suspensivos

lo que hay

lunes, diciembre 30, 2002

Agujeros

A las siete de la mañana salgo de casa para ir a coger el tren.
Bajo por la rambla con el walkman, me pongo los dos auriculares y subo el volumen. Mucho.
Todavía es de noche, hay poca gente y paso por delante de los coches escoba que recogen lo que pasó ayer.
El frío aprovecha sus últimos minutos a solas, antes de que el sol redondee sus puntas heladas, y juega a buscar espacios desprevenidos entre mi ropa.
Un granito más en ese montón de minutos que, al final del día, sabré sólo míos.

Hoy, Robbie Williams me decía que tiene un agujero en el alma. Me gustaría saber dónde venden parches, igual compraba un par.

Hermoso

Esta mañana, en el tren, había un chico sentado delante de mí. Iba leyendo y he pasado gran parte del trayecto mirándole. Tenía unas facciones perfectas; pelo, frente, cejas, párpados, pómulos, labios… he pensado “hermoso”, en una de las pocas veces en que las definiciones se ajustan a las palabras. Me hubiera gustado ver sus ojos, pero cuando se ha cansado de leer ha recostado la cabeza y se ha dormido. Era tan bello...
Me pregunto cómo debe ser vivir con eso.
Quizás en la tienda de parches haya cola.

sábado, diciembre 28, 2002

Mi muerte

A veces pienso en mi muerte. No comprendo demasiado a la gente que huye santinguándose, tocando muebles y haciendo aspavientos en cuanto sale este tema en la conversación "uy, no, no, lagarto, lagarto, uy de eso no hablo, qué yuyu, no, deja, deja..." .

Yo, por lo menos, tengo muy claro que voy a morir y no creo que el hablar de ello vaya a evitar o a acelerar mi muerte. No tengo clara mi forma preferida de morir, porque la rápida no te deja organizar las cosas y dejas a todo el mundo colgado, y la que te permite dejarlo todo controlado te obliga a pasar por terribles sufrimientos y declives físicos y mentales. Aunque en realidad me da lo mismo, porque tampoco pienso que se me vaya a dejar elegir.

Después de varios días de vacilación, ayer, finalmente, fui a "estasmuerto.com". Reconozco que con un poco de miedo, porque si van y me dicen que me muero mañana ¿qué?¿eh? a ver quién le sopla a esas supersticiones, que serán muy tontas, pero...

Fui rellenando -temblorosa pero convencida- los datos requeridos por la tétrica página. Sólo engañé en un dato: mi nombre. A ver, entiendo que quien sea que esté detrás de la página -avemaríapurísima, por si acaso- quiera saber si me gustan los deportes de riesgo, si fumo, mis hábitos alimenticios, la fecha en que nací... pero... ¿mi nombre? Uy, uy, como que no. Que con este dato, a ver quién ignora a la parca cuando entone su lóbrego "cristiiiinaaa... cristiiiinaaa...". Le puse que me llamo "ei" y ya está. Como que me va a importar mucho ver a la encapuchada con la guadaña, susurrando "eiii... eiii...".

Total, que me quedé muy tranquila. Se me ha informado oficialmente que moriré en el año 2043. No sabéis el peso que me he quitado de encima. Me preocupaba pensar qué sería de mis hijas si yo les faltaba... supongo que dentro de 40 años ya habrán encontrado algún trabajillo y se apañarán. Y mira que me queda tiempo de preparar las cosas... podré escribir a todos los amigos, hacer testamento, ir a Australia, arreglar el baño, pagar la hipoteca... Buf!, qué descanso! qué tranquila me he quedado!

Aunque... ahora que lo pienso... sí hay una cosa que me preocupa. La causa de la muerte. Era accidente laboral.

miércoles, diciembre 25, 2002

Navidad

Supongo que no puedo dejar pasar el día sin hablar de la Navidad…

Luces. Una, dos, quince, sesenta y siete… esconden una historia que no me quieren contar. Las veo y me pongo un poco triste. Giro la cabeza, hay sonrisas que me esperan.

Situaciones. Soy yo ¿justificarlo de nuevo? No. Giro la cabeza y me río.

Deseos. Brillan muchos ojos y muchas sonrisas, muchos abrazos y muchos besos. Son de verdad, por lo menos la mayoría. Por lo menos lo pienso yo. Giro la cabeza porque me emocionan.

¿Esperar? Inversamente proporcional. Giro la cabeza y veo lo que tengo.

Construir lo que quiero sólo depende de mí misma. La Navidad es muy triste, la Navidad es muy alegre. ¿Por qué mirar hacia el lado equivocado?

El negro sólo es una suma de colores. Voy a desarmarlo, haré serpentinas.

Els peixos no poden plorar,
que trist...
Si pogués, m'esperaria
però potser volen tancar

martes, diciembre 24, 2002

Ridículo

Ya comenté una vez por aquí que soy alta. “Bien –diréis- y?”. Bueno es que no es solamente que sea alta, claro, esto en sí no sería demasiado problema. La cuestión es que toda yo soy miembros. Tengo las piernas largas, los brazos largos, las manos largas, la nariz… (eh! quién ha dicho nariz? qué tiene que ver la nariz con lo que estoy contando?).

Supongo que quien no me conozca, al leer esta descripción puede estar imaginándose a una Elle McPherson contoneándose con porte felino. Bueno… no es que yo… pero… es que... no es eso exactamente. Si hay algún adjetivo que se pueda aplicar a mis movimientos no es precisamente grácil. Digamos, para que os hagáis una idea, que vendría a ser más bien como Frank Spencer, el protagonista de “Some mothers do 'ave 'em”.

Esto ameniza mi día a día con algunos problemillas y me pone en situaciones que podríamos llamar ridículas, aunque yo –si no os molesta- prefiero llamar “incompatibles físicamente”. Una de estas situaciones se produce en el binomio cristina/coche (coche de los demás, claro, que yo no tengo). Me gustaría conocer algún día al hombrecito que diseña los coches y cambiar impresiones con él, a lo mejor el pobre no sabe que hay vida ahí fuera.

Bien, a lo que iba. El primer asunto es entrar en él (en el coche, no en el hombrecito). Abro la puerta y aparece mi asiento allí abajo, en lontananza. Entre como entre, incluso utilizando todos los músculos que se me ocurren como retenedores (largamente entrenados en los baños públicos), el resultado final es el pataplof de mi cuerpo contra el cuero, la lona o lo que sea del asiento, con el consiguiente efecto “cielos-este-barco-se-hunde” que deja al coche tambaleándose peligrosamente de un lado para otro (igual os reís, pero he visto a más de un pálido amigo abrazándose al volante con ojos disimuladamente despavoridos).

Después del subsiguiente moratón en la pierna, regalado por el amable amigo que recoloca el asiento delantero deduciendo, equivocadamente, que en los tres minutos que han pasado he tenido tiempo suficiente de introducir mis dos piernas y replegarlas mínimamente, viene el acomodamiento. Creo… bueno, no, estoy segura de que en el suelo de la parte delantera de todos los coches hay nidos de algún animal en peligro de extinción que nadie puede pisar, lo que les lleva a ellos a echar el asiento más y más para atrás y a mí a buscar ubicación para mis extremidades inferiores, que normalmente acaban echándose bastante de menos la una de la otra.

Habitualmente, justo cuando el coche emprende la marcha -conmigo detrás cual anuncio de una escuela de yoga- es cuando me doy cuenta de que el frío inicial se ha ido acobardando (quizás debido a que el chofer ha puesto la calefacción, posibilidad con la que yo no había contado) y de que no me he quitado la chaqueta. [Este espacio lo voy a dejar en blanco, se supone que esta entrada no es para promover la venta de prozac…]

Bueno, pues ya me tenéis en ruta, toda yo encajada en este coche miseria y rezando para que en el trayecto no haya muchas curvas. Sí, ya sé que encima de las ventanillas laterales hay un asa para no avasallar al compañero de viaje pero ¿se os ha ocurrido pensar qué pasa si te sujetas a ese asa con un brazo de 2,50m? La primera curva es... divertidísima, porque me agarro confiada y relajada, lo que me lleva a obtener una fantástica vista desde la ventanilla del otro lado y a comprobar cuán rápido es el conductor en re-estabilizar el auto y cuánto se tarda en despegar una nariz que ha hecho ventosa en un cristal. El resto del viaje me limito a clavarme el codo en las costillas y a mantener el rigor mortis a cada conato de curva, por si acaso, lanzando sonrisas crispadamente relajadas desde las dos columnas que son mis piernas “no, si voy cómoda, gracias”.

Yo no sé por qué me cansa tanto viajar.

Pero en esta vida nada es eterno. Y tarde o temprano termina el viaje. Respiraréis aliviados ¿verdad? Mmm… queda otro tema: desincrustarme del coche. Si el viaje ha sido largo, se pueden producir dos efectos, a cuál más popular:

a) efecto bloque de hielo. Mi cuerpo, sintiéndose liberado pero incapaz de reaccionar, se suelta del asiento. ¿Habéis visto alguna vez un bloque de hielo desprendiéndose majestuosamente de un iceberg? Pues igual… bueno, sin el majestuosamente. Digamos que mis amigos creen que estoy muy interesada en el mecanismo que permite desplazar el asiento delantero.

b) efecto bote de almendras de broma. Mis miembros, al dejar de ser sometidos a la presión que les mantenía en su sitio, salen disparados hacia direcciones aleatorias, siendo habitualmente frenados por la cara del amable amigo que ha vuelto a meter la cabeza, interesándose por mí.

Una vez recuperado el control y asumido que no tengo nada que ver con la nueva disputa entablada entre la pareja que se había ofrecido a llevarme, empiezo la operación salida, con una sonrisa que yo diría… distendida. De nuevo dos opciones: si planto el pie en el suelo del coche para semi incorporarme y saltar ágilmente al exterior, mi cabeza, mi nuca y mi espalda, sucesivamente, cual improvisada carraca, se dedican a comprobar la dureza del material con que el hombrecito ese ha construido la estructura de las puertas. Si opto por plantar el pie directamente en la calle, mi digamos parte posterior acolchada se traslada del asiento a la alfombrilla, donde lógicamente rebota, impulsando mi cabeza hacia el techo, de donde consigo desprenderla -sólo con una ligera conmoción- gracias al contrapeso de mi nariz.

Estamos preparando un pequeño viaje a Girona, con unos amigos, para ir a ver a Jordi. Bueno, igual al final resulta que voy yo sola, porque cada vez que he preguntado quién va -para saber quién lleva coche y eso- se ha producido un curioso efecto de dispersión entre la gente requerida. Será que, como estamos en fiestas, tienen otros compromisos.

lunes, diciembre 23, 2002

Poema

Cada día, cada segundo, utilizo palabras (para hablar, para escribir, para pensar), la mayoría de las veces, sin saborearlas. Pero siempre hay alguna, en algún momento, que me llama. Hago como que no la oigo y sigo escribiendo (o hablando, o pensando) pero sé que está ahí, como en negrita, y casi puedo oírla “cristina, cristina…!”. Entonces me detengo y me pongo a pensarla y a hablar con ella (qué menos, si me ha elegido).

Normalmente, a ellas no les gusta la definición que les dan los diccionarios. (¿cómo puede ser tan corto y pretender que me crea que una sonrisa sólo es un gesto, o describir la rabia con un escueto “Ira, enfado grande”?). Por eso me llaman.

Poema: ternura, amalgama, pasión, pizca, aroma, caricia, sal, sol, suave…

Hay grandes poemas que se meten dentro como el sonido rimbombante de un bajo. Hay pequeños poemas que hacen cosquillas.

El meu país és tan petit,
que quan el sol se’n va a dormir
mai no està prou segur d’haver-lo vist.
Diuen les velles àvies
que és per això que torna.
Potser sí que exageren,
tant se val…! és així com m’agrada a mi
i no en sabria dir res més.

Mi país es mis pequeñas cosas, mis ratos, mis risas, mis pecas, mis arrebatos, mis amigos, las palabras, los besos y las sonrisas que recibo… Pequeñas e imprescindibles cosas que me hacen tan feliz. Quizás exagero, me da lo mismo...! Es así como me gusta a mí y no sabría decir nada más.

sábado, diciembre 21, 2002

Cosas que me gustan –3

Me gusta andar de noche por las calles y mirar las luces encendidas de los edificios. Deduzco la distribución de las casas (esa hilera de ahí deben de ser las cocinas, porque la luz es más blanca) y me concentro para oler sus vidas.

Imagino niños correteando y tironeando delantales y madres simulando enfurruñarse “suéltame ¿no ves que estoy haciendo la cena?”; parejas flamantes acaramelándose “ay… deja eso, que no vas a cenar…” “pero si sólo tengo hambre de esos ojitos, de esa boquita…”; maridos cansados –quizás aún con el sabor de otra mujer- “¿está la cena o qué?”; adolescentes rebotados “jo, siempre me toca poner la mesa a mí ¿es que en esta casa no vive nadie más?” y –en esa eterna contradicción que es su vivir- zalameros “mmm… qué pinta… ay mi mami…”; ancianas que ya no podrían recordar cómo era la vida sin él "¿no ves que eso lleva mucha sal?"; amigos estrenando independencias "¿y si pedimos unas pizzas?"... No lo saben, pero –aunque sea sólo por un momento- son todos un poco míos, un poco yo.

Hay casas a oscuras y pienso que habrán salido a cenar –quizás con esa pareja- “a ver si quedamos un día, pero en serio, eh?” o que –finalmente- habrán ido al cine “...no salimos nunca…”.

Me da lástima ver, en medio de tantas luces, aquella casa en la que sólo brilla una ventana, porque sospecho soledad, y veo a ese hombre o a esa mujer sentados con el plato en las rodillas “pondré un trapo de cocina debajo”, despachando las horas que quedan “me acostaré temprano” ante un televisor que nunca basta, sólo está encendido.

De repente se enciende una luz vertical (tiene que ser la de las escaleras) y sé que alguien está llegando, quizás oliendo a tabaco “jo, qué día, hoy”, quizás con los ojos brillantes “¿sabes qué me ha dicho…?”.

Voy a mi casa y cierro la puerta (con llave, ya no voy a salir). Me siento, tarareo, me lavo, leo, como, me pongo triste, me río, hablo, paso el dedo por el estante (cuánto polvo), pienso, me adormezco…

Quizás abajo, en la calle, haya alguien mirando y soñando, sin saber que este juego es mío.

jueves, diciembre 19, 2002

És fosc.
Camino i em perdo,
com si tot fos massa gran.
M'espolsaré el neguit.

miércoles, diciembre 18, 2002

CasiQueNoFirmo

Hace relativamente poco que he descubierto esto de los blogs. Es interesante ver qué opina la gente, qué le pasa por la cabeza, de qué se ríe o por qué llora… Una, en sus comidas de coco, se siente más acompañada, menos rara.

Visito blogs de gente que conozco mucho, de gente que conozco poco, de gente que no conozco nada… en todos ellos encuentro algo sugestivo, o divertido, o intrigante… algo que les individualiza y les hace más importantes. Reconozco a mis amigos en esas palabras, esos sentimientos y pensamientos –posiblemente ya sabidos o hablados-, esos guiños que me hacen sonreír, cómplice. Me pregunto si la gente que conozco poco o nada será realmente como describen sus escritos, si esa persona estará siempre así de triste o si esa otra será tan superficial, o estará tan obsesionada, o si será todo fachada, o… Me apetecería hablar con todos ellos (amigos y no) para aclarar, concretar, compartir, contradecir…

Me gusta mucho escribir pero soy una vaga de vicio. Básicamente creé el blog porque pensaba que sería una forma de obligarme a escribir. Claro que pensé que me iban a leer, tampoco tendría demasiado sentido que dijera que no, pero interpretaba el “que me leyeran” de una forma neutra. Imaginaba personas-bultitos hojeando de pasada mis cosas; no imaginaba personas reales “leyendo”, entendiendo lo que escribo, empatizándose, enfadándose, sonriendo o discutiendo mis palabras.

Algunos, alguna vez, me dieron su opinión –o su crítica- y me gustó; no sé, le daba sentido, o lo materializaba, o algo. Añadí los “comentarios” para quien quisiera dejar algo escrito, aunque –puesto que yo no acostumbro a hacer comentarios en los otros blogs- tampoco esperaba una lluvia de opiniones. No hace mucho que funciona y prácticamente sólo lo han utilizado un par de amigos (a los que quiero [qx*2] de corazón, por cierto). Digo “prácticamente sólo” porque también ha dejado su huella CasiQueNoFirmo.

Sigo escribiendo, para mí es un acto reflejo y no creo que el saberme “leída” haya influido en el estilo o en el contenido, pero CasiQueNoFirmo tocó esa cosita, me sorprendió y me alegró el día. Hubiera podido titular esta entrada “pequeñas cosas buenas”.

Voy a procurar dejar comentarios en los demás blogs, al fin y al cabo, casi siempre hay algo que decir. Además, quizás así se lo devuelva.

lunes, diciembre 16, 2002

Heridas

Cuando era pequeña dediqué parte de mi tiempo –con gran ahínco- a amortizar el seguro de asistencia médica que pagaban mis padres. Cada vez que llamaban del cole a casa, mi madre, aún sin saber de qué se trataba, cogía resignada los papeles del seguro, un cepillo de dientes y un camisón para mí y dejaba la cena medio preparada, por si volvía tarde.

En aquella época, conseguí bastante popularidad en los servicios de urgencias y en los hospitales de mi ciudad. En uno de mis internamientos coincidí con otra niña, también muy simpática; la verdad es que congeniamos bastante. Éramos célebres entre enfermeras y monjitas, que saludaban efusivas nuestros inocentes juegos. Se reían un montón con nosotras, como cuando tocábamos el timbre para que vinieran a recoger las cartas que se nos habían caído al suelo jugando, o cuando calentábamos los termómetros, o cuando nos poníamos bolas de papel en las axilas para que no pudieran encontrarnos el pulso… El acabose de las risas era cuando mi amiga las llamaba insistentemente, casi gritando desesperada, "que me había puesto muy mala", "que tenía muy mala cara", y al entrar apresuradas me encontraban cubierta con la sábana y con una careta de esas de goma de monstruo verde… lágrimas, les caían. Luego estaba la hermana Blanca, una monja vasca que seguro aún se acuerda de mí, de lo que se descuajaringó cuando fue al baño a por algo y se encontró a casi toda mi clase escondida ahí… qué risa…!

Todo el mundo me decía que mis males eran debidos a lo atolondrada que era, pero yo no estoy de acuerdo. Creo que mi problema era mi altura, estoy convencida de que una persona alta tiene más huesos para romper. Bueno, vale, no tendrá más huesos, pero tiene más área rompible, no? Además, romperse una pierna jugando a “a ver quien salta más escalones sin mirar”, digo yo que no es cuestión de atolondramiento, sino de ley de probabilidades…

Para desmentir aún más mi fama de persona atolondrada, debo decir que siempre fui muy cuidadosa con mis escayolas, que no dejaba que pintarrajeara nadie y que me dedicaba a limpiar cada día con una esponja húmeda. Qué culpa tenía, si resulta que la escayola estaba formada por una especie de vendas que se iban deshilachando… yo creía que era un material duro y no cuatro trapos con pedacitos de yeso…así, claro que se resquebrajaba por cualquier golpecito de nada que le dieras saltando o haciendo la vertical… Todo eso también me hizo madurar, al descubrirme la faceta menos optimista de mi madre, que dedicaba parte de las mañanas a ponerme esparadrapo y vendas por encima, murmurando dios-mio-esta-pierna-le-va-a-quedar-mal.

Las personas altas somos patosas. Bueno, vale de nuevo, no voy a generalizar, digamos que yo soy alta y patosa… El caso es que sigo siendo una especie de imán para los golpes y las heridas. Pero no es culpa mía, es que está todo por el medio… a veces, en mis habituales ejercicios de imaginación desbordante, llego a la conclusión de que los muebles y los quicios de las puertas tienen vida propia y se mueven disimuladamente en cuanto me ven venir. Para no hablar del cariño que me demuestra el aceite hirviente de las sartenes, que salta de alegría nada más verme cerca...

La verdad es que de pequeña fardaba, pero ahora resulta siempre un poco latoso que mis piernas y brazos sean un catálogo de morados y rasguños… Bueno… siempre, siempre, no; ahora mismo tengo una herida en un codo y… mira… esta vez, me gusta.

miércoles, diciembre 11, 2002

COSAS QUE ME GUSTAN –2

Me gusta la música.

Cierro los ojos y escucho. Sube y baja, entra, llena y vacía.

Podría hablar de cadencias, de palabras, de graves y agudos, de sentimientos, de ritmos, de guitarras tiritando, de voces amables, de voces tristes, de colores absorbentes, de mareos y abrazos, de soledad, de gratitud, de gritos, de compañía, de silencio… pero me gusta sentir que no hay nada que decir.

Me gusta pensar que no hay nada más allá.

jueves, diciembre 05, 2002

Podria inventar-me un món en el que el temps no existís,
però tothom ho sabria
i me’l prendrien

martes, diciembre 03, 2002

Carpe diem

"El día de hoy no se volverá a repetir. Vive intensamente cada instante, lo que no significa alocadamente, sino mimando cada situación, escuchando a cada compañero, intentando realizar cada sueño positivo, buscando el éxito del otro, examinándote de la asignatura fundamental: el Amor. Para que un día no lamentes haber malgastado egoístamente tu capacidad de amar y dar vida" (el club de los poetas muertos).

¿Se puede vivir intensamente sin hacerlo alocadamente? Todo lo intenso es loco.

Nadie ni nada nos enseña qué es lo mejor, ni siquiera la propia experiencia, con sus sutiles puñetazos en el estómago. Lamentamos habernos lanzado y perdido y lamentamos no haber corrido ese riesgo. Y en el amor, ¿qué es peor, lamentar haber malgastado tu capacidad de amar o lamentar haber dado tu amor inútilmente?

A vueltas con el amor. Estos días, las cosas andan un poco revueltas. Amores y desamores moviendo el mundo de nuevo entorno a mí. Yo, observando. Y mi cabeza dándole vueltas. Algunos dicen que prefieren no amar, para evitar sufrir. Incluso los hay que dicen que el amor no existe, aunque al negarlo no hagan más que reafirmarlo (lo siento, chris). Pero ¿no es sufrir, vivir negándose a amar y a sentirse amado?

Hay muchas personas y muchas cosas esperando ser amadas. Carpe diem!

lunes, diciembre 02, 2002

Decisiones

Ayer leí una frase: “cae la tarde y me olvidé otra vez de tomar una determinación...”. No sé por qué me fijé en ella. Quizás porque se me había ido la tarde pensando en musarañas, sin haber cumplido mis propósitos…

Tomo decisiones cada día –cientos a la hora, miles al día, a mitad de precio, señora- pero nunca se me hubiera ocurrido que tomara determinaciones.

He buscado sinónimos “intrepidez, osadía, fijación, voluntad, valor, análisis, arrojo, examen, precisión, evaluación, aquilatación, cálculo” pero el que me ha asustado -y maravillado a la vez- ha sido “decisión”.

Yo creía que una decisión era una cosa blandita que te hace escoger pan moreno o pan blanco, falda o pantalón, café o té… y que una determinación era una cosa grande, trascendente, que te cambia la vida.

Estoy contenta. Determinación es “ánimo, valor o arresto”. Soy valiente.

Cuando leí la frase, mi primer pensamiento fue que ojalá fuera mía. Ahora pienso que, de hecho, debe de ser mía. A no ser, claro, que siga conformándome con tomar decisiones.
mmm... ya lo decidiré mañana.