suspensivos

lo que hay

miércoles, noviembre 19, 2003

A través del espejo

"Un instante más y Alicia había pasado a través del cristal y saltaba con ligereza dentro del cuarto del espejo. Lo primero que hizo fue ver si había un fuego encendido en su chimenea y con gran satisfacción comprobó que, efectivamente, había allí uno, ardiendo tan brillantemente como el que había dejado tras de sí. De forma que estaré aquí tan calentita como en el otro cuarto --pensó Alicia-- más caliente aún, en realidad, porque aquí no habrá quien me regañe por acercarme demasiado al fuego. ¡Ay, qué gracioso va a ser cuando me vean a través del espejo y no puedan alcanzarme!"

Pinta bien...

Me voy. Al otro lado del espejo.
Si alguien quiere seguirme, que me escriba y le diré cómo cruzar.

martes, octubre 28, 2003

Qué cielo

Es lo que tiene levantarse tan temprano, que luego miras por la ventana y ves ese cielo.

El anochecer es distinto; los colores se difuminan y se esconden, estarán cansados.

La mañana tiene esos colores como de plástico vivo; el cielo demasiado azul, las nubes demasiado naranjas y negras. Es como si un vaso de agua se hubiera derramado, arrastrando sobre el papel, al azar, restos de una caja de acuarelas abierta.

Si pintara un cuadro, nunca lo haría con esos colores, pensaría que iba a parecer una pintura de se alquila piso amueblado.
Y, sin embargo, es tan bonito.

Un cielo así... ¿es el presagio de un buen día, o los colores no tienen que ver con esas cosas?

jueves, octubre 23, 2003

Mentiras

Siempre me ha divertido la gente que miente, les encuentro muy graciosos. Con lo fácil que es andar por la vida tranquilo, sin pensar en artimañas y estratagemas... pero ellos, hala, complicándose la vida por ahí.

Hay mentirosos compulsivos o sistemáticos, los mejores. Mi “gran error”, por ejemplo, que iba a ducharse y me decía “si llama fulanito, le dices que he ido a aparcar el coche”, que primero piensas bueno, será que al hombre no le gusta que sepan de sus hábitos higiénicos, pero es que luego se iba a aparcar el coche y me decía “si llama fulanito, le dices que me estoy duchando”. Pero éstos son fáciles, porque le quitas la mitad a todo lo que dicen y solucionado.

Luego están los mentirosos malos o calumniadores. Así de entrada, no parecen muy graciosos, porque mienten para joder y eso está muy feo, pero me da la risa cuando veo el patetismo en el que suelen caer para que la gente les crea, con esos ojos tan abiertos, esa nariz dilatada (que he comprobado que a la mayoría de esa categoría se les dilata la nariz cuando mienten) y esa cara de “de verdad que te lo juro, eh?”. Con éstos sólo hay que esperar a que se descubran solitos (que tarde o temprano ocurre), luego ya nadie les cree para los restos.

También tenemos a los mentirosos convencidos. No son malos, pobrecitos, lo que pasa es que su vida debe de ser aburrida o algo y prefieren versionar las cosas para darle emoción. Pero, claro, lo malo es que se lo creen y luego van por ahí metiendo la pata. Es genial escuchar sus relatos de sucedidos en los que tú has estado presente o de los que has sido el protagonista, te abren nuevas posibilidades que no habías contemplado y, superado el primer momento de estupor, vas haciendo que sí que sí con la cabeza y te partes de la risa.

Finalmente están los tentadores o a-ver-si-cuela. Totalmente inocentones, te mienten para disculparse de alguna tontería (te aseguro que iba a avisarte pero justo en aquel momento explotó una cañería, el perro se puso a ladrar y yo resbalé; mira, mira, si quieres te enseño el morado), para que les dejes pasar a algún sitio (si es que tenía invitación, lo que pasa es que... pero además soy periodista; mira, mira, si quieres te enseño el carnet... vaya, se me ha olvidado la cartera) o para colarse en el super (si no te importa, es que mi suegra se ha venido a vivir a casa y... bueno, que sólo son dos carros de nada) . A ésos sólo tienes que quedártelos mirando sin decir nada y ponerte cómodo para ver como su conversación va derivando hacia diáfanos ”eer... mm... aaa... gññ....” y como se les va perlando la frente. Lo más difícil en estos casos es conseguir que los ojos no te bailen y que no se te escape el pffffff.

Los próximos tres días voy a ver a un montón de ésos últimos. Me toca de nuevo trabajar en el Salón del Manga y hay que ver de lo que son capaces algunos para ver gratis el culet-culeet de Shinnosuke Nohara, el de la clase de los girasoles.

lunes, octubre 20, 2003

Avión

No sólo no me da miedo ir en avión, encima me gusta. Me encanta esa sensación, cuando está a punto de despegar, de motores hiper-revolucionados, como un toro preparándose para embestir. Parece que suelten la cuerda que lo retiene, empieza a correr más y más por la pista y (hop!) se lanza al aire. De hecho, me dan más miedo algunas atracciones de feria, que siempre me imagino que van a empezar a saltar tornillos.

Tampoco es que sea una experta, habré volado unas 12 veces, y, la verdad, nunca hasta el viernes pasado, que fui a Madrid, me había tocado un vuelo diferente.

En Barcelona había un poco de mal tiempo. Nada importante, puesto que incluso había una pista abierta y, a pesar de que más que una pista parecía una piscina, los aviones insistían en salir, por lo que se formó una bonita cola de aparatos listos para despegar en la que, nos dijo el comandante, ocupábamos el número doce.

Pero ya digo, nada grave. Cuando por fin nos movimos un poco, pude ver eso que llamaron –creo- condiciones climáticas adversas. Y es que son unos alarmistas; en realidad no era nada más que una bonita foto de calendario. El suelo se veía precioso, anegado por unos palmos de agua que el viento agitaba dándole un aspecto de mar encabritado. Pero lo más romántico de la imagen era ver como la cortina de agua, empujada por el cálido soplido del viento, a pesar de que el avión iba marcha atrás, chocaba contra las alas como si el aparato fuera hacia delante a toda marcha. Precioso. Y enternecedor. Tanto, que si no hubiera sido porque me dio pereza intentar desincrustar los dedos del asiento delantero, hubiera ido a hablar con el comandante y decirle que esperáramos un poco más, total ya llevábamos una hora de retraso y para qué precipitarse.

Pero despegamos y el vuelo fue tranquilo, sólo nos zarandeamos durante casi todo el viaje.

Voy a confesar que tuve un momento tonto en el que sí pensé que iba a morir. Es que todo cuadraba; me habían dado la fila 14 que, teniendo en cuenta que -por culpa de algún gilipollas supersticioso- la 13 no existe, se convierte directamente en la de la muerte, y dos personas que tenían que venir conmigo cancelaron su viaje a última hora. Yo, que en determinadas circunstancias, tengo una tendencia tonta a prever los titulares de la prensa del día siguiente, me torturé un rato imaginando sus declaraciones: ”Estuvimos a punto de coger ese vuelo, pero nos surgió un imprevisto y cancelamos el viaje” dijo él, conmocionado. ”Se ve que no era nuestra hora” comentó ella, mostrándonos cómo se le ponían los pelos de punta.

El aterrizaje fue tranquilo, y es que, a pesar de que los madrileños me habían advertido “¡huy, que aquí está cayendo una...!” (se nota que no conocen al mediterráneo cuando se pone de malas...), al llegar allí estaba lo suficientemente despejado como para que se distinguieran las luces de los pueblos de unos miles de kilómetros a la redonda.

Ahora tengo otro misterio insondable de ésos que me gustan tanto, en el que aún no había caído. Aparte de la intriga de saber cómo es que una cosa tan grande y pesada vuela y consigue llegar a su destino sin luz ni rayas blancas ni semáforos ni guardias urbanos (bueno, es como lo del signal, en realidad no quiero saberlo), ¿cómo hacen los aviones para ir marcha atrás sin empotrarse contra algo? Porque yo diría que espejos retrovisores no tienen, no?

miércoles, octubre 15, 2003

Cosas que me gustan – 8

Me gusta mi hermana.

Montse es mi hermana mayor, la mayor de las hermanas, la mayor de las amigas, la mayor de las personas.

Montse me regaló (a escondidas) ese libro que yo pedía insistentemente y nuestros padres me negaban (eres demasiado pequeña), aconsejó mis dudas, aplacó mis curiosidades y me dejó dormir en su cama esas noches en las que yo creía que los relámpagos se me iban a llevar.

Montse y yo jugábamos a guerras de pies, nos escapábamos por la ventana para ir a comprar pipas, nos peleábamos como monas, nos consolábamos de las broncas con nuestros padres y bebimos vinagre una noche que nos despertamos sedientas y, demasiado perezosas para bajar al baño o a la cocina, rebuscamos líquidos potables por el desván (traguitos cortos, sacudida de cabeza, sabor a transgresión). Su cara seria y morena, tan guapa, merodea por casi todos mis recuerdos.

Montse y yo hicimos caso de la famosa ley de vida y nos distanciamos físicamente, cada una a lo suyo, pero sus ojos siempre estuvieron mirándome. Me dio palabras y cariño y pude salir corriendo porque sabía que ella me estaba esperando al otro lado.

Montse y yo no nos vemos mucho, cada una a lo suyo de nuevo, pero siempre me acuerdo de ella y sé que ella se acuerda de mí. A veces me gustaría convertirme en justiciera, coger una espada e ir a espantar las cosas que la ponen triste o que la cansan.

Montse es mi hermana mayor, la mayor de las hermanas, la mayor de las amigas, la mayor de las personas. No sé si sabe cuánto la quiero.

viernes, octubre 10, 2003

El SdlA y yo

La otra noche me entretuve jugando con unos cuantos tests del SdlA. Empecé con uno que encontré no sé dónde y la curiosidad me llevó a probar más (diccionario en ristre, que hay que ver lo raro que hablan esos ingleses).

Resulta que mi LotR actor ideal husband es Elijah Wood. No está mal. Tendré que compartirlo con Cora pero, ya que lo dice una encuesta, intentaremos superar la crisis familiar que esto pueda provocar.

Y ¿qué LotR character soy?. Evidentemente, visto mi marido ideal, soy Sam. Está bien, Sam es un tipo leal, honesto, nada fantasmón y valiente cuando hace falta... vamos, que ya me gustaría.

Siguiendo con esa lógica, mi ideal LotR male mate es Aragorn. Vale, está bien tener un amigo influyente, poderoso, valiente y guapo (he dicho Aragorn, no Viggo Mortensen).

También encontré un generador de nombres. Mi nombre hobbit es Berilac Gamgee from Tighfield. Tengo nombre de todo pero, puesto que se supone que soy Sam, me ceñiré al de hobbit (además, al de orco -Bagsnak the Sleek- no le veo el qué... hmm... ¿sleek?).

Luego vino lo bueno, averiguar qué villain soy. Con lo que me gustan los malos de las películas... iba contestando anhelante ¿Saruman? ¿Sauron? ¿Balrog? ¿Ella?, ay, ay... Submit. Esperé unos segundos eternos y la pantalla se iluminó con un:

You're Orlando Bloom! The most dastardly villain that Middle-earth has ever known, you're very dorky and have weird haircuts. You also like falling out of buildings and engaging in other bone-breaking activities.

miércoles, octubre 08, 2003

Sigamos...

La señora oronda del abanico demostró, cuando pocos días después volvimos a coincidir, que mi teoría de que el exceso de chec-chec no se debía a un sofoco veraniego sino a esa especie de competición que describí, era cierta.

Los asientos del tren no son precisamente anchos y, si puedo elegir, prefiero sentarme al lado del pasillo, así prevengo que personas que podrían ser definidas como abultadas me encajen contra la pared de ese tren miseria. Ese día, no sé por qué, me senté al lado de la ventanilla y ella, que venía detrás de mí, se sentó a mi lado. ”Cielos”, pensé (quizás habría que aclarar que la descripción de “oronda” es fruto de la buena educación que me dieron las monjas del colegio).

Pero mi inmovilización no duró mucho. Un par de paradas después, se bajó alguien de otro bloque de asientos y ella se apresuró a ocupar el asiento vacío. Hay personas que parecen necesitar justificarse cuando llevan a cabo alguna actividad que podría ser interpretada como “no normal del todo”, o quizás piensan que a los demás nos importa. La señora oronda, para suerte mía, o era de ese tipo o viajaba con su amigo imaginario, porque dijo en voz alta algo así como ”uf, me cambio porque en ese asiento da aire frío”.

Puedo asegurar que las condiciones climáticas eran prácticamente las mismas que el día de autos; en el exterior los metales goteaban cual cuadro de Dalí y en el interior los viajeros componíamos la música del próximo espectáculo de Lord of the dance a base de castañeteos de dientes. También puedo asegurar que el resto del viaje mi cara, ya guapa de por sí, ganó mucho con el atractivo que dan las sonrisas de triunfo.

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El ladrón de *mi* tiempo me reencontró en septiembre. Yo estaba apuntando una cosa en la agenda y su sonoro ”hola!” me hizo tachar media página de la alegría.

”¿Qué tal las vacaciones?”. Ni siquiera me dio tiempo a pensar qué tópico le contestaría, ”¡mi hijo ha estado en Rusia!”. Plegó los brazos por encima de su estómago (sí, también se podría describir como orondo) y tomó aire esperando, supongo, algo como ”ah, si?”, pero bajé la cabeza y continué escribiendo. ”Vaya, ¿qué haces?”, soltó un poco desanimado, ”huy, perdón, es que si no se me olvida” y apliqué (pero por escrito) la táctica que mi amiga Marta y yo usábamos cuando nos aburríamos en algún lugar pero no queríamos que se notara: ”Uno dos tres, jajaja” “¿siete ocho cuarenta?” “no, no, veinticuatro treinta y dos, jeje” “no me digas que veintisiete...!” “que sí, trece”. Me pasé medio camino haciéndome la interesante y llenando la agenda sin descanso, no fuera a ser que... porque cuando me paraba un poco le veía como removerse.

Luego subió al repleto tren mi amiga y a él, como el caballero-de-los-que-ya-no-quedan que presume ser, no le quedó más remedio que cederle su asiento. Y ahí estuvo, aguantando el resto del viaje encima de sus patitas rechonchas. ¡Oh! Olvidaba decir que yo, debido a la educación ésa de las monjas, lo guardé todo y me puse a charlar con ella.

Al día siguiente le vi montándose en otro vagón. No sé por qué.

lunes, octubre 06, 2003

Tu rai

Ayer volvió a pasar, rozándonos. Se llevó a la madre de María, la amiga de Cora.

Estás viendo la tele y dejas de respirar, todo es inútil. ¡Vuelve!, nada.

Estás paseando, riendo y comiendo castañas con tus amigos y una llamada te jode la vida. Eh, ya no tienes madre.

Abrazar, llorar, hablar, no dormir, dolor y cansancio.

A veces, las cosas juegan a amontonarse en tu espalda. Yo, hoy voy a jugar a ser humana.

Cuando salgo a comprar el periódico paso por delante de unas pompas fúnebres. Lucho contra una poderosa urgencia de entrar y darme por vencido.
Tibor Fischer, Filosofía a mano armada

miércoles, octubre 01, 2003

Conclusiones

Me gusta empezar cosas, abrir cajas, botes y tubos. Desenroscar el tapón de un tubo cualquiera para darle la vuelta, enroscarlo un poquito, volver a quitarlo y ver como el ungüento asoma, aliviado. Coger la arandela del tapón del nesquik y tirar de ella; agujerear el papel del bote de nescafé (plop!) y dejar que me salten a la cara sus aromas de chocolate y café. Me gusta quitar precintos, papeles, plásticos, bolsas con cositas anti-humedad, trozos de porexpan; abrir sobres, libros y revistas y meter la nariz entre sus páginas para quedarme con un poquito de ese olor a papel, tinta y fotos nuevas.

Cuando compro un tubo nuevo de signal no puedo esperar a que el viejo se acabe, lo abro y saco un poquito para ver si esta vez también estarán las rayas bien puestas. Ya sé que hay muchas otras marcas de dentífrico, con cosas lo suficientemente incomprensibles para un ser humano normal como para ser muy buenos (nitrato potásico, monofluorfosfato sódico, aloe vera, matricaria chamomilla, odontoblaxina), pero, para mí, usar signal es una cuestión de principios. Y es que esto de las rayitas me tiene maravillada, nunca fallan. Tanto cuando el tubo está turgente e inmaculado como cuando ya no puede sostenerse y, exprimido, parece rendirse sobre el mueble del baño, la pasta siempre sale rodeada de sus serpentinas de colores. Supongo que habrá una explicación técnica, pero que a nadie se le ocurra contármela (me taparé los oídos y cantaré fuerte). Para mí es magia, y ya está.

Pero hay una cosa que no me gusta empezar, el rollo de papel higiénico. Tengo que reconocer que normalmente ya lo estreno de malas, porque el miles por ciento de las veces va precedido por un sonoro “grfñkfrrmpfgxxñgrr... ¿quién demonios ha acabado el rollo y no lo ha cambiado?”, y acompañado de un bonito pensamiento para los parientes más próximos de mis hijas. O sea, que vale que la cosa ya empieza con nervios, pero, por el amor de dios, ¿con qué lo pegan? ¿con logtite?.

Al principio me armo de paciencia e insisto en tirar de la puntita que queda libre, logrando un bonito efecto confetti en el suelo del baño. Luego, un poco atacada pero respirando hondo y aún contenida, intento colar el dedo por la parte superior de la franja pegada, con la intención de separar (ilusa de mí) sólo una capa, pero ellos han previsto esta maniobra y han presionado el papel de tal forma, que lo que sería un simple ”zup, zap” se convierte en un infructuoso ”mmmpfff... gñññ...”. Al final (vale, quizás un poco nerviosa) aplico el sistema definitivo: coger el rollo por donde sea y tirar como sea, sin pensar en las posibles víctimas. ¡Y ahí sí le doy, ja! Y no sólo consigo empezar el rollo, además dejo suficientes trozos cortados como para un par de días.

Pero, bueno, como en esta vida todo sirve para algo, gracias a todo esto, he hecho tres descubrimientos:

1. que por mi casa pulula un ser invisible -del que, en todo caso, hablaré otro día- con un solo objetivo en su vida: fastidiar a las hijas.

2. que las adolescentes prefieren seguir tirando del rollo a pesar de que los distintos accesorios y muebles del baño estén cubiertos de trozos ya cortados en el tamaño adecuado.

3. que los rollos de papel higiénico saben sonreír cínicamente.

viernes, septiembre 19, 2003

Gente

Sé que ya lo he dicho, pero me gusta mirar a la gente. Me encanta observarles y, a través de sus movimientos, expresiones y gestos, montarme las películas de sus vidas. A veces, en esos fines de semana en los que me toca confinarme en casa para estudiar o trabajar, cuando me siento muy agobiada, me voy un rato al parque que hay delante de casa. Me siento en un banco y dejo abiertas las puertas para que intuición y fantasía se confabulen. Media horita para que el mono se eche una siesta y regreso un poco mejor,

También por eso me gusta el tren. Sobre todo, por la noche. Por la mañana, van casi todos leyendo el periódico, durmiendo, o con cara de mal humor (quizás pensando en si les renovarán el contrato, o en qué sorpresa tendrá la jefa hoy para ellos, o en ese examen que, vaya, tenía que haber estudiado más). Pero por la noche, la gente, cansada, baja la guardia. Los que van acompañados se relajan y cuentas cosas sin que parezca importarles que yo las oiga; los que van solos sacan su libro o sus papeles y no les preocupa que yo vea en qué trabajan o de qué será el examen de mañana.

A mí tampoco me importa que me vean escribir, pero a veces pienso si se preguntarán a qué me dedico o qué estoy haciendo, con mi libreta llena de letra diminuta (para que lo que escribo sea sólo mío), de tachones y de marcas y flechas señalando a los párrafos su lugar adecuado. A lo mejor me tienen por un poco loca. A veces corrijo los borradores del omnia, con marcas muy rojas, y pienso que a lo mejor se dicen “anda, a ver si la loca ésta es profesora”.

Cuando empezaba esta entrada, iba a hablar de algunos de mis compañeros de viaje, pero, como siempre, se me ha enredado el pensamiento en alguna rama y creo que lo voy a dejar; últimamente me salen entradas muy largas y no me gusta, son pesadas.

Me voy a apuntar que un día de éstos tengo que hablar del señor del amuleto, del bocas, de los del Clínico, de la segunda parte de la señora oronda del abanico y de cómo resolví el asunto del ladrón de *mi* tiempo. Pero ahora voy a guardar el boli y la libreta, estamos llegando a Terrassa y la chica que está al otro lado del pasillo lleva un buen rato estirando el cuello. Que descanse, que el myolastan es muy malo...

domingo, septiembre 14, 2003

Solidaridad y medallas

Hace poco, en una lista de correo a la que estoy suscrita, un colistero sacó el tema del abandono de nuestros ancianos. Inmersos como estamos en esta sociedad consumista y productiva, nos es más fácil colocarlos en una residencia que pagarles lo que les debemos (que no es poco) cuidándoles. Este mensaje generó algunos de respuesta y el tema fue desviado a los niños, explicando/loando lo buenos que somos algunos.

No contesté a esos mensajes porque soy una vaga de cuidado. Ganas y picor en los dedos tenía, pero me da una pereza terrible entrar en esas discusiones normalmente tan absur ehem interesantes que son habituales en las listas [“igual no me he explicado bien” “perdona, el que no se habrá explicado bien serás tú” “ya, si eso decía, que no me habré explicado bien” “¿me estás llamando algo?” “no, no, que digo que la culpa es mía” “¿que tengo yo la culpa?” “no, no, si estamos de acuerdo” “de acuerdo estarás tú con tu padre” “¡señooo...!”]. Para qué sufrir, teniendo un blog en el que no hay guapo que me chiste...

Y es que ése es un tema que me calienta; hijos, abuelos, solidaridad y demás. Creo que casi todo el mundo tiene esa conciencia social de proteger y ayudar al más débil; no es ningún mérito, es un instinto innato. Sinceramente, ¿cuántos de nosotros somos capaces de ver imágenes de niños de la calle, huérfanos de guerra o lo que sea sin querer llevarnos a unos cuantos a casa?. Por desgracia, también ahí entran la política y la burocracia. Que se lo digan a uno de mis hermanos, que lleva 3 o 4 años intentándolo. De todo ha visto, el pobre, desde “mmm... a ver con qué países tenemos convenio... me parece a mí que...” hasta “oh, claro, es que en los países de hispanoamérica se les ocurre se ponen a trabajar cuando nosotros ya salimos (15h) y así no hay quién coincida” (aclararé que mi hermano no vive exactamente en España) (aclararé más, por si cierta persona llegara hasta aquí (que no creo): no, en Catalunya tampoco. Ni en Valencia. Huy, ni en Baleares, que se me olvidaba).

En fin, que digo yo ¿no hay tanto desgraciado, tanto niño necesitado? coño, ¡pues que faciliten las cosas! que no diré que hagan jornadas de puertas abiertas “¡pase y llévese al niño que quiera!”, vale, pero si para ellos es quitarse un peso/gasto de encima y toda esa gente que está en la cola ha demostrado sobradamente, a través de humillantes pruebas físicas, psicológicas y dinerarias, que están capacitados para ser padres, ¿por qué tantos problemas?. Ays... perdonad que me dé la risa floja cuando oigo a alguien decir “no, yo no tendré hijos, yo adoptaré, que en el mundo hay muchos desgraciados”. pffff...

Pero dejemos el tema de las adopciones y a lo que iba. Me parece muy bien que se loe a esas personas que altruistamente acogen/adoptan a niños necesitados y cuidan de sus abuelitos, y no les voy a quitar el mérito, que bastante hacen. Pero, jolín, es que es su obligación, puesto que han tenido la suerte de que en el reparto de papeles les haya tocado un lugar privilegiado en cuanto a tiempo y dinero. Qué menos ¿no?

Hay un montón de personas que se levantan de madrugada para pasarse el día fregando escaleras y lavabos o encaramadas en un andamio, para que a los suyos no les falte de nada; las hay que incluso han sido capaces de dejar a sus hijos a miles de kilómetros de distancia (qué frío me da pensarlo) para intentar crearles una vida mejor en otra parte. Esas personas, claro, no podrán cuidar materialmente de sus mayores y tendrán que llevarles al asilo. Tampoco, evidentemente, podrán emprender la loable hazaña de adoptar a un niño africano, peruano o ruso. Quizás el único fruto y el único mérito de su esfuerzo será conseguir que sus hijos no pasen a engrosar la lista de acogibles/adoptables y, claro, eso, por imperceptible, no es muy de medalla.

Ya sé que me voy a los extremos, que hay puntos intermedios, pero qué queréis, me fastidian las cegueras selectivas, que se lleve las fotos la presidenta de la mesa del domund con su armani y su niño negrito adoptado en el regazo, mientras mi heroína está fregándole la casa y planchándole la ropa. Y vete a saber en qué condiciones.

viernes, septiembre 05, 2003

La jefa de mi amiga, capítulo 3.729

Mi amiga es de esas personas a las que se les llena la boca hablando de su autosuficiencia. Dice que ya de pequeña la educaron así y (agarrándote fuerte del brazo para que no huyas) añade que como la vida la ha llevado por caminos de ésos en los que o te espabilas o te pilla el toro, pues que se ha curtido más en lo de valerse uno solo (yo hago como que la escucho -que ya sabéis que es muy susceptible y en seguida se ofende- y le digo que “oh, sí, sí”, básicamente para que me suelte, pero lo que es en realidad es una penas de cuidado).

Debido a esa particularidad de su carácter (podría decir idiosincrasia, que me sé lo que significa, pero tampoco quiero parecer muy de cultura y eso) dice que le ponen nerviosa las personas excesivamente dependientes (que digo yo que qué será un dependiente excesivo... ¿ésos que te siguen hasta el probador?).

En fin, supongo que con el título que he puesto ya sabéis a dónde quiero llegar, a esas largas tardes que mi amiga, con los ojos muy brillantes (como de loca, digámoslo todo) se empeña en amenizar, con quejas y lamentos, hablándome de esa extraordinaria mujer que es su jefa. Dice que cuando su jefa empieza una frase con un “voy a...”, ya va guardando las cosas y poniendo puntos en por donde iba, porque sabe que terminará haciéndolo ella. Y me pone ejemplos, claro.

Según ella, un día, “voy a ver qué tiene este cd ” se convirtió en “cómo desmontar un pc”. Primero, como parece ser habitual, intentó solucionar las dudas de su jefa con gestos y gritos, a través del cristal que las separa:

Jefa: – ¿cómo se abre esto? (alzando la caja con el cd)
Ella: – abriéndolo (qué queréis, no da más de sí).
Jefa: – puñeta, no se puede –sacando la lengua y forcejeando con la cajita– espera, creo que ya... jolines, qué mal hacen estas cajas... a ver... mmpf...
Ella: - No, así n... espera, ya vo...
(Se oye un sospechoso crec)
Jefa: –mira, ya está! –mostrando triunfal una parte de la caja en cada mano.
...

Jefa: – ¿por dónde se pone?
Ella: – por arriba del todo de la parte del ordenador que está en el suelo, ahí donde pone “lg 52x” o algo así ¿lo ves?
Jefa: – hmm...
(Ella se incorpora)
Jefa: – ah! ya, ya! no hace falta que vengas. A ver, ¿cómo se pone? –enarbolando orgullosa el disco plateado y dándole vueltas– ¿así? ¿o así?
Ella: – así, así, con lo escrito para arriba
Jefa: –ah, así
Ella: – no, no, así no, al revés
Jefa: – ¿al revés? ¿cómo? ¿así? -–dándole dimensiones nuevas al cd, que mi amiga juraría que hasta ese momento sólo tenía dos caras.
Ella: – no, no, dale la vuelta
Jefa: – ¿así?
Ella (un poquito nerviosa): – no, ponlo plano, y la parte con letras y dibujitos para arriba
Jefa: – aah, así!
...

Jefa: – y ahora ¿cómo veo lo que tiene?
Ella: – espera un momento, a lo mejor tiene autoexe
Jefa: – ¿que tiene qué?
Ella: – espera un momento, a lo mejor se abre solo
...

Jefa: – oye, aquí no pasa nada
Ella: – ¿estás en el escritorio?
Jefa: – claro
Ella (sospechando): – en el escritorio del ordenador
Jefa: – aah! el escritorio... hmm...
Ella: – cuando la pantalla es verde y salen las fotos de tus nietos
...

(Ella se incorpora)
Jefa: – ah, sí, vale! no, no hace falta que vengas
Ella: – ¿ves arriba, a la izquierda, un dibujito en el que pone mi pc? pues clícalo
...

Ella: – dos veces
...

Ella: – dos veces muy seguidas
...

Ella: – ¿vengo?
Jefa: –no, no hace falta... mmm... ah! (triunfal) ya!
Ella: – ¿ves que te sale una venta... un cuadrado blanco en el que pone “disco de 3 y medio”, después “C” y después “D”?
Jefa: – uh? ah, sí!
Ella: – pues clica la d
...

Ella: – dos veces
...

Ella: – dos veces muy seguidas
...

Ella: – ¿vengo?
Jefa: –no, no hace falta... mmm... huy! eh? oh! dice que no se puede tener acceso

Aquí mi amiga, que ya había guardado todo y estaba un poco afónica, se levantó y fue a ver. Efectivamente, no se podía tener acceso. Abrió la unidad de cd y comprobó que estaba vacía, pero lo peor, según ella (lo más tierno, según yo) fue la cara (perdonad que me emocione, pero es que me la imagino llena de sorpresa infantil) de su jefa cuando dijo ”oh! ¿qué es esto que se abre?”.

Ella: – hmm... ¿por dónde has puesto el cd?
Jefa: – por aquí, pero no me habías dicho que se abría

Podría explicaros muchos más ejemplos de ésos que me pone mi amiga, pero se me está haciendo tarde y tendría que ir ya para casa, mejor lo dejo para otro día. Además, ¿para qué aburriros? si siempre es lo mismo, que lo único que le pasa es que es una amargada que sólo sabe ver defectos en esa persona que se preocupa tanto por ella; si seguro que sólo lo hace para que mi amiga pueda practicar. A ver, si tiene el cargo que tiene será porque vale, ¿no? Que se lo pregunten a Peters, vaya.

martes, septiembre 02, 2003

Abanicos

Parafraseando a Gila (y, de paso, demostrando lo vasto de mi bagaje cultural -¿o era basto?), cuando decía que el jersey es esa prenda que las madres ponen a sus hijos cuando ellas tienen frío, diré que el abanico es ese adminículo con el que te da aire el que se sienta a tu lado cuando él/ella tiene calor.

Que vale, no digo nada si la acción transcurre bajo un sol como el de este verano, que parecía que se habían dejado la puerta del horno abierta, pero es que a veces... Porque están esos sitios (a los que desde estas páginas me ofrezco para dar cursillos -bien de precio- tipo “El termostato, ese amigo” o “¿Hay vida más allá de los 0ºC?") en los que, a pesar del efecto matrix que produce en las personas el choque del aire acondicionado al entrar, no te libras del simpático abanicador de turno.

Curioso aparato el abanico, socialmente hablando. No, no voy a tratar de su simbolismo gestual, más que nada porque lo desconozco totalmente (pues sí, va a ser basto, lo del bagaje). Lo aviso para que la próxima vez que me veáis no se os ocurra poneros en plan “le voy a decir a Cristina disimuladamente que me dé un vaso de agua”, porque seguramente sólo conseguiríais esa bonita expresión idiota, que me sale tan de natural, de “pero qué hace este loco con el abanico, que le va a dar a alguien”. Y deshidrataros, claro.

Pero, bueno, a lo que iba, abanico y sociedad. El otro día, yendo para casa en el tren (sí, ya sé, o cambio de vida o cambio el título del blog), fui testigo de un espectáculo muy interesante para mi otro yo sociólogo (sí, hombre, ése que no tengo). Se subió una señora (muy pija ella), se sentó a mi lado y se puso a darse/me aire. Yo venía de despedir a cierto Él y, con la pena y esas cosas, andaba absolutamente ensimonada (dándole conversación al mono del organillo, vamos), por lo que al principio no me percaté.

A veces, cuando oigo el despertador, intento despistarle incorporando el tí-tí al sueño que me ocupa en ese momento (fingiendo que es el busca de Keanu o que Liam llama a la puerta, por ejemplo), pero eso que llaman cerebro (y que parece ser que también tengo) siempre acaba jodien reaccionando y me devuelve al fascinante mundo de la vida real. Pues eso fue más o menos lo que pasó; poco a poco me fui dando cuenta de que ni ese persistente chec-chec-chec lo producían los besos que Él me tiraba, ni ese airecillo era provocado por Sus encantadores pestañeos.

Abrí los ojos y me removí en el asiento (un poco mosca), justo a tiempo de ver que otra señora (no tan pija y bastante más oronda) se sentaba delante de mí, aparato en mano. Cruzó una mirada retadora con la primera, abrió el abanico (rassss) y empezó su propia sintonía de chec-checs. La de mi lado no se amedrentó y, cogiéndolo con más fuerza, avivó el ritmo.

Lo que siguió fue digno de ser relatado por algún profesional de las retransmisiones de fútbol; d (la de delante) aceleró los manoteos, l (la de al lado) los hizo más cortos pero más intensos; d frunció el ceño, casi sacó la lengua y (en un gesto de ”desde aquí también sé, sígueme si puedes”) se alejó el abanico de la cara y amplió su recorrido; l, con los nudillos blancos por el esfuerzo, se lo acercó aún más y (sin atisbo alguno de temor ante la posibilidad de darle a su preciosa naricilla marca cirujano osea) embaló su juego de muñeca. La lucha fue encarnizada y parecía que iba a quedar en tablas, pero, de repente, vi que una gota de sudor comenzaba a resbalar por la sien de d, que empezó a perder la regularidad. Su abanico aleteó un poco más, perdiendo precisión, y, mirando a l con cara de ”no me rindo, es que me tengo que bajar”, cerró enérgicamente el abanico (catarrassssct), se levantó y se fue hacia la puerta con gesto digno (que aún faltaran sus buenos 5 minutos para llegar a la próxima estación y que al bajarse se quedara en el andén, consultando los próximos trenes con aspecto despistado, no pareció mermar su digna autoestima).

Entre el claro triunfo y el fresquito que hacía en el vagón, pensé que l dejaría de echarme ácaros y virus a la cara a golpe de remolino, pero no. Con esa mirada de ”ja! aún me quedaba cuerda para rato” siguió dándole al chec-chec-chec el resto del viaje.

Decidí relajarme, cerrar los ojos y decirle al mono que le diera cuerda al organillo, aún quedaba tiempo para soñar hasta llegar a casa.

lunes, agosto 11, 2003

Sin noticias de Cristina

Reconozco que estoy de sequía creativa, pero sigo teniendo un montón de excusas tan buenas que a ver quién es el chulito que me las rebate (como que todavía tengo que fregar los platos, que esta mañana casi se me escapa el tren por culpa de dos estúpidas que ya las pillaré yo un día cuando ellas tengan prisa, que los de la once siguen con la cremita (no sé si el psicólogo entrará por el seguro) y nadie les ha llevado a la cárcel o les ha dado el premio nobel, que hace mucho calor, que tengo que cortarme el pelo, que sí, sí, me ha bajado la hipoteca, que suerte que hay sandías aunque luego tenga que pasarme la noche haciendo viajecitos y etécé, que pensar cansa).

Y, sin que venga a cuento pero porque me apetece, cuelgo la letra de una canción. En la movida ésta que fue llamada en su día rock català (o, como dice dile, rock rural) hay un grupo -Els pets- del que siempre me han gustado las letras. Ahora no tengo ganas de explicar porquéses y eso (traducción, en comentarios) (no, traducción de los porquéses no, de la letra).

Vespre

Cap el vespre és quan estàs com a cansat,
i no saps el què fer i et quedes fixat,
i et trobes molt sol i el soroll s'esvaeix,
i mires el carrer i no hi ha gaire gent.
I canvien els sons i tot sembla més mort,
i vols cridar ben fort que n'estàs fins els collons.
Cap el vespre estàs trist i no saps on anar,
i et prepares un whisky i no te'l pots acabar.
I t'encens un cigarro sense ganes de fuma'l,
i l'apagues aviat i et tornes a aixecar,
i de sobte tens por de sentir-te tan buit,
i te'n vas cap el pub i no hi trobes ningú.
I surts fora el carrer i comences a córrer,
i el vent et va assecant el que sembla una llàgrima,
i t'atures cansat amb el nas ple de mocs,
i t'empatxes de nit i respires ben fort, fort, fort.
Cap el vespre és quan estàs com a cansat,
i no saps el què fer i et quedes fixat,
i et trobes molt sol i el soroll s'esvaeix,
i mires al carrer i no hi ha gaire gent.

sábado, agosto 09, 2003

Emilio

El clinc del microondas le sacó de su abstracción. Mierda, había vuelto a dejar el agua calentándose sin regular el tiempo. Bajó la cabeza y empezó a apartarse de la ventana, pero pensó que ya daba lo mismo, seguro que se había evaporado y para qué quería otro nescafé, sólo era aburrimiento. Se acercó de nuevo a la rendija de la persiana y forzó la vista.

Las dos y media, tendría que haber llegado. Un pinchazo, seguro que era eso. O una avería, cuando llegue me lo explicará -sonrió- agitando las manos. Igual venía enfadada, era exigente... a veces se preguntaba si... Un destello, Mario sonrisa profidén. Movió la mano y sacudió la cabeza.

Un coche a ver... no. A veces se sentía tan solo, incluso con ella... No, con ella. Era difícil, tan brillantes, pero está conmigo. Estar a la altura, pero está conmigo. Segunda persona del singular del presente del posesivo.

Sus ojos siguieron a dos chicas rendija a rendija (abajo abajo) hasta que desaparecieron en la última. Podría subirla más. Qué vergüenza.

Había visto cómo la miraba y había bajado los ojos para no ver cómo le respondía ella, si le respondía ella. Risas, manos, cuchicheos, cinturas, perfectos... no pertenecer. Y Mario (mundano, maldito) mirándola.

Podría tomar un martini, meter la nariz hasta el fondo del vaso, dejar que el hielo le atontara los labios y el vapor la cabeza, no, no te estaba esperando. Se le dormía la pierna y cambió el peso del cuerpo a la otra, estúpido, pero se obstinó en el trocito de calle, ahora otro por el cambio de postura, sólo estoy intranquilo.

La vio saliendo del coche. Habría aparcado en esos segundos en los que no miraba. Abrió la puerta trasera, metió medio cuerpo dentro y salió con el portafolios. Empujó la puerta y apuntó al coche con el mando. Los intermitentes parpadearon (adiós adiós). Tiene cara de cansada y se sintió mal. Se apresuró en meterse en la cama y se cubrió con la sábana.

La imaginó esperando el ascensor, cambiando el portafolios de mano, guardando las llaves del coche en el bolso, tocándose el pelo... El destello, sonrisas, miradas... (un cobarde) apartando la vista. Quizás su pelo... quizás su blusa... olores, pero está conmigo. ¿Mentiras o quimeras?, y se levantó, y anduvo -corrió- hacia la puerta, y esperó para lanzar sus shuriken de dudas punzantes.

La puerta se abrió (sorpresa -a medias- sonrisa) y la abrazó, y hundió la cara en su cuello eh... Emilio... qué...? y cerró los ojos, y besó sus hombros, y aspiró, y... (nada, ya nada).

lunes, agosto 04, 2003

Esperar

Juego con el diccionario (tener esperanza de conseguir lo que se desea, creer que ha de suceder alguna cosa, desear que algo ocurra, permanecer en un sitio donde se cree que ha de ir alguna persona o ha de ocurrir algo, parar en una actividad hasta que suceda algo) y me pregunto si, al fin y al cabo, todo se reduce a esto.

Espero que sea la hora, que se me pase, que venga, que se calle, que me lo diga, que empiece, que termine, dormir, despertar, ir, que se vaya, que esté...

Y cuando ya es la hora no sé qué hacer, cuando se me pasa hay otra esperando, cuando viene se va a ir, cuando se calla me duele el silencio, cuando me lo dice no sé qué responder, cuando empieza se acaba, cuando termina viene el vacío, cuando duermo nunca es bastante, cuando despierto tengo sueño, cuando voy tengo que regresar, cuando por fin se ha ido sé que volverá, cuando está no hago nada...

Y vuelta a empezar, vuelta a esperar. El tiempo y su puñetera relatividad, eternidad cuando no quiero, un segundo cuando me apetece.

Me desespera esperar (me baila la cabeza, me canso, me inquieto, me aturullo, me impaciento, me pregunto...)

Pero ¿cómo sería, no esperar nunca, no esperar nada? Tenerlo todo... ¿no será ésa la peor de las carencias?

Me gusta esperar (me baila la cabeza, me canso, me inquieto, me aturullo, me impaciento, me pregunto...)

Contradicción. Quizás, al fin y al cabo, sea a eso a lo que se reduce todo.

Y, cómo no (absurdo, discusión, réplica, disparate, discordancia, paradoja), a mí me gusta.
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Ara tesperas :*
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lunes, julio 28, 2003

Día

Me gusta ver cómo el sol persiste (incansable) en empezar (desde el mismo horizonte), cómo la tierra se obstina (infatigable) en girar a su alrededor bailando coqueta sobre sí misma (quizás quiera algo). En verano bajo las persianas y la penumbra (amable) confabula imaginación y objetos. En invierno busco la luz y los rayos (complacientes) entibian las baldosas.

Durante el día lo absurdo parece escabullirse, buscando caminos por las espirales que suben del suelo (tan caliente) a quién sabe dónde. Recoloco las piezas del rompecabezas (tan enmarañadas) y procuro recordar por qué era tan importante. Intento borrar las rayas que el lápiz rojo ha dejado por ahí y marco lo relevante con rotuladores fluorescentes (verde, naranja, rosa).

El día acentúa y pienso en las cosas que tienen que ser hoy, en las que se han escapado sin permiso (una vez más) tontamente justificadas por mil pretextos. El día apacigua y pienso en que tengo toda la luz y en que (una vez más) será distinto. Pero es de día y quizás lo que piense no sea real.

El día es quedarme sola y enfadarme con mis secretos, riñéndolos a escondidas. El día es quedarme sola y esperar que el sol se lleve la cordura y la apague (como una colilla) tras el mismo horizonte.

domingo, julio 27, 2003

Noche

Me gusta sentir cómo la prisa parece fundirse en la oscuridad y todo se ralentiza, ver cómo se van apagando poco a poco las luces (los del tercero siempre son los últimos), oír una voz, un motor, unos pasos e imaginar. En verano abro las ventanas y el día se vuelve (por fin) amable; en invierno me encierro y escribo (tonterías) en los cristales empañados por el frío que no puede entrar y pienso que su goteo soy un poco yo.

Por la noche las prioridades juegan con mis motivos y suben y bajan a su antojo. La futilidad es más intensa, mis rompecabezas sacan a bailar a sus piezas, que se mueven excitadas (mañana no recordarán su lugar y habrá que recolocarlas) y el peor de los problemas coge un lápiz rojo y se subraya para convertirse en letal. O simplemente muere bajo sus garabatos.

La noche acentúa y pienso en tantas cosas que tendrán que ser mañana, porque hoy se me han desgastado las horas (una vez más) en mil pretextos. La noche apacigua y pienso en el tiempo y en que (una vez más) será distinto. Pero es de noche y quizás lo que piense no sea real.

La noche es quedarme sola y charlar con mis secretos, riéndome a escondidas. La noche es quedarme sola y esperar que el tiempo no corra tanto, que el tiempo corra más.

jueves, julio 24, 2003

Ah... el amor...

Hace pocos meses mi entorno estaba bastante alterado. Separaciones, angustias, soledades y vacíos estaban a la orden del día. La vida era complicada; en el trabajo, cenando con amigos, jugando… me reía por una tontería y al alzar la vista era difícil no chocar con la mirada perdida de algún amigo, cuya desazón me obligaba a disimular tosiendo, haciendo que me había atragantado con un cacahuete o soltando eso de “vaya, otra vez ese molesto tic”.

Pero no hay nada eterno (excepto ciertos grados de imbecilidad, pero ése es otro tema) y la vida da muchas vueltas. No sé qué -ni cómo- ha pasado, pero últimamente tengo la sensación de estar viviendo en un empalagoso mundo de nubes rosas de algodón dulce. Y es que muchos de mis amigos están enamorados.

1 y 2 cuentan con las manos entrelazadas los días que les quedan para irse a vivir juntos, agarrados al catálogo de ikea como si su felicidad dependiera de ello. A 3 y 4 sólo les falta arreglar la habitación de invitados, que planifican ilusionados la una desde el regazo del otro. 5 y 6 juegan a casitas, escogiendo color para las paredes ”azul? quieres decir?” “sí, que así resaltarán tus ojos...” “ay... loco...” “sí... por ti”. 7 y 8 han descubierto cuán romántico puede llegar a ser picar cebolla y rehogar tomate cogidos por la cintura e invitan a amigos y conocidos a probar sus experimentos (de momento no hay bajas, creo). 9 y 10 han desaparecido del mapa y me pregunto en qué deben de estar ocupando su tiempo. A 11 y 12, cuando se miran (constantemente, por cierto), parece que les ha dado algún tipo de parálisis facial que les estira la boca hacia los lados y les ensueña los ojitos, de lo que resulta una expresión que cualquier persona en sus cabales se apresuraría en disimular sacudiendo la cabeza.

Las cenas ya no son lo que eran, voy con ellos y llega un momento en el que ya no sé si meterme los dedos en la boca para desahogarme, si subirme a la barra y montar algún espectáculo cual showgirl para que vean que existo o si abrazarme al primer camarero no-comprometido que se acerque, prometiéndole amor eterno o algo a cambio de una dosis de salfumán.

Pero debo confesar que un poco de envidia sí me dan. Qué más quisiera yo que estar enamorada… ay...! Es que esto del amor es tan bonito… cuando no lo tienes andas por ahí sin estar demasiado ubicado, con angustias, sudores y palpitaciones, pero cuando lo tienes, vamos, que te cambia la vida y andas por ahí sin estar demasiado ubicado, con angustias, sudores y palpitaciones.

La verdad es que mi vida es bien triste, tan sola... así debo de tener el colesterol, sin nadie al lado que me aconseje qué comer y beber ni me diga cuando es suficiente. Y los ojos? como tomates. Claro, como nadie se preocupa de que duerma más ni me avisa que ya vale de ordenador... Mi día a día me aflige, es duro decidir siempre sola si esa camiseta es demasiado escotada o en qué me voy a gastar el presupuesto, o que me haga razonar si realmente me apetece ver esa película… Ni siquiera dormir tiene gracia, en aquella cama tan grande… sin un pie helado que echarme a los riñones, sin nadie que me recuerde a mi madre (con lo que la echo de menos) cuando me envuelvo en la sábana… Y luego están las comidas de domingo, tan como sin alma, sin nadie que me aconseje “y mi hijo se come esto?”... ay... qué triste!

En fin... que voy a tener que empezar a buscar, que sí, que sí... hmm... esto... algún voluntario?

miércoles, julio 23, 2003

Crónica del partido desde el banquillo

En primer lugar, debo aclarar que el hecho de que me acercara al banquillo después de un par de minutos de juego fue sólo para ver las piern... ups... el partido más de cerca, que no tuvo nada que ver que mi posición inicial fuera justo detrás de la portería defendida por nuestros muchachos, que a mí el riesgo no me amedrenta.

Cegada por el sol, empecé a levantar la vista poco a poco, descubriendo primero bambas (o cómo se diga lo que se ponen para chutar), luego calcetines negros, a media altura, mostrando descaradamente fuertes piernas llenas de pantorrillas formadas por ese puzzle de músculos mareante y tan práctico a la hora de parar balones en seco, aguantarlos, regatearlos (o cómo se diga) y chutar. “Vamos bien”, pensé... hasta que descubrí que esas máquinas de disparar eran las que sostenían a las camisetas rojas. Bueno, claro que nuestros muchachos también tenían pantorrillas... aunque... esto... digamos que quizás no tantas.

El árbitro/entrenador de los rojos me estuvo dando conversación, supongo que para confraternizar con el equipo contrario y para demostrar que no tenía nada en contra nuestro. Muy simpático y dicharachero, me comentó que “y eso que juegan de broma” y les hizo hacer una jugada seria for my eyes only; les pegó cuatro gritos, agitó un poco los brazos (como en las películas americanas de baseball) y los jugadores se convirtieron en marionetas de su relato “éste se lo pasará al de la derecha, éste lo parará y se lo enviará al que está al centro, éste chutará para atrás, lo recogerá ése que viene y... gol!”

Pero, vamos, que los amarillos se portaron. A pesar de jugar contra un equipo entrenado, coordinado y octavo en su liga, a pesar de los cañonazos, de las fintas, de los goles (yo sólo conté 10) y esas cosas, no dejaron de correr, de perseguir la pelota (que me enteré que se dice balón) o, por lo menos, al rojo de turno que la llevaba pegada a los pies y, además, eso sí, con una elegancia...

Del equipo contrario, destacar a Carlos El Locomotora que, cuando el entrenador le retiró del partido, empezó a pasearse nervioso por la banda gritando “míste, míste, déjeme jugar, déjeme jugar!” para, ante la insistente negativa del susodicho míste, acabar suplicando “aunque sea con los amarillos, pa que hagan algo...!” y que acabó saltando al terreno de juego sin camiseta, para lo que hiciera menester. También merece mención la buena voluntad del portero, que, a falta de otra distracción, estuvo entonando sin cesar la que podría ser la canción del verano “joooo, maburroooo”.

De nuestro equipo, destacar el costalazo de Manel (que igual es eso que el axque describe como una chilena), las carreras y el gol de Sergio (el único que no acabó morado), los berridos de Rafa dirigiendo el partido cuando estaba en la banda (que desde fuera parece más fácil, eh?), el camiseterismo en el último minuto de luzbel (cobardeeerl!), la moral de Santi (que, a pesar de estar recién llegado de Salamanca aguantó como un jabato) y ya, de paso, comentar que todos tienen la lengua muy bonita.

De mí, comentar que el banquillo era de madera de pino y que he aprendido que la resina se quita con acetona.

viernes, julio 18, 2003

Mírate

Finalmente lo he conseguido. Confieso que he tenido que hacer trampas, vale, (como decir que no me gusta el chocolate) pero he logrado que el sombrero ése me diga que soy de la casa de Slytherin.

Desde el primer libro, uno de mis personajes favoritos es Severus Snape, tan astuto, tan inteligente, tan ambiguo (y la elección de Alan Rickman... bueno... sin palabras... qué tonta, Marion... uf!).

Y es que tengo un problema, no me gusta la gente taaaan buena; ésos que siempre están de buen humor, que no se permiten ni un asomo de mala leche, que son todo buenas intenciones, sonrisas y altruismo, que se despiden siempre con un besitos!, aún sin conocerte... Que no me fío de ellos, vamos.

Me gusta la gente que no oculta que se enfada, que se hunde, que protesta, que se rebela, que duda... porque les corre sangre por las venas, porque no fingen y porque sus incertidumbres, arranques y temores les hacen personas.

Albert, en su blog, suelta otra de esas cosas que me gustan:

”Mírate. Obsérvate. Pasa un rato delante del espejo, sin miedo ni vergüenza. ¿Crees que puedes arreglarte? ¿Te ves capaz de hacerlo? ¿Aunque sea intentarlo? Muy bien. Ya puedes irte.

Si delante del espejo no ves ningún problema... Ves una persona llena, feliz y completa... “¿Arreglarme? ¿Arreglarme de qué? Arréglate tú, imbécil”.

Entonces... córtate las venas y nos harás un favor.”

miércoles, julio 16, 2003

Marga

Igual a nadie le importa, pero cada día que pasa quiero más a Marga.

Tendríais que verla... es tan valiente... la adoro, la envidio, la admiro...
Ahí está, preguntándote por tus cosas, admirando tus zapatos nuevos, dándote besos y golpecitos en la espalda, diciéndote lo maja que estás... ella, que tiene licencia para ser la persona más triste de la tierra, se levanta de sus cenizas y hace este mundo no sólo habitable, sino deseoso de ser habitado.

Quisiera ser como ella... ojalá mi paseo por aquí sirviera de algo a alguien.

lunes, julio 14, 2003

Felicidad

Nunca he pretendido hacer “grandes cosas” en esta vida, no soy tan ilusa como para pensar que sería capaz de lograr algún récord o de encontrar alguna panacea y, la verdad, tampoco me interesa especialmente. De hecho, mi única aspiración es ser feliz; me conformaría con no perder nunca la capacidad de reírme de las cosas y de disfrutar con ellas.

Luca Cavalli-Sforza (gran y admirable hombre), en su libro “La ciencia de la felicidad”, dice que el deseo de ser felices es y será una constante en la vida de cada ser humano; que cuando descubrimos una actitud, actividad o relación que nos hacen sentir felices, pretendemos que se repitan para revivir ese sentimiento.

Explica una anécdota muy curiosa: yendo junto a su hijo Francesco (coautor del libro) por una larga y cálida carretera, les pareció que habían atropellado a una lagartija. Lo curioso es que les había dado la sensación de que la lagartija se había tirado a las ruedas del coche con toda la intención, como si quisiera suicidarse. Pararon el coche y fueron a mirar qué había pasado. La lagartija seguía viva. Estuvieron observando un buen rato y vieron lo que hacía. Se colocaba en un punto exacto del arcén, siempre el mismo, y cuando se acercaba un coche, se tiraba a sus ruedas. El remolino de aire que producía el coche la levantaba del suelo, le hacía dar un par de vueltas y la tiraba hacia la cuneta. La lagartija se giraba y volvía a correr hacia el punto justo de partida, esperando al próximo coche.

Y es que a veces es tan sencillo como eso.

viernes, julio 11, 2003

*Mi* tiempo

Mi vida (al igual que la de tantos otros) es un poco estresante, todo el día para arriba y para abajo, responsabilidades, comidas de tarro, discusiones, trabajo... por eso, a veces, me gusta estar sola. Me gusta pensar que no tengo nada que hacer, dejarme llevar por la desidia. Éste es uno de los motivos por los que me gusta trabajar en Barcelona, porque se me regalan 40 minutos de ida y 40 de vuelta que puedo dedicar a estudiar el vuelo de las moscas y que, de otra forma, no sacaría de ningún sitio.

Ahora he empezado la jornada intensiva y tengo que coger un tren que sale unos minutos antes. El otro día, estaba yo sentada tan feliz, sacando el libro de la bolsa, cuando de repente oigo “hola!”. Era un hombre relacionado con mi trabajo, al que no conozco demasiado y cuya vida me importa un comino (lo sé seguro porque amenizó todo el camino de ida contándomela).

- Vaya! así que coges este tren, eh? no te había visto nunca
- Bueno, ahora, con la jornada intensiva...
- Pues yo lo cojo cada día, lo que pasa es que me siento en otro vagón porque éste me deja lejos de la salida (bien!)
- Ah, pues nada, no quisiera...
- No, no, no me importa, así charlamos (mierda!)

Y así ha sido, cada día he gozado de su compañía; de su intransigente, fascista y xenófoba compañía. Cada día he tenido que escuchar cómo era el tren antes, que conocías a casi todo el mundo, y no como ahora, lleno de inmigrantes y de gentuza que huelen mal y que son unos mal educados. Me ha contado cómo es la juventud, que no se levantan cuando sube una persona mayor, que a él le enseñaron que las mujeres siempre deben ir por el lado interior de la acera y, fíjate, ya ni eso respetan. Me ha explicado cómo se han vendido los socialistas que gobiernan nuestro ayuntamiento, porque fue a pasear por el centro un día de la fiesta mayor y, no veas, una fiesta andaluza por aquí, otra de moros por allá... dónde estarán nuestros valores...

Subirme al tren bien pronto (nace allí) no fue buena idea, el hombre escudriñó todos los vagones hasta que me encontró. Hoy se me ha ocurrido hacerlo al revés, hago tiempo en el bar, por ejemplo, y me subo al tren cuando –casi- suene el pito de que se va. No ha funcionado, estaba en la puerta (un pie dentro, un pie fuera) esperándome con esa cara de "ay, ay, casi lo pierdes...!"

Estoy enfadada, ese imbécil me está robando *mis* minutos, *mi* tiempo para dormir, leer, escribir, estudiar, pensar, mirar... Y no me da la gana; a partir del lunes voy a madrugar un poco más y cogeré el de antes. Me fastidia, claro, porque digamos que horas de sueño no me sobran, pero no estoy dispuesta a renunciar a mi pequeña parcela de felicidad.

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jeje, lo que se me acaba de pasar por la cabeza... desde luego, qué mal debo de estar... ¿pues no voy y se me ocurre que alguien podría coger esta entrada, imprimirla y repartirla entre los pasajeros del tren? mmm... no creo, no? tendría que ser muy mala persona... o algo... no creo que haya gente así por el mundo...

Claro que, ahora que lo pienso, igual... pero no, no, no puede ser... igual lo he soñado, los sueños toca explicarlos otro día.

jueves, julio 10, 2003

Definición

Hoy es el último día de la fiesta mayor de mi pueblo y siempre ponen el colofón con un castillo de fuegos artificiales con música (sí, ya sé que se dice “espectáculo piromusical”, pero es que esos nombres tan rimbombantes...).

Me encantan los fuegos artificiales; en eso soy, no sé, muy tonta. Me emociona ver esas explosiones de luces y colores, me intriga pensar cómo habrán hecho eso, qué habrán puesto ahí dentro para que explote en mil chispas de color azul que se convierten a su vez -en cientos de pequeños booms- en una lluvia de lágrimas de plata y oro, y cómo conseguirán que, con ese estruendo que te resuena en el estómago, el cielo se convierta en un inmenso paraguas luminoso. Soy de las que aplauden y confieso que se me pone la carne de gallina y se me nublan los ojos.

Después de los fuegos hacen una cantada de havaneres, que, la verdad, no me gustan especialmente pero siempre tienen ese algo medio melancólico que me lleva no sé exactamente a donde, rebuscando entre rincones de mi memoria cosas que –quizás- ya he olvidado (si igual que tu, gavina, el mar pogués travessar fins arribar a la platja on tan dolç és recordar...).

Que el fin de fiesta sea tan cerca de mi casa tiene cosas buenas, cosas malas y cosas ambiguas. Lo bueno es que desde el balcón puedo verlo todo y dejar caer las lagrimitas emotivas que me dé la gana; lo ambiguo es que si no estuvieran sonando las havaneres en mi misma oreja, estaría acostada en lugar de estar escribiendo, y lo malo es que se llena toda la calle de gente y que andar sorteando cochecitos y familias hace más largo el camino a casa (a estas horas...).

Esta noche he adelantado a dos señoras que venían hacia aquí. Una de ellas sería de fuera, porque la otra iba contándole como era lo de los fuegos. Sólo he oído que le decía ”y es muy bonito porque ponen música... mmm... música... ¡tipo música!”. Quizás la mejor definición que he oído de la música clásica.

viernes, julio 04, 2003

Música

Soy rara, será eso, pero a veces... cómo me cuesta estar de buen rollito con los compañeros del trabajo... No sé, igual es porque últimamente hay algunas cosas que me tienen hastiada y no me quedan ganas de participar en esas trascendentes e interesantes discusiones que les mantienen ocupados. Por suerte, estar cerca de la jefa de mi amiga significa estar relativamente alejada de ellos, lo que me evita poner excusas.

Siempre que el trabajo que toca me lo permite, abro el wmp (sí, windows, qué le vamos a hacer), conecto los auriculares y me voy un ratito de este mundo. Me siento feliz así, aislada y acunada. Además, hace poco he topado con un nuevo bluesman y me lo estoy pasando de muerte descubriendo sus piezas.

El hecho de estar trabajando y mi fantástico nivel de inglés no me permiten concentrarme demasiado en las letras, así que no importa que digan tonterías (oh, baby, baby, I love you), sencillamente me columpio.

Una vez, un músico me dijo que ellos no escuchan la música como nosotros, que donde yo escucho susurros, gemidos y risas, ellos oyen las mayores, mis bemoles, corcheas y semifusas. No me gustaría ser músico. Soy rara, será eso.

jueves, julio 03, 2003

Envidia

En esta época, la mayoría de personas están muy morenas; confieso que lo digo con envidia, porque yo estoy blanca como la leche. Da gusto verles, con esa piel tostadita y esa cara de salud envidiable, la verdad es que una se siente un poco zombi.

Además, seguro que se lo pasan la mar de bien y eso sí que da envidia. Qué vida... me los imagino dándose el gustazo de levantarse temprano porque sí (no como yo que, si no tengo demasiado que hacer, pierdo tontamente media mañana arrebujándome con las sábanas que el fresquito de primera hora ha dejado en ese punto). Y mientras yo me aburro desayunando sola mis cruasanes en la cocina (con esa cara de pena que tienen los pobres), ellos ¡hala! por ahí haciendo amigos, en esos encuentros de coches en hilera que organizan camino de la playa (que no sé yo exactamente de qué va, pero cuando repiten, es que tiene que ser genial).

Luego, ahí me tenéis a mí, tristemente sentada bajo alguna sombra, con un vermut en una mano y un libro en la otra, medio distraída, haciendo tintinear el hielo y mirando a la gente pasar, sin poderme quitar de la cabeza cómo deben de estar pasándoselo los morenos... seguro que andarán jugando a quitarse arena de los recovecos del bañador, tronchándose de la risa que debe dar que los bocadillos crujan, rodeados de gente amigable que llama a johnatan, cantando a coro el “es una lata... el trabajar...” que suena en las radios vecinas... si es que incluso tienen la oportunidad de investigar los intrigantes onni de múltiples y sugerentes formas y texturas que flotan por el agua... ¡Eso es vida!

Cuando por la noche me siento delante del ordenador, no me quito de la cabeza que mientras yo estoy ahí, cumpliendo la penosa rutina de escribir, jugar y chatear, ellos (si es que ya han llegado, que se ve que a la vuelta se reúnen de nuevo con sus amigos de las hileras) deben de estar la mar de distraídos recogiendo las cositas que se han traído de la playa pegadas a las toallas, haciendo castillos de arena por el pasillo con la escoba y dándose relajantes baños de aftersun.

Qué mala es la envidia...!

jueves, junio 26, 2003

Marc i Eva

Marc y Eva se conocieron cuando eran un par de niños. Sólo rondaban los 14 años pero su amor, química o lo que sea que une a las personas era tan fuerte que ya no se separaron. Se fueron a vivir juntos muy jóvenes y tuvieron a Marina. Supongo que estaban tan seguros de su felicidad que ni siquiera se planteaban esas cosas que (quizás) nos planteamos los demás (hijos? uy, no sé...).

No hace mucho les vi, a los tres. Marc había engordado un poco, estaba moreno y se había dejado perilla, estaba muy guapo. Eva, como la niña que seguía siendo, espigada, siempre sonriente, con su flequillo negro en los ojos y su ombligo descaradamente bonito al aire. Los tres irradiaban un no sé qué que ponía de buen humor. A Marina la pudo reanimar un bombero, a ellos no.

Siempre he admirado a Marga, es una persona tan positiva... Nunca la he visto desfallecer, a pesar de los problemas, de la larga enfermedad de su madre, de los agobios... Es de esas personas que siempre tienen palabras amables para todos, capaz de disculpar al más imbécil con un ”pero si es muy majo!”. Estar con Marga apetece, a ella le cuento mis secretos y mis ilusiones, siempre me escucha sonriendo y me aconseja, me achucha, me anima... siempre he querido ser como ella, que la gente pensara de mí lo que yo pienso de ella. Ahora Marga no sonríe, le han robado un hijo.

Me obligo a enfrentarme a lo que no me gusta, creo que sólo así puedo vencerlo. Por eso hablo de ellos, por eso escribo sus nombres (Marc i Eva, Marc i Eva), pero... cómo duele. Duele por mí, duele por ellos pero, sobre todo, duele por Marga. Por mi Marga, con los ojos vacíos y la sonrisa seca. Sé que (tópicos, tópicos) tirará para adelante; por su marido, por su otro hijo, por su nieta... ella siempre ha antepuesto a los demás, pero sé también que su mirada no será nunca más la suya. Es tan triste, tan injusto, tan cabrón...

No me gusta que este blog sea triste, no quiero estar triste, a Marga no le gustan las cosas tristes. Y ya es hora de que le devuelva lo que me ha dado.

lunes, junio 23, 2003

A Marga no le gustan las cosas tristes.
Esta noche hay estrellas, fuego, amores, magia y cintas azules, flores y velas.
Todo será como si nada,
pero yo no me atrevo ni siquiera a escribir sus nombres.
La campana sonó (maldita maldita) y nos los han robado.

No voy a escribir, a Marga no le gustan las cosas tristes.

miércoles, junio 18, 2003

Clara

Cogió otro cuchillo (está frío) y partió la granada. Pensó en morderla (como mordía mi cuerpo) pero fue sacando los granos uno a uno (uno, dos, tres), eran dulces y húmedos (como sus besos), rosados y cálidos (como su pecho), las astillas eran ásperas (como sus palabras).

Deseo deseo deseo (cerró los ojos) encerrarme entre sus brazos (inspiró lenta) para que su olor llene esta nada. (Se balanceó) duele duele duele (la lágrima resbaló) como sólo duele el dolor (se estremeció) no quiero no quiero no quiero.

El silencio era miedo (como su voz), el ventilador movía el mantel con su ritmo caprichoso (baila baila), el teléfono colgaba, bamboleo de espirales, golpeando, golpeando (como sus manos).

Te quiero te quiero te quiero
(recordó sus labios) vayámonos, vayámonos lejos (recordó sus brazos) tu nombre es como el verano (recordó sus promesas) me quiere me quiere me quiere.

Las sirenas se ahogaron bajo la ventana (ya no lloran) y luces azules y naranjas jugaron en el techo (el suelo es rojo). Gente oscura corrió y gritó (ssshh.. duerme), se limpió la nariz con la mano (rojo, rojo, rojo) y les miró (está muerto). Una mano dulce le apartó el pelo (¿está bien?), una cara se agachó y le puso algo en la mejilla (tranquila, no dolerá).Ya no duele.

En el balcón, el viento sacudía la ropa tendida.