suspensivos

lo que hay

lunes, julio 28, 2003

Día

Me gusta ver cómo el sol persiste (incansable) en empezar (desde el mismo horizonte), cómo la tierra se obstina (infatigable) en girar a su alrededor bailando coqueta sobre sí misma (quizás quiera algo). En verano bajo las persianas y la penumbra (amable) confabula imaginación y objetos. En invierno busco la luz y los rayos (complacientes) entibian las baldosas.

Durante el día lo absurdo parece escabullirse, buscando caminos por las espirales que suben del suelo (tan caliente) a quién sabe dónde. Recoloco las piezas del rompecabezas (tan enmarañadas) y procuro recordar por qué era tan importante. Intento borrar las rayas que el lápiz rojo ha dejado por ahí y marco lo relevante con rotuladores fluorescentes (verde, naranja, rosa).

El día acentúa y pienso en las cosas que tienen que ser hoy, en las que se han escapado sin permiso (una vez más) tontamente justificadas por mil pretextos. El día apacigua y pienso en que tengo toda la luz y en que (una vez más) será distinto. Pero es de día y quizás lo que piense no sea real.

El día es quedarme sola y enfadarme con mis secretos, riñéndolos a escondidas. El día es quedarme sola y esperar que el sol se lleve la cordura y la apague (como una colilla) tras el mismo horizonte.

domingo, julio 27, 2003

Noche

Me gusta sentir cómo la prisa parece fundirse en la oscuridad y todo se ralentiza, ver cómo se van apagando poco a poco las luces (los del tercero siempre son los últimos), oír una voz, un motor, unos pasos e imaginar. En verano abro las ventanas y el día se vuelve (por fin) amable; en invierno me encierro y escribo (tonterías) en los cristales empañados por el frío que no puede entrar y pienso que su goteo soy un poco yo.

Por la noche las prioridades juegan con mis motivos y suben y bajan a su antojo. La futilidad es más intensa, mis rompecabezas sacan a bailar a sus piezas, que se mueven excitadas (mañana no recordarán su lugar y habrá que recolocarlas) y el peor de los problemas coge un lápiz rojo y se subraya para convertirse en letal. O simplemente muere bajo sus garabatos.

La noche acentúa y pienso en tantas cosas que tendrán que ser mañana, porque hoy se me han desgastado las horas (una vez más) en mil pretextos. La noche apacigua y pienso en el tiempo y en que (una vez más) será distinto. Pero es de noche y quizás lo que piense no sea real.

La noche es quedarme sola y charlar con mis secretos, riéndome a escondidas. La noche es quedarme sola y esperar que el tiempo no corra tanto, que el tiempo corra más.

jueves, julio 24, 2003

Ah... el amor...

Hace pocos meses mi entorno estaba bastante alterado. Separaciones, angustias, soledades y vacíos estaban a la orden del día. La vida era complicada; en el trabajo, cenando con amigos, jugando… me reía por una tontería y al alzar la vista era difícil no chocar con la mirada perdida de algún amigo, cuya desazón me obligaba a disimular tosiendo, haciendo que me había atragantado con un cacahuete o soltando eso de “vaya, otra vez ese molesto tic”.

Pero no hay nada eterno (excepto ciertos grados de imbecilidad, pero ése es otro tema) y la vida da muchas vueltas. No sé qué -ni cómo- ha pasado, pero últimamente tengo la sensación de estar viviendo en un empalagoso mundo de nubes rosas de algodón dulce. Y es que muchos de mis amigos están enamorados.

1 y 2 cuentan con las manos entrelazadas los días que les quedan para irse a vivir juntos, agarrados al catálogo de ikea como si su felicidad dependiera de ello. A 3 y 4 sólo les falta arreglar la habitación de invitados, que planifican ilusionados la una desde el regazo del otro. 5 y 6 juegan a casitas, escogiendo color para las paredes ”azul? quieres decir?” “sí, que así resaltarán tus ojos...” “ay... loco...” “sí... por ti”. 7 y 8 han descubierto cuán romántico puede llegar a ser picar cebolla y rehogar tomate cogidos por la cintura e invitan a amigos y conocidos a probar sus experimentos (de momento no hay bajas, creo). 9 y 10 han desaparecido del mapa y me pregunto en qué deben de estar ocupando su tiempo. A 11 y 12, cuando se miran (constantemente, por cierto), parece que les ha dado algún tipo de parálisis facial que les estira la boca hacia los lados y les ensueña los ojitos, de lo que resulta una expresión que cualquier persona en sus cabales se apresuraría en disimular sacudiendo la cabeza.

Las cenas ya no son lo que eran, voy con ellos y llega un momento en el que ya no sé si meterme los dedos en la boca para desahogarme, si subirme a la barra y montar algún espectáculo cual showgirl para que vean que existo o si abrazarme al primer camarero no-comprometido que se acerque, prometiéndole amor eterno o algo a cambio de una dosis de salfumán.

Pero debo confesar que un poco de envidia sí me dan. Qué más quisiera yo que estar enamorada… ay...! Es que esto del amor es tan bonito… cuando no lo tienes andas por ahí sin estar demasiado ubicado, con angustias, sudores y palpitaciones, pero cuando lo tienes, vamos, que te cambia la vida y andas por ahí sin estar demasiado ubicado, con angustias, sudores y palpitaciones.

La verdad es que mi vida es bien triste, tan sola... así debo de tener el colesterol, sin nadie al lado que me aconseje qué comer y beber ni me diga cuando es suficiente. Y los ojos? como tomates. Claro, como nadie se preocupa de que duerma más ni me avisa que ya vale de ordenador... Mi día a día me aflige, es duro decidir siempre sola si esa camiseta es demasiado escotada o en qué me voy a gastar el presupuesto, o que me haga razonar si realmente me apetece ver esa película… Ni siquiera dormir tiene gracia, en aquella cama tan grande… sin un pie helado que echarme a los riñones, sin nadie que me recuerde a mi madre (con lo que la echo de menos) cuando me envuelvo en la sábana… Y luego están las comidas de domingo, tan como sin alma, sin nadie que me aconseje “y mi hijo se come esto?”... ay... qué triste!

En fin... que voy a tener que empezar a buscar, que sí, que sí... hmm... esto... algún voluntario?

miércoles, julio 23, 2003

Crónica del partido desde el banquillo

En primer lugar, debo aclarar que el hecho de que me acercara al banquillo después de un par de minutos de juego fue sólo para ver las piern... ups... el partido más de cerca, que no tuvo nada que ver que mi posición inicial fuera justo detrás de la portería defendida por nuestros muchachos, que a mí el riesgo no me amedrenta.

Cegada por el sol, empecé a levantar la vista poco a poco, descubriendo primero bambas (o cómo se diga lo que se ponen para chutar), luego calcetines negros, a media altura, mostrando descaradamente fuertes piernas llenas de pantorrillas formadas por ese puzzle de músculos mareante y tan práctico a la hora de parar balones en seco, aguantarlos, regatearlos (o cómo se diga) y chutar. “Vamos bien”, pensé... hasta que descubrí que esas máquinas de disparar eran las que sostenían a las camisetas rojas. Bueno, claro que nuestros muchachos también tenían pantorrillas... aunque... esto... digamos que quizás no tantas.

El árbitro/entrenador de los rojos me estuvo dando conversación, supongo que para confraternizar con el equipo contrario y para demostrar que no tenía nada en contra nuestro. Muy simpático y dicharachero, me comentó que “y eso que juegan de broma” y les hizo hacer una jugada seria for my eyes only; les pegó cuatro gritos, agitó un poco los brazos (como en las películas americanas de baseball) y los jugadores se convirtieron en marionetas de su relato “éste se lo pasará al de la derecha, éste lo parará y se lo enviará al que está al centro, éste chutará para atrás, lo recogerá ése que viene y... gol!”

Pero, vamos, que los amarillos se portaron. A pesar de jugar contra un equipo entrenado, coordinado y octavo en su liga, a pesar de los cañonazos, de las fintas, de los goles (yo sólo conté 10) y esas cosas, no dejaron de correr, de perseguir la pelota (que me enteré que se dice balón) o, por lo menos, al rojo de turno que la llevaba pegada a los pies y, además, eso sí, con una elegancia...

Del equipo contrario, destacar a Carlos El Locomotora que, cuando el entrenador le retiró del partido, empezó a pasearse nervioso por la banda gritando “míste, míste, déjeme jugar, déjeme jugar!” para, ante la insistente negativa del susodicho míste, acabar suplicando “aunque sea con los amarillos, pa que hagan algo...!” y que acabó saltando al terreno de juego sin camiseta, para lo que hiciera menester. También merece mención la buena voluntad del portero, que, a falta de otra distracción, estuvo entonando sin cesar la que podría ser la canción del verano “joooo, maburroooo”.

De nuestro equipo, destacar el costalazo de Manel (que igual es eso que el axque describe como una chilena), las carreras y el gol de Sergio (el único que no acabó morado), los berridos de Rafa dirigiendo el partido cuando estaba en la banda (que desde fuera parece más fácil, eh?), el camiseterismo en el último minuto de luzbel (cobardeeerl!), la moral de Santi (que, a pesar de estar recién llegado de Salamanca aguantó como un jabato) y ya, de paso, comentar que todos tienen la lengua muy bonita.

De mí, comentar que el banquillo era de madera de pino y que he aprendido que la resina se quita con acetona.

viernes, julio 18, 2003

Mírate

Finalmente lo he conseguido. Confieso que he tenido que hacer trampas, vale, (como decir que no me gusta el chocolate) pero he logrado que el sombrero ése me diga que soy de la casa de Slytherin.

Desde el primer libro, uno de mis personajes favoritos es Severus Snape, tan astuto, tan inteligente, tan ambiguo (y la elección de Alan Rickman... bueno... sin palabras... qué tonta, Marion... uf!).

Y es que tengo un problema, no me gusta la gente taaaan buena; ésos que siempre están de buen humor, que no se permiten ni un asomo de mala leche, que son todo buenas intenciones, sonrisas y altruismo, que se despiden siempre con un besitos!, aún sin conocerte... Que no me fío de ellos, vamos.

Me gusta la gente que no oculta que se enfada, que se hunde, que protesta, que se rebela, que duda... porque les corre sangre por las venas, porque no fingen y porque sus incertidumbres, arranques y temores les hacen personas.

Albert, en su blog, suelta otra de esas cosas que me gustan:

”Mírate. Obsérvate. Pasa un rato delante del espejo, sin miedo ni vergüenza. ¿Crees que puedes arreglarte? ¿Te ves capaz de hacerlo? ¿Aunque sea intentarlo? Muy bien. Ya puedes irte.

Si delante del espejo no ves ningún problema... Ves una persona llena, feliz y completa... “¿Arreglarme? ¿Arreglarme de qué? Arréglate tú, imbécil”.

Entonces... córtate las venas y nos harás un favor.”

miércoles, julio 16, 2003

Marga

Igual a nadie le importa, pero cada día que pasa quiero más a Marga.

Tendríais que verla... es tan valiente... la adoro, la envidio, la admiro...
Ahí está, preguntándote por tus cosas, admirando tus zapatos nuevos, dándote besos y golpecitos en la espalda, diciéndote lo maja que estás... ella, que tiene licencia para ser la persona más triste de la tierra, se levanta de sus cenizas y hace este mundo no sólo habitable, sino deseoso de ser habitado.

Quisiera ser como ella... ojalá mi paseo por aquí sirviera de algo a alguien.

lunes, julio 14, 2003

Felicidad

Nunca he pretendido hacer “grandes cosas” en esta vida, no soy tan ilusa como para pensar que sería capaz de lograr algún récord o de encontrar alguna panacea y, la verdad, tampoco me interesa especialmente. De hecho, mi única aspiración es ser feliz; me conformaría con no perder nunca la capacidad de reírme de las cosas y de disfrutar con ellas.

Luca Cavalli-Sforza (gran y admirable hombre), en su libro “La ciencia de la felicidad”, dice que el deseo de ser felices es y será una constante en la vida de cada ser humano; que cuando descubrimos una actitud, actividad o relación que nos hacen sentir felices, pretendemos que se repitan para revivir ese sentimiento.

Explica una anécdota muy curiosa: yendo junto a su hijo Francesco (coautor del libro) por una larga y cálida carretera, les pareció que habían atropellado a una lagartija. Lo curioso es que les había dado la sensación de que la lagartija se había tirado a las ruedas del coche con toda la intención, como si quisiera suicidarse. Pararon el coche y fueron a mirar qué había pasado. La lagartija seguía viva. Estuvieron observando un buen rato y vieron lo que hacía. Se colocaba en un punto exacto del arcén, siempre el mismo, y cuando se acercaba un coche, se tiraba a sus ruedas. El remolino de aire que producía el coche la levantaba del suelo, le hacía dar un par de vueltas y la tiraba hacia la cuneta. La lagartija se giraba y volvía a correr hacia el punto justo de partida, esperando al próximo coche.

Y es que a veces es tan sencillo como eso.

viernes, julio 11, 2003

*Mi* tiempo

Mi vida (al igual que la de tantos otros) es un poco estresante, todo el día para arriba y para abajo, responsabilidades, comidas de tarro, discusiones, trabajo... por eso, a veces, me gusta estar sola. Me gusta pensar que no tengo nada que hacer, dejarme llevar por la desidia. Éste es uno de los motivos por los que me gusta trabajar en Barcelona, porque se me regalan 40 minutos de ida y 40 de vuelta que puedo dedicar a estudiar el vuelo de las moscas y que, de otra forma, no sacaría de ningún sitio.

Ahora he empezado la jornada intensiva y tengo que coger un tren que sale unos minutos antes. El otro día, estaba yo sentada tan feliz, sacando el libro de la bolsa, cuando de repente oigo “hola!”. Era un hombre relacionado con mi trabajo, al que no conozco demasiado y cuya vida me importa un comino (lo sé seguro porque amenizó todo el camino de ida contándomela).

- Vaya! así que coges este tren, eh? no te había visto nunca
- Bueno, ahora, con la jornada intensiva...
- Pues yo lo cojo cada día, lo que pasa es que me siento en otro vagón porque éste me deja lejos de la salida (bien!)
- Ah, pues nada, no quisiera...
- No, no, no me importa, así charlamos (mierda!)

Y así ha sido, cada día he gozado de su compañía; de su intransigente, fascista y xenófoba compañía. Cada día he tenido que escuchar cómo era el tren antes, que conocías a casi todo el mundo, y no como ahora, lleno de inmigrantes y de gentuza que huelen mal y que son unos mal educados. Me ha contado cómo es la juventud, que no se levantan cuando sube una persona mayor, que a él le enseñaron que las mujeres siempre deben ir por el lado interior de la acera y, fíjate, ya ni eso respetan. Me ha explicado cómo se han vendido los socialistas que gobiernan nuestro ayuntamiento, porque fue a pasear por el centro un día de la fiesta mayor y, no veas, una fiesta andaluza por aquí, otra de moros por allá... dónde estarán nuestros valores...

Subirme al tren bien pronto (nace allí) no fue buena idea, el hombre escudriñó todos los vagones hasta que me encontró. Hoy se me ha ocurrido hacerlo al revés, hago tiempo en el bar, por ejemplo, y me subo al tren cuando –casi- suene el pito de que se va. No ha funcionado, estaba en la puerta (un pie dentro, un pie fuera) esperándome con esa cara de "ay, ay, casi lo pierdes...!"

Estoy enfadada, ese imbécil me está robando *mis* minutos, *mi* tiempo para dormir, leer, escribir, estudiar, pensar, mirar... Y no me da la gana; a partir del lunes voy a madrugar un poco más y cogeré el de antes. Me fastidia, claro, porque digamos que horas de sueño no me sobran, pero no estoy dispuesta a renunciar a mi pequeña parcela de felicidad.

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jeje, lo que se me acaba de pasar por la cabeza... desde luego, qué mal debo de estar... ¿pues no voy y se me ocurre que alguien podría coger esta entrada, imprimirla y repartirla entre los pasajeros del tren? mmm... no creo, no? tendría que ser muy mala persona... o algo... no creo que haya gente así por el mundo...

Claro que, ahora que lo pienso, igual... pero no, no, no puede ser... igual lo he soñado, los sueños toca explicarlos otro día.

jueves, julio 10, 2003

Definición

Hoy es el último día de la fiesta mayor de mi pueblo y siempre ponen el colofón con un castillo de fuegos artificiales con música (sí, ya sé que se dice “espectáculo piromusical”, pero es que esos nombres tan rimbombantes...).

Me encantan los fuegos artificiales; en eso soy, no sé, muy tonta. Me emociona ver esas explosiones de luces y colores, me intriga pensar cómo habrán hecho eso, qué habrán puesto ahí dentro para que explote en mil chispas de color azul que se convierten a su vez -en cientos de pequeños booms- en una lluvia de lágrimas de plata y oro, y cómo conseguirán que, con ese estruendo que te resuena en el estómago, el cielo se convierta en un inmenso paraguas luminoso. Soy de las que aplauden y confieso que se me pone la carne de gallina y se me nublan los ojos.

Después de los fuegos hacen una cantada de havaneres, que, la verdad, no me gustan especialmente pero siempre tienen ese algo medio melancólico que me lleva no sé exactamente a donde, rebuscando entre rincones de mi memoria cosas que –quizás- ya he olvidado (si igual que tu, gavina, el mar pogués travessar fins arribar a la platja on tan dolç és recordar...).

Que el fin de fiesta sea tan cerca de mi casa tiene cosas buenas, cosas malas y cosas ambiguas. Lo bueno es que desde el balcón puedo verlo todo y dejar caer las lagrimitas emotivas que me dé la gana; lo ambiguo es que si no estuvieran sonando las havaneres en mi misma oreja, estaría acostada en lugar de estar escribiendo, y lo malo es que se llena toda la calle de gente y que andar sorteando cochecitos y familias hace más largo el camino a casa (a estas horas...).

Esta noche he adelantado a dos señoras que venían hacia aquí. Una de ellas sería de fuera, porque la otra iba contándole como era lo de los fuegos. Sólo he oído que le decía ”y es muy bonito porque ponen música... mmm... música... ¡tipo música!”. Quizás la mejor definición que he oído de la música clásica.

viernes, julio 04, 2003

Música

Soy rara, será eso, pero a veces... cómo me cuesta estar de buen rollito con los compañeros del trabajo... No sé, igual es porque últimamente hay algunas cosas que me tienen hastiada y no me quedan ganas de participar en esas trascendentes e interesantes discusiones que les mantienen ocupados. Por suerte, estar cerca de la jefa de mi amiga significa estar relativamente alejada de ellos, lo que me evita poner excusas.

Siempre que el trabajo que toca me lo permite, abro el wmp (sí, windows, qué le vamos a hacer), conecto los auriculares y me voy un ratito de este mundo. Me siento feliz así, aislada y acunada. Además, hace poco he topado con un nuevo bluesman y me lo estoy pasando de muerte descubriendo sus piezas.

El hecho de estar trabajando y mi fantástico nivel de inglés no me permiten concentrarme demasiado en las letras, así que no importa que digan tonterías (oh, baby, baby, I love you), sencillamente me columpio.

Una vez, un músico me dijo que ellos no escuchan la música como nosotros, que donde yo escucho susurros, gemidos y risas, ellos oyen las mayores, mis bemoles, corcheas y semifusas. No me gustaría ser músico. Soy rara, será eso.

jueves, julio 03, 2003

Envidia

En esta época, la mayoría de personas están muy morenas; confieso que lo digo con envidia, porque yo estoy blanca como la leche. Da gusto verles, con esa piel tostadita y esa cara de salud envidiable, la verdad es que una se siente un poco zombi.

Además, seguro que se lo pasan la mar de bien y eso sí que da envidia. Qué vida... me los imagino dándose el gustazo de levantarse temprano porque sí (no como yo que, si no tengo demasiado que hacer, pierdo tontamente media mañana arrebujándome con las sábanas que el fresquito de primera hora ha dejado en ese punto). Y mientras yo me aburro desayunando sola mis cruasanes en la cocina (con esa cara de pena que tienen los pobres), ellos ¡hala! por ahí haciendo amigos, en esos encuentros de coches en hilera que organizan camino de la playa (que no sé yo exactamente de qué va, pero cuando repiten, es que tiene que ser genial).

Luego, ahí me tenéis a mí, tristemente sentada bajo alguna sombra, con un vermut en una mano y un libro en la otra, medio distraída, haciendo tintinear el hielo y mirando a la gente pasar, sin poderme quitar de la cabeza cómo deben de estar pasándoselo los morenos... seguro que andarán jugando a quitarse arena de los recovecos del bañador, tronchándose de la risa que debe dar que los bocadillos crujan, rodeados de gente amigable que llama a johnatan, cantando a coro el “es una lata... el trabajar...” que suena en las radios vecinas... si es que incluso tienen la oportunidad de investigar los intrigantes onni de múltiples y sugerentes formas y texturas que flotan por el agua... ¡Eso es vida!

Cuando por la noche me siento delante del ordenador, no me quito de la cabeza que mientras yo estoy ahí, cumpliendo la penosa rutina de escribir, jugar y chatear, ellos (si es que ya han llegado, que se ve que a la vuelta se reúnen de nuevo con sus amigos de las hileras) deben de estar la mar de distraídos recogiendo las cositas que se han traído de la playa pegadas a las toallas, haciendo castillos de arena por el pasillo con la escoba y dándose relajantes baños de aftersun.

Qué mala es la envidia...!