria mujer que es su jefa. Dice que cuando su jefa empieza una frase con un “voy a...”, ya va guardando las cosas y poniendo puntos en por donde iba, porque sabe que terminará haciéndolo ella. Y me pone ejemplos, claro.

Según ella, un día, “voy a ver qué tiene este cd ” se convirtió en “cómo desmontar un pc”. Primero, como parece ser habitual, intentó solucionar las dudas de su jefa con gestos y gritos, a través del cristal que las separa:

Jefa: – ¿cómo se abre esto? (alzando la caja con el cd)
Ella: – abriéndolo (qué queréis, no da más de sí).
Jefa: – puñeta, no se puede –sacando la lengua y forcejeando con la cajita– espera, creo que ya... jolines, qué mal hacen estas cajas... a ver... mmpf...
Ella: - No, así n... espera, ya vo...
(Se oye un sospechoso crec)
Jefa: –mira, ya está! –mostrando triunfal una parte de la caja en cada mano.
...

Jefa: – ¿por dónde se pone?
Ella: – por arriba del todo de la parte del ordenador que está en el suelo, ahí donde pone “lg 52x” o algo así ¿lo ves?
Jefa: – hmm...
(Ella se incorpora)
Jefa: – ah! ya, ya! no hace falta que vengas. A ver, ¿cómo se pone? –enarbolando orgullosa el disco plateado y dándole vueltas– ¿así? ¿o así?
Ella: – así, así, con lo escrito para arriba
Jefa: –ah, así
Ella: – no, no, así no, al revés
Jefa: – ¿al revés? ¿cómo? ¿así? -–dándole dimensiones nuevas al cd, que mi amiga juraría que hasta ese momento sólo tenía dos caras.
Ella: – no, no, dale la vuelta
Jefa: – ¿así?
Ella (un poquito nerviosa): – no, ponlo plano, y la parte con letras y dibujitos para arriba
Jefa: – aah, así!
...

Jefa: – y ahora ¿cómo veo lo que tiene?
Ella: – espera un momento, a lo mejor tiene autoexe
Jefa: – ¿que tiene qué?
Ella: – espera un momento, a lo mejor se abre solo
...

Jefa: – oye, aquí no pasa nada
Ella: – ¿estás en el escritorio?
Jefa: – claro
Ella (sospechando): – en el escritorio del ordenador
Jefa: – aah! el escritorio... hmm...
Ella: – cuando la pantalla es verde y salen las fotos de tus nietos
...

(Ella se incorpora)
Jefa: – ah, sí, vale! no, no hace falta que vengas
Ella: – ¿ves arriba, a la izquierda, un dibujito en el que pone mi pc? pues clícalo
...

Ella: – dos veces
...

Ella: – dos veces muy seguidas
...

Ella: – ¿vengo?
Jefa: –no, no hace falta... mmm... ah! (triunfal) ya!
Ella: – ¿ves que te sale una venta... un cuadrado blanco en el que pone “disco de 3 y medio”, después “C” y después “D”?
Jefa: – uh? ah, sí!
Ella: – pues clica la d
...

Ella: – dos veces
...

Ella: – dos veces muy seguidas
...

Ella: – ¿vengo?
Jefa: –no, no hace falta... mmm... huy! eh? oh! dice que no se puede tener acceso

Aquí mi amiga, que ya había guardado todo y estaba un poco afónica, se levantó y fue a ver. Efectivamente, no se podía tener acceso. Abrió la unidad de cd y comprobó que estaba vacía, pero lo peor, según ella (lo más tierno, según yo) fue la cara (perdonad que me emocione, pero es que me la imagino llena de sorpresa infantil) de su jefa cuando dijo ”oh! ¿qué es esto que se abre?”.

Ella: – hmm... ¿por dónde has puesto el cd?
Jefa: – por aquí, pero no me habías dicho que se abría

Podría explicaros muchos más ejemplos de ésos que me pone mi amiga, pero se me está haciendo tarde y tendría que ir ya para casa, mejor lo dejo para otro día. Además, ¿para qué aburriros? si siempre es lo mismo, que lo único que le pasa es que es una amargada que sólo sabe ver defectos en esa persona que se preocupa tanto por ella; si seguro que sólo lo hace para que mi amiga pueda practicar. A ver, si tiene el cargo que tiene será porque vale, ¿no? Que se lo pregunten a Peters, vaya.

martes, septiembre 02, 2003

Abanicos

Parafraseando a Gila (y, de paso, demostrando lo vasto de mi bagaje cultural -¿o era basto?), cuando decía que el jersey es esa prenda que las madres ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío, diré que el abanico es ese adminículo con el que te da aire el que se sienta a tu lado cuando él/ella tiene calor.

Que vale, no digo nada si la acción transcurre bajo un sol como el de este verano, que parecía que se habían dejado la puerta del horno abierta, pero es que a veces... Porque están esos sitios (a los que desde estas páginas me ofrezco para dar cursillos -bien de precio- tipo “El termostato, ese amigo” o “¿Hay vida más allá de los 0ºC?") en los que, a pesar del efecto matrix que produce en las personas el choque del aire acondicionado al entrar, no te libras del simpático abanicador de turno.

Curioso aparato el abanico, socialmente hablando. No, no voy a tratar de su simbolismo gestual, más que nada porque lo desconozco totalmente (pues sí, va a ser basto, lo del bagaje). Lo aviso para que la próxima vez que me veáis no se os ocurra poneros en plan “le voy a decir a Cristina disimuladamente que me dé un vaso de agua”, porque seguramente sólo conseguiríais esa bonita expresión idiota, que me sale tan de natural, de “pero qué hace este loco con el abanico, que le va a dar a alguien”. Y deshidrataros, claro.

Pero, bueno, a lo que iba, abanico y sociedad. El otro día, yendo para casa en el tren (sí, ya sé, o cambio de vida o cambio el título del blog), fui testigo de un espectáculo muy interesante para mi otro yo sociólogo (sí, hombre, ése que no tengo). Se subió una señora (muy pija ella), se sentó a mi lado y se puso a darse/me aire. Yo venía de despedir a cierto Él y, con la pena y esas cosas, andaba absolutamente ensimonada (dándole conversación al mono del organillo, vamos), por lo que al principio no me percaté.

A veces, cuando oigo el despertador, intento despistarle incorporando el tí-tí al sueño que me ocupa en ese momento (fingiendo que es el busca de Keanu o que Liam llama a la puerta, por ejemplo), pero eso que llaman cerebro (y que parece ser que también tengo) siempre acaba jodien reaccionando y me devuelve al fascinante mundo de la vida real. Pues eso fue más o menos lo que pasó; poco a poco me fui dando cuenta de que ni ese persistente chec-chec-chec lo producían los besos que Él me tiraba, ni ese airecillo era provocado por Sus encantadores pestañeos.

Abrí los ojos y me removí en el asiento (un poco mosca), justo a tiempo de ver que otra señora (no tan pija y bastante más oronda) se sentaba delante de mí, aparato en mano. Cruzó una mirada retadora con la primera, abrió el abanico (rassss) y empezó su propia sintonía de chec-checs. La de mi lado no se amedrentó y, cogiéndolo con más fuerza, avivó el ritmo.

Lo que siguió fue digno de ser relatado por algún profesional de las retransmisiones de fútbol; d (la de delante) aceleró los manoteos, l (la de al lado) los hizo más cortos pero más intensos; d frunció el ceño, casi sacó la lengua y (en un gesto de ”desde aquí también sé, sígueme si puedes”) se alejó el abanico de la cara y amplió su recorrido; l, con los nudillos blancos por el esfuerzo, se lo acercó aún más y (sin atisbo alguno de temor ante la posibilidad de darle a su preciosa naricilla marca cirujano osea) embaló su juego de muñeca. La lucha fue encarnizada y parecía que iba a quedar en tablas, pero, de repente, vi que una gota de sudor comenzaba a resbalar por la sien de d, que empezó a perder la regularidad. Su abanico aleteó un poco más, perdiendo precisión, y, mirando a l con cara de ”no me rindo, es que me tengo que bajar”, cerró enérgicamente el abanico (catarrassssct), se levantó y se fue hacia la puerta con gesto digno (que aún faltaran sus buenos 5 minutos para llegar a la próxima estación y que al bajarse se quedara en el andén, consultando los próximos trenes con aspecto despistado, no pareció mermar su digna autoestima).

Entre el claro triunfo y el fresquito que hacía en el vagón, pensé que l dejaría de echarme ácaros y virus a la cara a golpe de remolino, pero no. Con esa mirada de ”ja! aún me quedaba cuerda para rato” siguió dándole al chec-chec-chec el resto del viaje.

Decidí relajarme, cerrar los ojos y decirle al mono que le diera cuerda al organillo, aún quedaba tiempo para soñar hasta llegar a casa.