suspensivos

lo que hay

lunes, marzo 24, 2003

Cosas que me gustan – 6

Me gusta la música. Me gusta el blues.

No sé qué quiere –a quién llama- la guitarra cuando llora. Me conmueve, me sacude, me desborda; impotencia in crescendo en seis cuerdas. El piano la acaricia, la consuela y llora con ella.

Pocas cosas me gustan tanto como el piano en un blues. Me gusta ver al pianista, con sus manos como arañas paseándose, a la caza de mi sentido, enredado en ese camino de piezas blancas y negras. Arpegios como escaleras, insistiendo en su ritmo, distinto. Falanges que saltan, increíblemente ágiles, acariciando y golpeando, tan suaves como un beso de labios dulces en el cuello; tan fuertes como reír sintiendo el viento despeinarte en un salto al vacío, erizando eso que sólo cada uno sabe donde esconde.

Tengo la suerte de vivir en una ciudad que se mueve a ritmo de jazz, de boogie, de rithym & blues… Ayer fui casi feliz.

viernes, marzo 21, 2003

Contactos

A veces, haciendo zapping por los periódicos, me entretengo un ratito (sólo por instruirme, claro) en las secciones de contactos. Me maravillan los anuncios que la gente publica ahí. Por ejemplo, así, al azar… “pechitos pequeños…” uy! perdón, que me he confundido de página. A ver, un momento que busco… sí, éste: “chica busca nuevas amigas formar grupo ir a bailar o tomar algo. ¡Ánimo!. Dejo datos. Mery". Qué arte, qué capacidad de concreción, en… a ver… una, dos… quince palabras ha dejado bien claro quién es y qué quiere. Incluso da ánimos a las indecisas.

Podría poner un anuncio de estos para buscar novio, pero me temo que tendría muchos problemas. De entrada, mi definición, ¿cómo puedo resumir mis virtudes en un par de palabras? porque, claro, tienen que ser dos palabras que, ya de por sí, llamen la atención. “Mujer separada” mmm… no… muy cutre… además, igual les da por pensar que si estoy separada, algo habré hecho. “Madura atractiva” no, no, no, tampoco; eso de “madura” hace mayor y decir “atractiva” es lo mismo que decir “fea”. A ver que piense… algo que esté de acuerdo conmigo, que me cuadre… “Secretaria inteligente” ¡ups! borra, borra, si pareceré la señorita Rottenmeyer…!

Bueno, casi mejor dejo ”Mujer”. Vale, buen comienzo. Ahora la redacción. Otro problema, con lo que me gusta a mí largar, no sé si sabría explicar todo lo que quiero en tan pocas líneas, tendría que ser en plan telegrama: ”Desea” No, no quisiera parecer ansiosa. ”Necesita” Peor, peor. Un momento, que me concentro… ¿y ”Quiere contactar”? psé, nostámal… A ver ”Quiere contactar con hombre limpio, trabajador, divertido, inteligente (no imprescindible pasar test, acepto certificados oficiales), gane bien vida, guste mismo que yo (o parecido, a concretar), invite cenas, ría chistes, gusten adolescentes (sin pasar, son hijas), no problemas, no neurótico, no perro, no delincuente ni amigo mi jefa (si posible), no intención traer cepillo dientes y muda a casa, quiera pasar rato (tampoco mucho, yo ocupada), sin compromiso (bueno, poquito sí). Se valorará conocimientos informática (ayuda deberes) y habilidad masajes espalda”. A ver, que lo releo… mira, claro queda. Igual me animo y lo publico. Cuando busque novio.

Luego está esa otra clase de anuncios, los que van dirigidos a alguien en particular ”Te vi en la calle Lepanto. Llevabas tejanos y una camisa verde, morena con el pelo largo. Parecías simpática. Desde entonces, no puedo dejar de pensar en ti. Dejo datos. French Kiss” y este otro: ”Hace tres semanas que te veo cada día en el tren. Me tienes enamorada (…) preciosos ojos verdosos que me impactan cada vez que cruzamos una mirada. Xanadú. ¿Quieres contestarme? la_del_tren@xxx” (¡incluso se crean direcciones de correo!).

La verdad es que yo, ni soñar en poner uno de estos porque, con lo despistada que soy, sería algo así como “Te vi en la calle… (sí, hombre, ésa paralela a la Gran Vía, la que tiene un Caprabo y una Caixa). Eras alto… bueno... normalito. Moreno, o un poco castaño claro casi rubio, delgado pero medio rellenito. Llevabas… ehem… llevabas... pantalones, eso seguro… y un jersey claro (creo) o una camisa azul, o beige. Nuestras miradas se cruzaron e intercambiamos un saludo (o eso o eres estrábico y te estabas apartando una mosca de la cara). Por si acaso, si te reconoces, llámame. Impresionada. No, no, Poeta urbana. Mmm… mejor Tauro”.

Después de una tanda de lectura de este tipo de anuncios, me da un poco la neura de que a ver si alguien se estará fijando en mí y luego voy a salir en la prensa. Voy como más derecha (postura digna), con la cara relajada en una media sonrisa amable, ojos melancólicos y misteriosos y hago como que leo algún libro interesante (aunque ya me diréis, ¿quién se concentra con tanta tensión?). Luego, de vez en cuando, repaso los anuncios, a ver si me reconozco en alguno.

De momento, pasan los días y no; pero no pierdo la esperanza, porque hoy mismo, en El Periódico (lo prometo) sale uno que dice ”Nos conocimos en diciembre del 2001 (…) sólo sé que te llamas Jordi (…) ¿Te acuerdas?)”. Y es que, como en todo en esta vida, a veces sólo se trata de tener paciencia.

jueves, marzo 20, 2003

Cosas que me gustan – 5

Me gusta mirar planos de pisos y casas.

Pero no planos de arquitectos (esos son aburridos y complicados), sino esos de colorines que salen en las revistas de propaganda inmobiliaria o que tienen en los escaparates las agencias de compra-venta.

Cuando pillo una revista de ésas, paso ansiosa sus páginas hasta que llego a algún plano en miniatura. Me encanta deducir por dónde se entra, dónde están las puertas, las ventanas, si tiene terraza, cuántos lavabos y armarios tiene… Recorro con el dedo el camino, desde la puerta de entrada. Entro en la cocina a dejar las bolsas, vengo cargada de la compra (mmm… esta cocina pilla un poco lejos de la entrada… a ver… bueno, pero es bonita… aquí pondría la nevera… y cabría una mesa pequeña, para comidas rápidas… total, deben de ser un par de metros -o tres, como mucho- desde la entrada, tampoco es tanto…). Me voy a la sala-comedor (¡anda! ¡qué forma más extraña tiene ésta! claro que, poniendo el sofá aquí, quedaría muy bien... y la mesa, mejor al otro lado, para que le dé más luz... mmm... vaya, aquí no, que está la puerta de la terraza... espera, si la moviera un poquito para el centro... sí, perfecto. Y aquí podría ir la librería). Repaso las habitaciones (éstas dos podrían ser las suyas, yo ya me quedría ésta más pequeña... total, sólo voy para dormir... ¡huy! y tiene armario empotrado ¡qué bien! Y ésta tan pequeña podría ser para el ordenador... sí, sí, además queda al lado del comedor, así nos oiríamos cuando alguien la estuviera utilizando). Me voy a los baños (éste pequeñito podría ser el de las visitas.. y el mío, claro, así no tendría que estar apartando el secador y la plancha del pelo, que siempre dejan por el medio... y tendría mis cosas en el armarito, a mano... y el botiquín).

Cuando el plano es de una casa, es más divertido, porque puedo entretenerme en subir las escaleras que llevan a la planta de arriba y repartir y reorganizar muchas más cosas (en cada recodo, una planta... ¡uf! no, que éste debe de ser oscuro... y las artificales no me gustan... pues un jarrón... mmm... o mejor nada, que luego todo es polvo... claro que, si me pudiera comprar una casa así, también tendría a alguien que la limpiara ¿no?). Las casas tienen más posibilidades, más espacio, más luz (¿cómo es que aquí no hay ventana? con lo bien que quedaría... a ver... ah, es compra sobre plano, o sea que igual pidiéndolo... y de paso, podría pedir una repisa de obra aquí, en el estudio, con una encimera de madera... siempre he pensado que me gustaría tener una así...).

En los escaparates de las agencias de compra-venta de fincas, también me entretengo mirando las fotos de los pisos que se venden. Me gusta ver cómo tienen los muebles colocados, cómo son los armarios de la cocina, cómo brilla; me imagino a los dueños esmerándose, para que todo reluzca cuando venga el fotógrafo (los azulejos, Antonio, que se ven huellas de dedos... claro, como tú siempre te apoyas... a ver si ahora, en el piso nuevo, tienes más cuidado, que estoy cansada de ir detrás de ti con el paño...). Me gusta imaginar qué tipo de personas serán (¡ostras! vaya cortinas... pues no deben de ser horteras, estos... jeje, y, mira, estos deben de tener hijos pequeños, porque han puesto una barrera en la escalera... o un perrito, claro...) y pensar por qué querrán cambiarse de piso (pero si éste es precioso... y parece grande... a ver... 95 metros cuadrados... no está mal... igual les ha tocado la lotería y se compran uno mayor... o se viene a vivir la suegra con ellos y no caben...).

No sé qué pensaría la gente si viera mi piso en un plano cuadriculado de colorines, o si contemplara sus fotos en un escaparate. A mí me gusta como es. Bueno... quizás podría ser un poquito más grande... y tener otra habitación... y otro baño... no sé... sí, vale, pero no son cosas importantes; es mi (nuestra) casa, con su calidez, su luz, su olor... ¿quién necesita más?.

miércoles, marzo 19, 2003

Películas

Hay una película que tengo muchas ganas de ver, Mi vida sin mí. No sé casi nada de ella (cuando una película me apetece, evito cualquier conversación o artículo en los que salga, porque quiero ir a verla sin ninguna idea –y menos ajena- preconcebida), sólo sé que es de Isabel Coixet y que habla de la vida y de la muerte.

A mí no me asusta mi muerte; otra cosa es la de las personas que quiero, pero la mía es un tema que –quizás por inevitable- tengo muy asumido. Lo que sí me quita el sueño es imaginar qué sería de Mireia y de Cora sin mí. Ya sé que el mundo no se va a parar porque yo falte, pero me angustia pensar que no me vayan a tener a su lado para ayudarlas, compartir sus cosas, darles un gelocatil, escucharlas… yo qué sé, esas tonterías tan esenciales del día a día para las que sí nos consideramos imprescindibles.

Tuve una amiga, Montse, que murió de leucemia. Era increíble hablar con ella, ver su fuerza, su escala de valores, tan distinta a la que yo torpemente manejaba; tenía mucho más miedo yo que ella, que sabía que le quedaba tan poco tiempo. Montse tenía muy asumida su muerte, hablaba de ella con una frialdad que ponía los pelos de punta y me enseñó que morir no es importante; quizás todo se basaba en que había tenido tiempo de hacer las paces consigo misma. Seguramente, sea tan sencillo como esto.

Por eso, aunque parece ser que mucha gente lo prefiere, yo consideraría una especie de estafa o de broma de mal gusto morir de repente. Si tuviera la opción, elegiría una muerte anunciada, para tener tiempo de dejar las cosas mínimamente arregladas, para que ellas también pudieran prepararse. Preferiría saberlo para tener tiempo de dejar bolsitas de aliento en el congelador, por si les hace falta; de dejar los cristales limpios, por si necesitan más luz, y, sobre todo, de no dejar ninguna palabra sin decir.

Una de mis películas favoritas es Cosas que nunca te dije, también de Isabel Coixet. Me quedo con el tierno Don (sensible Andrew McCarthy) –¿existirá realmente algún hombre así al otro lado del teléfono?- y con la dulce Ann (deliciosa Lili Taylor) llorando por su helado, tan insignificante y, a la vez, tan imprescindible. Exactamente como nosotros.

martes, marzo 18, 2003

Cora-2
Otro escrito que Cora me pide que cuelgue aquí, a la espera de crearse un blog propio:

¿La Muerte?

Muchas veces nos ponemos a pensar en la muerte; en cómo, cuándo y por qué será y, aunque a veces deseamos que aparezca, le tenemos miedo.

No podemos imaginar una vida -o lo que sea que llamemos así- sin nosotros, sin nuestro nombre; un avance sin nuestra presencia. Pensar en el más allá nos aterra; sin embargo, cada noche nos dormimos, lo olvidamos todo para parar nuestras vidas durante unas horas. Dejamos que cada uno de nuestros músculos se duerma, a la vez que nosotros lo hacemos, cerrando los ojos y dejando la mente en blanco.

No sabemos si, de repente, un día nos quedaremos atrapados para siempre, sin saberlo, en uno de nuestros sueños. Aunque tampoco nos preocupa. Es más, esperamos ansiosos el momento en que llegamos a la cama y nos sumergimos en la nada. Entonces me pregunto, en realidad ¿qué tememos? No pretendo hacer reflexionar a nadie con mis palabras, tan sólo quiero saber a qué le tenemos miedo realmente.

domingo, marzo 16, 2003

Cosas curiosas

El viernes salí del trabajo a una hora no demasiado habitual en mí (temprano). Cuando llegué a Terrassa, había un autobús parado, uno que precisamente pasa por delante de mi casa y, aunque no es habitual en mí (prefiero caminar), decidí cogerlo.

Había como unas 5 o 6 personas esperando subir y me uní a la cola. Noté que una de ellas, una chica, se giraba y me miraba insistentemente. Me hice la loca, la vista fija en el infinito que tenía enfrente, pero notaba esa molesta mirada clavada en mí. ¿qué mirará ésta? ¿será a mí? ...igual mira a alguien que tengo detrás... ¿me hago la loca o la miro yo a ella, desafiante? como no se vuelva se va a pegar un trompazo con el autobús…

En esos pensamientos estaba cuando la chica, de repente, me dice ”Perdone, ¿usted se llama C.M.?” . Me quedé de una pieza (igual que ahora, que acabo de descubrir que tengo las mismas iniciales que crónicas marcianas… pero, bueno, no empecemos a desviarnos del tema…). Me quedé como se quedaría cualquiera cuando, de repente, un desconocido le pregunta si él es él. La miré atenta y disimuladamente (suponiendo que estos dos conceptos sean compatibles), intentando descubrir algún rasgo familiar en su cara, en su pelo, en sus gestos, en su voz, incluso en los libros que llevaba en las manos… pero nada. No la conocía de nada, seguro. Me dijo (otra pista… leve acento extranjero… a ver la cpu… mmm... vaya, nada) que disculpara su abordaje, que ya en el autobús me contaría.

Y me contó. Hablaba un catalán casi perfecto. Me explicó que era italiana, del Friuli, región donde se habla un dialecto muy parecido al catalán, que por eso le resultaba fácil el idioma. Era maestra y estaba en Catalunya por un período de 3 meses.

Y me siguió contando. Un día, en el tren, me vio con Mireia y Cora y le llamó la atención la relación que tenía con ellas, que al ser maestra está acostumbrada a ver a otro tipo de padres (?), y se fijó en mí porque le hizo gracia ver –palabras textuales- el buen rollo que se palpaba entre nosotras tres (un momento, que me limpio la babita). Unos días después, me vio por la plaza Catalunya y se volvió a fijar en mí; pensó ”qué casualidad! (y no lo sabe bien, porque casi nunca paso por esa plaza).

Pasaron algunos días más y –dijo ella- no sabía por qué, pero se acordaba de mí de vez en cuando. El caso es que puso la tele (no sé si para olvidarme o porque quería verla), y ¿qué programa, casualmente? Sí, Entre Línies. Y ¿no sería precisamente el día en que salí yo? Premio!.

Fue una conversación agradable (era una chica agradable e interesante), aunque extraña. Llegamos a su parada, se tenía que bajar y lo hizo deprisa ”ui, si baixo aquí! (con esa "ix" tan suave, tan extranjera...). Quería haberle dado mi correo electrónico, mi teléfono, algo…pero no hubo tiempo, ni siquiera sé su nombre.

Todos sabemos que no somos robinsones, que nuestras vidas se cruzan con las de los demás y que, de una manera u otra, interferimos en ellas, pero ser -de repente- consciente de ello produce una sensación muy curiosa. Es curioso pensar (saber) que no siempre somos un borrón más caminando por la calle.

Es curioso que una persona que está sólo tres meses en un país, coincida con otra tres veces (en distintas ciudades, y no pequeñas, precisamente) y que la vea también en la tele. Es curioso que nunca me haya visto en un sitio o un acto cotidiano para mí (casi nunca voy en tren con ellas, casi nunca salgo en la tele, casi nunca salgo a esa hora...), todo han sido… casualidades. Es curioso… ¿o es mágico? Podría preguntarle a dilettante, pero no sé si me gustaría su respuesta.

Me pregunto (yo, que soy de las que creen que todo pasa por algo) si hay que buscarle un significado. No sé qué pensará ella. Mmm… le preguntaré cuando la vuelva a ver.

el caso

En cuanto asesine al informático (porque seguro que ha sido un informático) de haloscan que ha tocado el botón que no era y me ha borrado algunos comentarios (entre ellos, todos los de la anterior), cuelgo otra entrada.
Ara vinc.

jueves, marzo 13, 2003

2 cosas y un texto ajeno

Cada día intento dedicar unos tres segundos a reñirme por llevar tanto tiempo sin escribir, pero soy muy lista y me doy unas excusas tan elaboradas e incontrastables, que me dejo sin habla y no me queda más remedio que perdonarme.

Aprovecho para decir un par de cosas que se me quedaron en el tintero y para reproducir un texto de Elvira Lindo, porque es realmente bonito.

Cosa 1
En la cocina de casa tengo, colgado en una pizarra, un taco de esos de apuntar la lista de la compra. Cada vez que me acuerdo de algo que hace falta, me dirijo rauda y saltando obstáculos (no hay que olvidar que convivo con dos adolescentes) al susodicho y lo apunto para comprarlo (aunque no sirva de mucho, porque lo habitual es que olvide llevarme la lista al super, pero esto ya es otra historia). El fin de semana, antes de ir a la compra, arranco la hoja y repaso lo apuntado.

Os diré, por si alguien no las conoce, que Mireia y Cora tienen un abundante y peculiar sentido del humor y es habitual que, en medio de “arroz”, “mandarinas” y esas tonterías, me encuentre con que tengo que comprar “preservativos”, “papá cachas y rico”, “sexy tanga” y otras cosas, al parecer más útiles que un quilo de zanahorias.

El caso es que el viernes 28 de febrero arranqué la lista del taco y fui directa al super, sin mirarla (era tarde, a ver si me iban a cerrar...). Una vez allí, empecé a vaciar estantes y a llenar el carro, repasándola sobre la marcha. Compré todo lo que había en la lista. Bueno, todo menos dos productos que, por mucho que miré y remiré, no supe encontrar: “cubreblogs” y “desatascador de ascensores”.

mmm… me pregunto si tendrá algo que ver con la presencia en casa de ciertos tres madrileños el fin de semana anterior… mmm… e, incluso, quizás, con cierta experiencia ya relatada en estas páginas…

Cosa 2
El día de la pájara de myolastan, se me olvidó comentar una experiencia... digamos... aterradora.

Cuando iba hacia el trabajo, al bajar del tren en Barcelona, la puerta por la que salí quedó justo enfrente de un cartel publicitario un poco enorme que anunciaba la exposición "De la caricatura a las metamorfosis de estilo", de Picasso. No voy a decir nada más. Sólo imaginaos ir con una bolinga como la mía y chocar con esta ueeeeps! imagen, tamaño king size.

Texto ajeno
No me gusta demasiado transcribir textos ajenos, no quiero perder de vista que la principal razón -o excusa- para hacer este blog es sacudirme esa pereza vocacional que me define y obligarme a escribir. Pero quiero compartir este artículo de Elvira Lindo.Y quiero dedicárselo a mi madre, aunque no lo sepa. A veces, cuando leo determinadas cosas, pienso en por qué no las habré escrito yo.

UNA MADRE
Elvira Lindo (El País, 12/03/03)

Nosotras somos lo que soñaron nuestras madres. Hemos estudiado como ellas no pudieron, nos hemos casado pero no por ello renunciado a nuestra profesión, hemos tenido vocación pero no por ello hemos renunciado a tener hijos. Ellas soñaron con cosas poco románticas para quien las da por supuestas, soñaron con tener una cuenta propia en el banco (la habitación propia de Virginia Woolf), con tener dinero sin necesidad de sisar al marido, con decidir su destino, ser tomadas como adultas. De pronto, en la vejez, han descubierto una libertad tardía. Las puede uno ver en la calle, andando a paso ligero, en una lucha feroz contra el envejecimiento de esos huesos que aguantaron trabajos ingratos, repetitivos y no remunerados; las puede uno ver en los centros culturales, apuntándose a clases de arte, de historia, asistiendo a actos literarios, y en gimnasios, en las colas de los cines, del teatro. Han decidido no perderse una, ya que perdieron tanto. Las puede uno escuchar quejarse del marido jubilado (esa rémora), que se deprime, que no quiere viajar, que no tiene marcha. Qué hubiera sido de este país si esas mujeres bravas que tienen tanta voluntad de aprender hubieran desarrollado su vida plenamente. Es en ellas en quien pensé el día de la mujer trabajadora. Me irrita un poco ese consabido "compañeros y compañeras" que no se les cae de la boca a los políticos y que suena a falso halago. Ese tonito a veces paternalista y cachondón que adoptan en el mitin del día 8. Yo pensé en ellas. Lo esencial es entender que una mujer mayor que se dejó la vida trabajando, aunque fuera en la "retaguardia", se merece gratitud y respeto. Respeto y admiración me merece esa mujer de aspecto frágil y dignidad de acero que sobreponiéndose al dolor dijo: "No ha nacido todavía quien me escriba a mí lo que tengo que decir". Hay que ser muy perverso ¡y terriblemente machista! para no valorar el coraje del que es capaz una madre que defiende a su hijo asesinado. Este 8 de marzo fue el día de Pilar Ruiz, madre de Pagazaurtundua. Ésa sí que es una frase para llevar en pancarta el día de la mujer. La quiero tener presente, como ejemplo a seguir, cada vez que empiece a escribir un artículo.

martes, marzo 04, 2003

ueeeeps!

Tengo un pinzamiento en una vértebra y una contractura muscular que me traen por la calle de la amargura. Ayer fui al médico y, después de reñirme, me recetó unas cuantas pastillas. ”Éstas colocan” -me dijo señalando unas bolitas blancas- ”o sea que te tomas una antes de acostarte, pero por la mañana, sólo media”.

Esta mañana me he levantado con el brazo dormido y una especie de calambre doloroso recorriéndome la espalda. Previendo el largo día que me espera, me he dicho eso de ”qué sabrán los médicos”. No sé yo tanta carrera, tanta carrera, con lo fácil que es navegar por Internet y averiguar cosas de salud la mar de fiables y contrastadas. O sea que he decidido tomarme una bolita entera (qué colocar ni puñetas, con lo pequeñita que es…).

He desayunado, me he duchado, me he vestido y, al levantar la cabeza después de abrocharme las botas, ya he soltado el primer ueeeeps mientras me caía de culo a la cama.

Salir de casa ha sido relativamente rápido, porque el pasillo de mi casa no es muy ancho, o sea que los bandazos no han supuesto alargar demasiado el trayecto. Otra cosa ha sido atinarle al botón del “0” del ascensor (sí, ya reparado, gracias por el interés), que era como esos pps o flashes divertidos que te envían por correo electrónico, que cuando quieres darle al “aceptar”, el botoncito se va a la otra punta de la pantalla. La verdad es que me he reído bastante persiguiéndolo.

He mirado calle abajo y me ha parecido más larga que de costumbre, por lo que he decidido coger el autobús. Dirán lo que quieran, pero para mí que, desde la última vez que lo cogí, han puesto más alto el escalón de la puerta de entrada. Más alto y más lejos. El conductor me miraba un poco raro, supongo que ha pensado que ejecutaba alguna especie de ritual de buena suerte antes de montarme, manchando repetidamente el aire con el pie ueeeeps! en mis vanos intentos de encontrar la maldita plataforma.

No hay nada como andar por la vida bien despierto, porque te fijas en cosas en las que nunca habías reparado. Claro, como cada mañana voy medio dormida, no me había dado cuenta hasta hoy de lo estrechita que es la ranura para introducir el bono del tren. Estrechita y, os lo aseguro, también se mueve. Pero soy muy tozuda y no he parado hasta conseguirlo. Vale, he tenido que arrodillarme y abrazarme a la dichosa maquinita para que ueeeeps se estuviera quieta, pero ¡JÁ! he logrado introducir la tarjeta.

Entrar en el tren ha sido fácil, como me subo en el primer vagón (el último tal como está situado en el andén), sólo se ha tratado de no aminorar la carrerilla que había cogido bajando las escaleras, dejar que la inercia me llevara hasta la pared para rebotar con gracia hacia la izquierda en el momento indicado y ueeeeps para dentro!. Por suerte, la puerta del otro lado estaba cerrada y ha tenido la amabilidad de frenarme.

Del trayecto en sí no os puedo contar mucho, sólo que hoy los pasajeros estaban especialmente simpáticos; cada vez que miraba a alguien, me sonreía gentilmente. Dice una amiga que iba conmigo que quizás era porque yo les saludaba.

Pero, bueno, quién se fía de ésa, si no se entera. ¿Pues no va y me dice, en el bar donde tomamos el cafelito de la mañana, que qué me pasa y que baje la voz? Si, total, sólo estaba diciéndole al camarero –intentaba ser cordial-, cuando se le ha derramado la leche, ”¿qué? ¿te pongo nervioso?”… Y luego me ha hecho bajar el brazo… pero si sólo estaba pidiendo un donut…!

Otra que también estaba rara esta mañana es mi jefa. Me ha dado unos golpecitos en el hombro y me ha dicho ”Cristina, vete al despacho del presidente y te echas un ratito, ¿vale?”. No lo entiendo, no sé qué me ha visto, pero si hoy estaba especialmente bien predispuesta, a cada cosa que me pedía le he contestado toda contenta “oki, oki!”; jolín, esto lo hago en el chat cada día y nadie me dice que me acueste…

En fin, que ahora mismo me está entrando como un sueño… una modorra… casi que sí le tomo la palabra y me voy un ratito al sofá del presi… eso si consigo que la puerta se esté quieta, claro… a ver…ueeeeps!