suspensivos

lo que hay

viernes, septiembre 20, 2002

Maltratos

Las opiniones de la iglesia me preocupan tanto como saber qué van a construir en la zona cero de NY, pero estoy siguiendo aterrorizada las noticias que salen en la prensa estos días sobre malos tratos y nulidad del matrimonio.

Cuando se arguyen (y aceptan) motivos de nulidad que ponen los pelos como escarpias, causa estupor que Ricard Maria Carles, cardenal arzobispo de Barcelona, afirme que "el matrimonio comporta sacrificios y dificultades" y que los malos tratos no son una razón suficiente para declarar su nulidad.

O sea, que si una mujer desesperada y magullada acude a su parroquia para pedir ayuda, la deben enviar de vuelta para casa con un "ay, ay, ay, ten paciencia y no seas tan mala".

Solemos tener una opinión formada de las cosas, que vamos pregonando tranquilamente sin saber, a veces, de qué estamos hablando. Todos pontificamos sobre los malos tratos, pero poco sabemos realmente.

Parece fácil ¿verdad? "joder, que lo abandone" "uy, yo no aguantaría" "a mí, es que me pone la mano encima y…".

Poco sabemos lo que siente una mujer cuando su marido (su compañero, su amigo, su refugio) se convierte en una bestia que la odia. Poco sabemos del terror que la invade cuando oye el ruido de la llave en la puerta, cuando intuye que acaba de hacer un comentario que a él no le ha sentado bien, cuando ha olvidado comprar peras, cuando… cada mañana, cada noche, cada momento del día.

Joder, qué soledad.

El maltratador es, públicamente, encantador. Y muy hábil. Sabe jugar con su víctima; como a un perro, sabe rascarle la cabeza en el momento adecuado, para que vea cuánto le importa, cuánto la quiere, cuán arrepentido está; sabe minar su autoestima para que crea en él.

Y la maltratada se enfrenta a su peor enemigo: ella misma. Avergonzada, no puede hablar con nadie. Arrepentida, se convence de que la culpa es suya, de que tiene que ser más buena, más complaciente, más seductora, más comprensiva, más y más y más.

La policía no ayuda. La justicia no ayuda. La sociedad no ayuda. Sí, vale, somos muy buenos y nos planteamos ayudas en forma de –si no lo tiene- dinero, trabajo, casa. Pero todo esto es material, secundario. Y sólo sirve para las que han superado lo más difícil, enfrentarse a ellas mismas.

No sirve de nada decirles "tienes que dejarle" "no te quiere" "no tienes por qué aguantar" "no seas tonta". Al contrario, nuestras palabras, nuestros consejos pueden provocar una actitud de rechazo a nuestra prepotencia que la haga convencerse de que no es así, de que tú qué sabrás, y la haga aferrarse a su vida, a su error, a él –que, en el fondo, "es el único que me comprende".

Lo único que necesita –lo que va pidiendo a gritos- es que la quieran, que la valoren, que la hagan reír, que la comprendan, que se callen. Ella sabe, y sólo necesita creer en el mundo para reintegrarse a él. Claro que podemos cogerla del pelo y sacarla de su casa -probablemente es lo mejor que podemos hacer, porque ella sola no será capaz-, pero no servirá de nada si no hemos conseguido que vuelva a creer en nosotros. Y aún así, será un lastre que arrastrará para el resto de su vida. No es fácil olvidar.

Como es habitual en mí, me he calentado y me he desviado del tema. Juan José Ajenjo, portavoz de la conferencia episcopal, dice que la violencia doméstica "es un asunto sobrevenido a la celebración del matrimonio" por lo que "probablemente, ese sacramento era totalmente válido". Tonta tú por no haberle preguntado antes de casarte, bajo la luz de la luna.

En realidad, no me preocupa que un matrimonio se pueda anular o no porque haya maltratos. Qué importa, la anulación, si tú ya eres libre.

Pero es increíble que la iglesia pueda ser tan insensible, tan de fuera de este mundo, tan hipócrita. Y luego hablan de Pilatos.

jueves, septiembre 19, 2002

COSAS QUE ME GUSTAN -1

Me gustan las palabras.

amarillo, suave, garbo, trasquilón, hojaldre, diez, ternura, verde…

Me gusta pensarlas y jugar con ellas. Y leer diccionarios

placer, delicia, regocijo, pasión…

Me pregunto cómo empezó todo. Cómo grgr-ah se convirtió en lejos, o en maíz. Quién y por qué decidió que el color rojo se llamaría rojo y no pián, por ejemplo. Claro que, entonces, no sería rojo. Porque eso es lo que tienen, que si no las piensas demasiado, son exactamente lo que son (¿cuál mejor que extrañar para describir el dolor de la ausencia?).

partida, tristeza, carencia, soledad…

Pero yo las pienso, las descompongo (a..s..u..s..t..a..r), las repito una y otra vez (celoscelosceloscelos) y por un momento toman vida propia y ya no son lo que son. Digo ladrillo, pienso ladrillo, escribo ladrillo y ya no es ladrillo. Las letras bailan sin sentido por mi cabeza, aturullándome, hasta que las reconstruyo y pongo orden.

laridoll, lodrilla, lardillo, lladirlo…

Me gusta escribir porque entonces son mías y las puedo alinear, borrar, mayuscular, inventar... y –aunque a veces se rebelen- hacer que cuenten algo.

relato, mentira, leyenda, enredo...

Cuando voy a leer, me gusta pensar que están por el libro, alborotadas, tirándose unas a otras puntos y paréntesis, saltando por los guiones, y que se apresuran a colocarse en su sitio cuando notan que lo estoy cogiendo.

recreo, lío, aventura, peripecia...

... siempre he tenido mucha imaginación. Y, bueno, quizás también esté un poco loca.

extravagancia, locura, absurdo, chaladura...

martes, septiembre 17, 2002

la espera

En el mundo hay una serie de coincidencias que todos conocemos. Si llevas un brazo escayolado, no paras de ver gente en tu misma situación, y nunca habrás visto tantas embarazadas como cuando tú estás en la dulce espera (que digo yo, de paso, que qué tendrá de dulce…, con su barrigota, sus mareos, sus acideces, sus dolores de riñones, sus dietas, sus… en fin, tampoco es el caso).

Pero ¿os habéis fijado en la cantidad de coches iguales que hay? Sí, ya sé que es obvio, pero nunca tanto como cuando tú estás esperando uno en concreto. A ver, si te dices "voy a ver cuántos coches verdes con el techo rojo encuentro", te garantizo que ni uno. Pero si estás esperando –en alguna situación incómoda, además- un coche verde con el techo rojo, es como si se abriera una puerta de la dimensión desconocida para joderte.

Ayer quedé con un amigo que pasaría a recogerme con su coche. Quedamos a las ocho menos cuarto y yo, que soy muy previsora, salí un poco antes, para ahorrarle una posible espera en doble fila.

Era una situación incómoda. Mi amigo no era un amigo de los de toda la vida, era más bien un conocido con el que todavía no había establecido los códigos que la confianza te otorga. Y, claro, yo, en mi actitud de persona esperando, quería parecer muy digna.

No me gusta esperar, me siento estúpida. Sobre todo si el otro tarda. La gente pasa y te mira, y supongo que se hace su película "mira esta pasmarote". Y yo pienso "me pongo así, que parezca como que no me importa". Y el otro tarda. Y yo hago como que miro un escaparate. Y nada. Entonces me giro de espaldas y pienso "si estoy así dos minutos, sin girarme, vendrá" y tarareo cuatro veces "I just call to say I love You", porque me tengo estudiado que el estribillo dura 30 segundos y es más divertido que "uno, dos, tres…". Pero la impaciencia me puede y me vuelvo, y como he hecho trampa, tengo que girarme otra vez y empezar de nuevo. Pero no viene.

Pues yo iba echando discretos reojos por si veía aparecer su coche, porque no era cuestión de mirar descaradamente, ya que la luz se reflejaba en los cristales de los coches, impidiéndome distinguir a los conductores. Y si él veía que yo miraba, igual empezaba a hacerme gestos y tal y yo, con cara de tontalaba, sin enterarme. Nooo, que soy muy digna.

Cada vez que vislumbraba el modelo adecuado, ponía en marcha mi actuación: expresión neutra, observando indiferente cualquier punto inconcreto, preparada para girar la vista como por casualidad cuando la ventanilla del conductor estuviera a mi altura y soltar una expresión de alegre sorpresa.

Y fueron cientos las veces que miré sonriendo a los conductores, interrumpiendo –a tiempo, espero- mi actuación. Y lo peor era que algunos de ellos se repetían. "Claro" diréis "gente que daba vueltas buscando aparcamiento". "Y un churro" digo yo. Cada día estoy más segura de que formo parte del experimento que inspiró a los guionistas del "Show de Truman".

Y no voy a explicar qué intenciones me pareció ver en los burlones ojos de los automovilistas repetidores. Creo que me convertí en el objetivo de algún tipo de apuesta con sus acompañantes.

Y tampoco voy a hablar del retintín que me pareció captar en las "buenaaas…" de los vecinos que entraron y salieron repetidas (¿demasiadas?) veces del edificio.

Jordi, mi amigo, llevaba casi media hora esperándome en la esquina, justo donde yo no le podía ver. Supongo que él también tendrá una historia que explicar. O quizás sólo es un actor.

jueves, septiembre 05, 2002

Hasta ahora me había resistido a tener un blog. Me cortaba un poco ese punto de egocentrismo y exhibicionismo que conlleva. Se supone que con la cuidadosa educación que he recibido tendría que ser una persona altruista, entera, madura... y no ir pregonando por ahí mis sentimientos, mis pensamientos, mis cosas... Pero ya veo que no. Me doy la bienvenida a mí misma a esta nueva faceta mía de escapa-ratismo.

Lo he llamado "suspensivos" porque me encantan los puntos ídem. De hecho, soy adicta. No sé por qué. Quizás porque me gusta tener la sensación de que lo que escribo no es sólo mío, que lo puede completar cualquiera... o quizás tan sólo sea porque soy una indecisa.

Hay gente que es adicta a los emoticones. A mí no me gustan. Creo que es de gilipollas escribir "eres un capullo ;-)". Si yo digo "eres un capullo" es porque eso es exactamente lo que quiero decir. Y si lo digo en un tono irónico, espero de mi interlocutor la suficiente inteligencia como para que lo capte y de mí misma la suficiente inteligencia como para haberlo dado a entender en el contexto.

Bueno, pues antes me preguntaba que qué narices iba yo a escribir en un blog y ahora veo que esto no está mal. Es fantástico escribir y escribir sobre este tema tan interesante que soy yo misma, sin interrupciones, sin críticas; a ver si me voy a acostumbrar…