Orientación
Siempre he tenido un buen sentido de la orientación, independientemente de la cantidad de hormonas que mi cuerpo esté produciendo (véase el blog de Santi). Esto no quiere decir que no me haya perdido nunca, sobre todo en el bosque.
-Inciso-
Al que esté pensando
”pues vaya una excursionista de pacotilla”,
”desde luego, cómo es la Cristina, mira que perderse en un bosquecillo de nada" u otras cosas de ese profundo estilo, le reto ahora mismo a ir a
buscar bolets (o sea, a buscar setas) con mi madre.
Mi madre vive en plena montaña, en el Berguedà (mi padre también, claro, pero ahora no viene al caso) y estoy convencida de que tiene una doble vida. Creo que –a escondidas- es entrenadora de cabras montesas. O algo.
Si incluso ahora, que está operada de las dos rodillas y de una cadera, es difícil seguirla, no digo nada de cuando estaba en plenas condiciones físicas. Además, por si alguien no lo sabía, resulta que -según mi madre- las mejores setas, fósiles, paisajes, piñas, paces de espíritu o lo que sea que uno va a buscar al monte, están encima de la roca más escarpada, debajo de las zarzas más enmarañadas y traidoras, cruzando los riachuelos de piedras más resbaladizas o en la parte más alta del pedregal más empinado (por cierto, qué simpáticos son los pedregales, con sus resbalones, sus miles de pasos para avanzar un metro y sus piedrecitas metiéndose en lo más recóndito de las botas).
-Inciso al inciso-
Aprovecho para saludar a mi madre (hola, mare), internauta empedernida que visita este blog. Se enteró de su existencia y no paró hasta conseguir sus coordenadas (supongo que a través del soborno o el chantaje más vil a mis hijas).
-Fin del inciso al inciso-
-Fin del inciso-
Decía que sí me he perdido alguna vez. No en el sentido de
”Dios mío, no voy a poder salir de aquí, moriré de frío e inanición” (como cuando te quedas encerrado en un ascensor), sino en el sentido de
”cáspita! ¿dónde estarán las miguitas que dejé al venir?”.
Pero mi instinto siempre me ha dicho
”para allá, Cristina, para allá y para abajo” (bueno, a veces me ha dicho otras cosas, pero tampoco vienen al caso) y siempre, a pesar de barrancos, torrentes o glaciares, he regresado (más o menos sana y salva) a casa.
Es decir, que estoy curtida, no? Pues el otro día me perdí en mi ciudad. Llegué de Barcelona tarde y cansada y decidí coger el autobús.
Terrassa tiene muchas cosas buenas y el transporte público es una de ellas. Menos a partir de las 10 de la noche, hora en que el ayuntamiento nos quiere a todos ya recogiditos y envía a los autobuses a la cochera, excepto a un par, que les deja andar por ahí, a lo loco, hasta las 10 y media.
Ninguno de ese par me lleva a casa, pero me dejan a más de medio camino, suficiente para mí aquel día.
Me monté en el primer autobús que vino y me puse a leer. Al cabo de un rato pensé que igual ya estaba llegando y miré por la ventanilla. Ni idea de dónde estaba.
Con el paso de los años he ido adquiriendo experiencia en disimular ante este tipo de imprevistos. Cerré el libro tranquilamente, bostecé, esperé unos ¾ de hora con cara de
”ah... qué rutina...” (vale, quizás fueron sólo unos segundos, pero se me hicieron un poco largos) y pulsé el timbre de parada.
Evidentemente, no me levanté (más que nada, porque no tenía ni idea de dónde estaba la próxima parada). Sólo cuando el autobús se detuvo y vi que se abrían las puertas (no fuera a ser un semáforo, que iba de espaldas y no lo veía) dejé parsimoniosamente el asiento y me bajé.
De acuerdo, de acuerdo, como siempre, he exagerado, no me había perdido; después de unos segundos de desconcierto ya me había ubicado, sólo estaba a unos 25 minutos de casa.
Vaya caminata, eh? pues no fue lo peor; lo peor fue cruzarme con el autobús que había pasado un poco después del que cogí yo (que
sí venía de cerca de mi casa, claro), lleno de gente mirándome (todos al unísono, con ese gesto de
”mira, aquella mujer”, giro de cabeza lento al otro lado, rememoración
“eh?”, giro de cabeza rápido hacia mí
”mira! aquella mujer! juá!”); la misma gente que se había quedado esperando y a la que había ojeado (¿prepotente? ¿yo?) pensando
”qué tontitos sois, pero si éste va al mismo sitio...”.
No sé si colaría mi actitud casual (paso lento y relajado, tarareando) de estar justo donde había querido llegar, paseando y mirando escaparates en una calle solitaria pasadas las 11 de la noche...